Señores:
estamos en un momento de expectación solemne como si de la urna
electoral hubiese de salir el fallo de nuestros destinos. En cuanto a
mí, estoy tranquilo. Yo sé ya quién es el verdadero triunfador, y creo
ser el intérprete fiel de todos al proclamar en alta voz quién será ese
triunfador y quién debe serlo. (Aplausos y vivas.)
Todo
puede ponerse en duda en este momento, todo, menos el sentimiento
público del pueblo de Buenos Aires, y menos los grandes destinos que
espera a nuestra patria.
El
pueblo de Buenos Aires ha expresado su sentimiento por medio del voto
libre y espontáneo en los comicios públicos, y lo expresa en este
momento al celebrar su triunfo pacífico. Quiere la nacionalidad que él
ayudó a consolidar; quiere la paz fecunda del trabajo; quiere la unión
de los pueblos hermanos sin antagonismo; quiere la libertad y la pureza
del sufragio, y quiere sobre todo la verdad de la República, por la
práctica leal y sincera de las instituciones que nos rigen. (Aplausos)
Esto quiere el pueblo de Buenos Aires, y esto es lo que triunfará.
Ahora,
cualquiera que sea el nombre que salga de la urna electoral, y
cualquiera que sea el hombre elegido para gobernarle, todos sabemos que
los destinos de la República Argentina en el presente y el futuro no
están simbolizados por un nombre; no dependen de la voluntad ni de la
inteligencia de un hombre, y que a través de los tiempos está llamada a
recorrer triunfante su camino, haciendo prevalecer los grandes
principios de la democracia. (Vivas y aplausos.)
Si
los candidatos cuyos nombres se han inscrito en las banderas
electorales, desapareciesen de la escena de este mundo, si todos los que
han tomado parte en esta lucha de opinión bajasen hoy al sepulcro, a
todos nos asiste la fe de que lo único inmortal en medio de nuestras
luchas es el pueblo argentino, que se perpetuará en nuestros hijos, y
que cuando todos desapareciesen renacería de nuestras cenizas. (Grandes aplausos.)
Con
esta seguridad, con estos sentimientos, con esta fe robusta en el alma,
yo os pido me acompañéis a dar un viva a todas las provincias del
pueblo argentino, a todas sin excepción, desde Corrientes a Jujuy, desde
los Andes hasta el Chaco, saludándolas y ofreciéndolas su concurso, así
a las que nos han acompañado con el voto de la mayoría, como a las que
en minoría han luchado con valor cívico en el terreno de la ley. (Aplausos.)
Señores:
¡vivan las provincias unidas del Río de la Plata, verdaderamente
unidas! Y ¡viva Buenos Aires su invencible cabeza de columna en las
luchas de la libertad argentina! (Aplausos prolongados.)
Fuente: Bartolomé Mitre, Arengas, Buenos Aires, Editor Carlos Casavalle, 1889.