El movimiento revolucionario de Octubre de 1934. seguramente el acontecimiento
más trascendental en la historia del proletariado de nuestro país,
puso de relieve con caracteres salientes la falta de un gran partido socialista
revolucionario.
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Para que triunfara la revolución burguesa en Inglaterra y en
Francia -las dos grandes revoluciones burguesas clásicas- hubo necesidad
de un partido revolucionario de la burguesía: el “independiente” de
Cromwell en la primera, y el jacobino de Robespierre y Saint-Just, en la segunda.
Para que se impusiera la revolución de Octubre en Rusia, Lenin tuvo
antes que forjar un partido, el partido bolchevique.
Sin partido revolucionario de la clase trabajadora, no es posible la
victoria de la revolución socialista.
El fracaso de la insurrección de Octubre, en nuestro país,
fue debido, en primer lugar, a la falta de ese partido.
Esta constatación era la primera que tuvo que hacerse todo marxista
al sacar las consecuencias históricas del movimiento revolucionario
de Octubre.
Llegaron a esa misma conclusión dos organizaciones comunistas
que hasta entonces se habían mantenido distanciadas: el Bloque Obrero
y Campesino y la Izquierda Comunista. Al coincidir en la apreciación
del examen crítico de los hechos y asimismo en las perspectivas generales,
era natural que se fusionaran, demostrando prácticamente que la teoría
del partido único no era una simple consigna de agitación, sino
que realmente constituía, tanto para el BOC como para la Izquierda
Comunista, el motivo capital de toda su actuación en el presente momento.
El Congreso de unidad, celebrado en Barcelona el 29 de septiembre de
1935-al cumplirse el año de la sublevación de Octubre-, era
una primera concreción práctica de las deducciones de aquel
primer acto de la segunda revolución.
El Partido Obrero de Unificación Marxista (Bloque Obrero y Campesino
e Izquierda Comunista unificados) ha nacido de la fusión de dos organizaciones
marxistas revolucionarias, teniendo como objetivo capital de toda su actuación
la
unidad revolucionaria de la clase trabajadora, premisa indispensable
para el triunfo de la revolución democrático-socialista en
nuestro país.
I
COMO VE LA ACTUAL SITUACIÓN POLÍTICA Y COMO SE SITÚA ANTE ELLA EL PARTIDO OBRERO DE UNIFICACIÓN MARXISTA
COMO VE LA ACTUAL SITUACIÓN POLÍTICA Y COMO SE SITÚA ANTE ELLA EL PARTIDO OBRERO DE UNIFICACIÓN MARXISTA
La fase actual de la revolución que tiene lugar en España
es un momento de transición entre la contrarrevolución fascista
y la revolución democrático-socialista.
Esta situación viene prolongándose desde 1931 y puede continuar
todavía durante algún tiempo con oscilaciones, ya sea hacia
la izquierda, ya hacia la derecha. Pero inexorablemente el desenlace final
será: socialismo o fascismo. O el ejemplo de la revolución de
Octubre rusa, o el de Italia y Alemania. O triunfarán las fuerzas contrarrevolucionarias
de la gran burguesía y de los residuos feudales, imponiendo la más
implacable y desenfrenada dictadura de tipo fascista -y esto significaría
la desaparición orgánica del movimiento obrero durante todo
un período-, o será la clase trabajadora la que obtenga la
victoria, implantando la dictadura del proletariado que llevará a
cabo la revolución democrática truncada en manos de la pequeña
burguesía, para pasar sin solución de continuidad a la revolución
socialista.
El carácter de la revolución en nuestro país no es
simplemente democrático, sino que es democrático-socialista.
Solamente si la clase trabajadora toma el Poder se llevará a término
la revolución democrática íntimamente enlazada, en esta
época histórica, con la revolución socialista.
La burguesía ha perdido toda capacidad revolucionaria. No puede
mantenerse sobre las bases de la democracia. Evoluciona más o menos
de prisa, según las circunstancias, hacia una situación fascista,
ya que el fascismo es la manifestación política de la decadencia
de la burguesía.
