KARL MARX
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA FIESTA DEL ANIVERSARIO DEL "PEOPLE'S PAPER" Publicado en el "People's Paper", Nº 207, del 19 de abril de 1856.
Las
llamadas revoluciones de 1848 no fueron más que pequeños hechos
episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la
sociedad europea. Bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el
abismo que se extendía por debajo. Demostraron que bajo esa superficie,
tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo
necesitaban ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos
continentes enteros de duros peñascos. Proclamaron, en forma ruidosa a
la par que confusa, la emancipación del proletariado, ese secreto del
siglo XIX y de su revolución.
Bien
es verdad que esa revolución social no fue una novedad inventada en
1848. El vapor, la electricidad y el telar mecánico eran unos
revolucionarios mucho más peligrosos que los ciudadanos Barbés, Raspail y
Blanqui. Pero, a pesar de que la atmósfera en la que vivimos ejerce
sobre cada uno de nosotros una presión de 20.000 libras, ¿acaso la
sentimos? No en mayor grado que la sociedad europea sentía, antes de
1848, la atmósfera revolucionaria que la rodeaba y que presionaba sobre
ella desde todos los lados.
Nos
hallamos en presencia de un gran hecho característico del siglo XIX,
que ningún partido se atreverá a negar. Por un lado, han despertado a la
vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no
hubiese podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas
precedentes. Por otro lado, existen unos [514] síntomas de decadencia
que superan en mucho a los horrores que registra la historia de los
últimos tiempos del Imperio Romano.
Hoy
día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que
las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más
fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del
trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten,
por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los
triunfos del arte parecen adquiridos al precio de cualidades morales. El
dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor; pero, al
mismo tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su
propia infamia. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar
más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros
inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas
materiales, mientras que reducen la vida humana al nivel de una fuerza
material brota. Este antagonismo entre la industria moderna y la
ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otra; este
antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de
nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible. Unos
partidos pueden lamentar este hecho; otros pueden querer deshacerse de
los progresos modernos de la técnica con tal de verse libres de los
conflictos actuales; otros más pueden imaginar que este notable progreso
industrial debe complementarse con una regresión política igualmente
notable. Por lo que a nosotros se refiere, no nos engañamos respecto a
la naturaleza de ese espíritu maligno que se manifiesta constantemente
en todas las contradicciones que acabamos de señalar. Sabemos que para
hacer trabajar bien a las nuevas fuerzas de la sociedad se necesita
únicamente que éstas pasen a manos de hombres nuevos, y que tales
hombres nuevos son los obreros.
Estos
son igualmente un invento de la época moderna, como las propias
máquinas. En todas las manifestaciones que provocan el desconcierto de
la burguesía, de la aristocracia y de los pobres profetas de la
regresión, reconocemos a nuestro buen amigo Robin Goodfellow [2],
al viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno
zapador que se llama Revolución. Los obreros ingleses son los
primogénitos de la industria moderna. Y no serán, naturalmente, los
últimos en contribuir a la revolución social producida por esa
industria, revolución que significa la emancipación de su propia clase
en todo el mundo y que es tan universal como la dominación del capital y
la esclavitud asalariada. Conozco las luchas heroicas libradas por la
clase obrera inglesa desde mediados del siglo pasado, y que no son tan
famosas por haber sido mantenidas en la oscuridad y silenciadas por los
historiadores burgueses. Para vengarse de las iniquidades cometidas por
las clases [515] gobernantes, en la Edad Media existía en Alemania un
tribunal secreto llamado Vehmgericht [*]. Si alguna casa aparecía marcada con una cruz roja, el puchlo saljía que el propietario de dicha casa había sido condenado por Vehm.
Hoy día, todas las casas de Europa están marcadas con la misteriosa
cruz roja. La Historia es el juez; el agente ejecutor de su sentencia
es el proletariado.
Publicado en el "People's Paper", Nº 207, del 19 de abril de 1856.