Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme
asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los
acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares,
movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al
levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o
perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles,
apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de
ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de
represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con
fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al
pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas,
vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones,
desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar
una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa
ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi
esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista
sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta
ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les
sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan.
Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del
mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus
hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún
derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra ‘monstruos’ brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso
material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una
expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del
pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era
totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten.
Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y
templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un
solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra
quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera.
Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la
libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido
político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin
nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el
régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de
una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que
ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica,
en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo
rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el
mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el
odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para
librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este
método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero
no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que
tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios, que murió
ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi
sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad
de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo
conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que
quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser
embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que
el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las
manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los
argentinos. Viva la patria.
12 de Junio de 1956