La clase trabajadora es la única garantía de la verdadera
democracia. Por medio de la defensa impertérrita de las reivindicaciones
democráticas que la burguesía teme (burguesía de izquierda)
y destruye (burguesía de derecha), la clase trabajadora llegará
hasta el umbral de la revolución socialista.
El proletariado debe convertirse en el heraldo verdadero de las conquistas
democráticas. Ha de ser el gran libertador que aporte la solución
ansiada a los problemas de la revolución democrática: tierra,
nacionalidades, estructuración del Estado, liberación de la
mujer, destrucción del Poder de la Iglesia, aniquilamiento de las castas
parasitarias, mejoramiento moral y material de la situación de los
trabajadores.
La dictadura del proletariado-transitoria, pues sólo existirá
hasta que se hayan borrado las diferencias de clases y las clases, por lo
tanto-, no destruirá la democracia, sino que, por el contrario, la
afianzará dando vida a la democracia verdadera: la democracia obrera.
El proletariado tomará el Poder cuando el interés general
de la inmensa mayoría de la población y el de la clase trabajadora
coincidan y exista -es condición indispensable- un fuerte partido
socialista revolucionario.
El proletariado ha de tender al mismo tiempo que a forjar un partido,
a convertirse en el centro de atracción de las grandes masas populares,
sedientas de una estructuración social más justa que la presente.
Para ello ha de desplegar una doble acción convergente: con respecto
a la clase trabajadora en general y con respecto a las clases intermedias:
pequeña burguesía, clase media, campesinos.
Por lo que se refiere a la clase trabajadora, el Partido Obrero sostiene
la necesidad de: Primero, unidad de acción de todos los trabajadores,
formando el frente único horizontal y verticalmente. Alianza Obrera
local y regional, y Alianza Obrera nacional. Segundo, unidad sindical. Todas
las organizaciones sindicales existentes que reconozcan la lucha de clases,
han de integrarse constituyendo localmente un solo sindicato de ramo o industria,
una sola Federación local, y nacionalmente, una Central Sindical Única.
Tercero, un solo Partido Marxista Revolucionario.
En relación con la pequeña burguesía, el Partido
Obrero ni adopta la clásica posición de la social democracia
de un contacto orgánico permanente con los partidos pequeño-burgueses
que últimamente ha revalidado la Internacional Comunista con el llamado
Frente Popular, ni adopta tampoco la absurda posición de poner a la
pequeña burguesía en el mismo saco que la gran burguesía.
Los partidos pequeño burgueses han traicionado por incapacidad,
impotencia y cobardía las promesas que habían hecho a los
obreros, a los campesinos e incluso a la propia pequeña burguesía.
Por eso, es una cuestión inexcusable la lucha ideológica y
táctica contra esos partidos demagógicos con objeto de sacar
de su radio de influencia a las masas trabajadoras que todavía le
siguen, y atraer al mismo tiempo a una parte de la pequeña burguesía,
sobre todo a los campesinos, neutralizando a la otra.
El fascismo, impulsado por la gran burguesía, se fundamenta principalmente
sobre la pequeña burguesía y clases medias arruinadas y empobrecidas.
Esta pequeña burguesía se orienta hacia el fascismo cuando
han fracasado los partidos de la pequeña burguesía y el movimiento
obrero se presenta dividido y sin capacidad para hacer triunfar la revolución
que resuelva de una manera definitiva los problemas democrático-socialistas
planteados.
[Error de impresión en la fuente utilizada respecto al párrafo
siguiente que no aparece completo. Dicho párrafo no figura en la
reedición contenida en “La revolución española en la
práctica”, Víctor Alba, 1977] (...) Hay que saber distinguir
aquellos momentos históricos en que la amenaza contrarrevolucionaria
sea extraordinariamente grave y convenga entonces hacer pactos circunstanciales,
transitorios, manteniendo siempre, no obstante, la independencia orgánica
del Partido Obrero y el derecho de crítica de los partidos pequeño
burgueses.
