Ante todo, en lo que se refiere en general al porvenir y al desenvolvimiento de la humanidad, y dejando de lado toda consideración de política actual, el fascismo no cree en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua. Rechaza, por consiguiente, al pacifismo, que oculta una renuncia a la lucha y una cobardía frente al sacrificio. Solamente la guerra eleva todas las energías humanas al máximo de tensión e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen la virtud de afrontarla. Las demás pruebas no son sino sucedáneas y jamás colocan al hombre frente a sí mismo, en la alternativa de vida o muerte. Por lo tanto, una doctrina que parte del postulado previamente establecido de la paz, es ajena al fascismo, como son ajenas al espíritu del fascismo, aunque las acepte en la medida de la utilidad que pudieran tener en determinadas situaciones políticas, todas las construcciones internacionalistas y societarias, las cuales, como demuestra la historia, pueden disiparse al viento, cuando elementos sentimentales, ideales y prácticos mueven a tempestad el corazón de los pueblos. El fascismo transporta este espíritu antipacifista incluso en la vida de los individuos. El orgulloso lema escuadrista «me ne frego
» (expresión popular que equivale a «se me da un ardite »), escrito en las vendas de una herida, no es solamente un acto de filosofía estoica, no es solamente el resumen de una doctrina política : es la educación al combate, la aceptación de los riesgos que el mismo comporta ; es un nuevo estilo de vida italiano. Así, el fascista acepta, ama la vida, ignora y considera cobarde el suicidio ; comprende la vida como deber, elevación, conquista ; la vida que ha de ser alta y plena : vivida por sí, pero sobre todo por los otros, próximos o lejanos, presentes y futuros
Benito Mussolini, el Fascismo (Doctrina e instituciones) 1937