Eva Perón anuncia la ley 13010, voto femenino. Discurso en plaza de mayo. 1947. Documentos Históricos. Discursos del peronismo
Mujeres de mi Patria:
Recibo en este instante, de manos del Gobierno de la
Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo,
ante vosotras, con la certeza de que lo hago, en nombre y representación
de todas las mujeres argentinas. Sintiendo, jubilosamente, que me
tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria.
Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada
de pocos artículos una larga historia de lucha, tropiezos y
esperanzas. ¡Por eso hay en ella crispaciones de indignación, sombras de
ocasos amenazadores, pero también, alegre despertar de auroras
triunfales!...Y esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre
las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las
castas repudiadas por nuestro despertar nacional, sólo ha sido posible
en el ambiente de justicia, de recuperación y de saneamiento de la
Patria, que estimula e inspira la obra de gobierno del general Perón,
líder del pueblo argentino.
Mis queridas compañeras:
Hemos llegado al objetivo que nos habíamos trazado,
después de una lucha ardorosa. Debimos afrontar la calumnia, la
injuria, la infamia. Nuestros eternos enemigos, los enemigos del pueblo y
sus reivindicaciones, pusieron en juego todos los resortes de la
oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector de la prensa al
servicio de intereses antiargentinos, se ignoró a esta legión de
mujeres que me acompañan; desde un minúsculo sector del Parlamento, se
intentó postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida
gracias a la decidida y valiente actitud de nuestro diputado Eduardo
Colom. Desde las tribunas públicas, los hombres repudiados por el
pueblo el 24 de febrero, levantaron su voz de ventrílocuos, respondiendo
a órdenes ajenas a los intereses de la Patria. Pero nada podían hacer
frente a la decisión, al tesón, a la resolución firme de un pueblo,
como el nuestro, que el 17 de octubre, con el coronel Perón al frente,
trazó su destino histórico. Entonces, como en los albores de nuestra
independencia política, la mujer Argentina tenía que jugar su papel en
la lucha. Hemos roto los viejos prejuicios de la oligarquía en
derrota. Hemos llegado repito, al objetivo que nos habíamos trazado,
que acariciamos amorosamente a lo largo de la jornada. El camino ha
sido largo y penoso. Pero para gloria de la mujer, reivindicadora
infatigable de sus derechos esenciales, los obstáculos opuestos no la
arredraron. Por el contrario, le sirvieron de estímulo y acicate para
proseguir la lucha. A medida que se multiplicaban esos obstáculos, se
acentuaba nuestro entusiasmo. Cuando más crecían, más y más se
agigantaba nuestra voluntad de vencer. Y ya al final, ante las puertas
mismas del triunfo, las triquiñuelas de una oposición falsamente
progresista, intentó el último golpe para dilatar la sanción de la
ley.
La maniobra contra el pueblo, contra la mujer, aumentó
nuestra fe. Era y es la fe puesta en Dios, en el porvenir de la
Patria, en el general Perón y en nuestros derechos. Así se arrancó la
máscara a los falsos apóstoles, para poner punto final a la comedia
antidemocrática.
Pero... ¡bendita sea la lucha a que nos obligó la
incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria!... ¡Benditos
sean los obstáculos con que quisieron cerrarnos el camino, los
dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios oligárquicos y la
negación nacional! Factores negativos que ignoran al pueblo, que
desprecian al trabajo y trafican con él, incapacitados para comprender
sus reservas combativas. Esas mentiras, esos obstáculos, esa
incomprensión, retemplaron nuestros espíritus. Y hoy, victoriosas,
surgimos conscientes y emancipadas, fortalecidas y pletóricas de fe en
nuestras propias fuerzas. Hoy, sumamos nuestras voluntades cívicas a la
voluntad nacional de seguir las enseñanzas dignificadoras y
recuperadoras de nuestro líder, el general Perón. Marchamos con las
vanguardias del pueblo que labrará desde las urnas el porvenir de la
Patria ansiando una Nación más grande, más próspera, más feliz, más
justiciera y más efectivamente argentina y de los argentinos.
He recorrido los viejos países de Europa, algunos
devastados por la guerra. Allí, en contacto directo con el pueblo, he
aprendido una lección más en la vida. La lección ejemplarizadora de la
mujer abnegada y de trabajo, que lucha junto al hombre por la
recuperación y por la paz. Mujeres que suman el aporte de su voluntad,
de su capacidad y de su tesón. Mujeres que forjaron armas para sus
hermanos, que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y el
heroísmo.
Mis queridas compañeras: ¡Inspirémonos en su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber, como lo es el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio, que nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir.
Mis queridas compañeras: ¡Inspirémonos en su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber, como lo es el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio, que nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir.
Mejor dicho, de saber elegir, para que nuestra
cooperación empuje a la nacionalidad hacia las altas etapas que le
reserva el destino, barriendo en su marcha los resabios de cuanto se
oponga la felicidad del pueblo y al bienestar de la Nación.
¡Con nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y
no habremos de renunciar a ella! La experiencia de estos últimos
años, que puso frente a frente la reprimida vocación nacional de
justicia económica, política y social, y los viejos caciques negatorios
de los derechos populares, ha de servirnos de ejemplo. En momentos de
gravedad, los hombres argentinos supieron elegir al líder de su
destino e identificaron en el general Perón todas sus ansias negadas,
vilipendiadas y burladas por la oligarquía sirviente de intereses
foráneos. ¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer otra cosa que
no sea consolidar esa histórica conquista? ¡Yo digo que no! ¡Yo
proclamo que no! Y yo les juro que no, a todas las compañeras de mi
Patria.
El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en
nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas, en
el trabajo y en el milagro repetido de la creación.
¡Bordamos los colores de la Patria sobre las banderas
libertadoras de medio continente! ¡Afilamos las puntas de las lanzas
heroicas que impusieron a los invasores la soberanía nacional!
Fecundamos la tierra con el sudor de nuestras frentes y
dignificamos con nuestro trabajo la fábrica y el taller. Y votaremos
con la conciencia y la dignidad de nuestra condición de mujeres,
llegadas a la mayoría de edad cívica bajo el gobierno recuperador de
nuestro jefe y líder, el general Perón.
Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en
los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz
es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los
privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro
patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel contra los que
avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional. Una
guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre
nuestro pueblo la injusticia y la sujeción. En esta batalla por el
porvenir, dentro de la dignidad y la justicia, la Patria nos señala un
lugar que llenaremos con honor. Con honor y con conciencia. Con
dignidad y altivez. Con nuestro derecho al trabajo y nuestro derecho
cívico.
Somos las mujeres, misioneras de paz. Los sacrificios y las luchas sólo han logrado, hasta ahora, multiplicar nuestra fe.
Alcemos, todas juntas, esa fe, e iluminemos con ella el
sendero de nuestro destino. Es un destino grande, apasionado y feliz.
Tenemos para conquistarlo y merecerlo, tres bases insobornables,
inconmovibles: una ilimitada confianza en Dios y en su infinita
justicia; una Patria incomparable a quien amar con pasión y un líder que
el destino moldeó para enfrentar victoriosamente los problemas de la
época: el general Perón.
Con él y con el voto, contribuiremos a la perfección de la democracia argentina. Nada más.