Esta posición es justa. Lenin aceptaba los pactos circunstanciales
con la burguesía radical. Pero de esta posición a la que últimamente
ha puesto en marcha la Internacional Comunista -Frente Popular- que encadena
el movimiento obrero a la burguesía, media un abismo.
II
EL PROBLEMA DE LA UNIFICACIÓN MARXISTA
EL PROBLEMA DE LA UNIFICACIÓN MARXISTA
No existe todavía en España, desgraciadamente, el gran Partido
Socialista Revolucionario que la revolución necesita. Y sin embargo,
cada día más, las necesidades revolucionarias hacen apremiante
la formación del partido que conduzca la revolución a su triunfo.
El Partido Socialista no es el partido que la revolución exige.
y no lo es porque el Partido Socialista, a pesar de la rectificación
iniciada, que hay que reconocer, continúa siendo fundamentalmente
un partido de tipo socialdemócrata. Contiene dentro de él tres
tendencias opuestas: Primera, derechista, reformista hasta la médula,
reproducción fiel de lo que fue la socialdemocracia alemana y de
lo que es el laborismo inglés. Segunda, centrista, republicanizante,
profundamente menchevique, que no aspira a otra cosa que ayudar a los republicanos
pequeño burgueses. La tendencia centrista que tiene la dirección
del partido Socialista, parte del supuesto que nuestra revolución
es democrática y no democrático-socialista, negándose
por consiguiente a reconocer la necesidad de que la clase trabajadora tome
el Poder por medio de la insurrección armada. Tercera, izquierdista,
representada por las Juventudes y por una fracción importante del
propio Partido, que lucha contra la tendencia reformista y la centrista.
En la perspectiva de la unificación marxista es el ala izquierda del
Partido Socialista la que tiene una mayor importancia. No obstante, el ala
izquierda socialista mantiene sobre muchas cuestiones posiciones equivocadas
fundamentalmente. Por ejemplo, ha iniciado su orientación hacia la
política de la Internacional Comunista, cuando precisamente la IC
en su VII Congreso ha hecho un viraje radical, inaugurando una política
que se encuentra situada a la derecha de la extrema derecha socialdemócrata.
La izquierda socialista, además, no se ha pronunciado todavía
de una manera clara sobre cuestiones tan importantes como la Alianza Obrera,
la unidad sindical, la unidad marxista revolucionaria.
Como vemos, el Partido Socialista está muy lejos de constituir
un todo fuertemente centralizado y unificado en el pensamiento y en la acción.
No tiene nada que le aproxime al tipo de Partido bolchevique. En su seno conviven
todas las tendencias, desde la que se afirma ser leninista, hasta la evolucionista
de carácter laborista, pasando por la meramente republicana. De hecho,
se aproxima más a una Federación de diferentes tendencias que
a un partido fuertemente cohesionado.
Doctrinalmente, el Partido Socialista no ha logrado asimilar no ya las
doctrinas de Lenin, que ni siquiera las de Marx y Engels. Ha sido un rasgo
característico del viejo Partido Socialista Obrero Español,
su insuficiencia teórica. Mantiene posiciones equívocas respecto
a la definición del carácter de la etapa actual de la revolución
española. No ha tomado una posición justa respecto al problema
de las nacionalidades y al de la tierra. Se ha colocado de una manera completamente
socialdemócrata ante el problema de la guerra, respaldando a la Sociedad
de las Naciones.
El Partido Comunista de España no es tampoco el Partido bolchevique
de nuestra revolución. Sujeto, como sección oficial de la
Internacional Comunista a las fluctuaciones de la política exterior
del Estado Soviético, se ve obligado a actuar de acuerdo no con las
necesidades del movimiento revolucionario en nuestro país, sino de
conformidad con las conveniencias de la diplomacia soviética, lo que,
con frecuencia, está en abierta contradicción.
Comienza por faltar en el Partido Comunista un régimen de democracia
interna. La línea política, la táctica, incluso el
propio nombramiento de los Comités directivos, son determinados no
por el partido en sus Congresos, sino
por órdenes procedentes de Moscú.
No hay mas que ver las oscilaciones tácticas seguidas por el Partido
Comunista de España (sección española de la Internacional
Comunista) desde que se proclamó la República hasta ahora para
darse cuenta de su artificialidad.
Al proclamarse la República, el 14 de Abril, el Partido Comunista
de España, siguiendo, como es natural, instrucciones de arriba, gritaba:
“¡Abajo la República!”, “¡Vivan los Soviets!”. Objetivamente,
el PC, sin quererlo, se ponía al lado de los monárquicos más
empedernidos. Han transcurrido más de cinco años, y la república
burguesa está completamente desprestigiada. Su nombre ha sido manchado
por torrentes de sangre proletaria y por los negocios más fraudulentos
y escandalosos. Y es en ese momento, cuando la clase trabajadora, después
de la experiencia de Octubre, debe ser orientada hacia la toma del Poder,
que el Partido Comunista, siguiendo los mandatos de Moscú, de un salto
se coloca a la derecha de la derecha socialista. Para el Partido Comunista,
el dilema “fascismo o socialismo” se ha convertido en breves instantes en
este otro: “fascismo o democracia. Una consigna completamente republicano-burguesa
encuentra en el Partido Comunista su más firme apoyo.
En la cuestión de frente único, el Partido Comunista de
España no ha podido tener una actitud más desgraciada. Fue
el Partido que pretendía monopolizar la bandera del Frente único.
Ahora bien, cuando el Frente único cristalizó prácticamente
en forma de Alianza Obrera, esto tuvo lugar al margen del Partido Comunista
y con su oposición sistemática encarnizada. Durante largo tiempo,
el PC combatió la Alianza Obrera a la que llegó oficialmente,
a calificar incluso de «Santa Alianza de la Contrarrevolución».
No obstante, unos meses después, ante una corriente irresistible
de movimiento hacia la Alianza Obrera, el Partido Comunista rectificó
en 24 horas, adhiriendo a la Alianza Obrera el día 4 de octubre,
cuando la batalla ya había empezado.
El Partido Comunista, con esta inestabilidad, hija de su falta absoluta
de democracia interna, y por su desvío cada vez más acentuado
de la política tradicional del bolchevismo, está asimismo
muy lejos de ser el partido de la revolución.
El Partido Obrero de Unificación Marxista, resultado de la fusión
del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista, cree que nos es
posible enfocar las cosas hacia el ingreso de todos los marxistas en un determinado
partido ya existente. El problema no es de ingreso o de absorción,
sino de unificación marxista revolucionaria. Es un Partido nuevo
el que precisa formar mediante la fusión de los marxistas revolucionarios.
El Partido Obrero cree que la unificación marxista revolucionaria
-que nada tiene que ver con un absurdo amontonamiento de tipo laborista
-se prepara por medio de una clarificación previa de posiciones. «Antes
de unirnos ya fin de unirnos es preciso que nos diferenciemos», dijo
Lenin.
El Partido Obrero opina que las premisas fundamentales para que la unificación
marxista revolucionaria sea un hecho son las siguientes:
Primera. La revolución española es una revolución
de tipo democrático-socialista. El dilema es: socialismo o fascismo.
La clase trabajadora no podrá tomar el Poder pacíficamente,
sino por medio de la insurrección armada.
Segunda. Una vez tomado el Poder, establecimiento transitorio de
la dictadura del proletariado. Los órganos de Poder presupone la más
amplia y completa democracia obrera. El Partido de la revolución no
puede, no debe ahogar la democracia obrera.
Tercera. Necesidad de la Alianza Obrera localmente y nacionalmente.
La Alianza Obrera debe pasar necesariamente por tres fases: Primera, órgano
de Frente Único, llevando a cabo acciones ofensivas y defensivas
legales y extralegales; segunda, órgano insurreccional; y tercera,
órgano de Poder.
Cuarta. Reconocimiento de los problemas de las nacionalidades.
España quedará estructurada en forma de Unión Ibérica
de Repúblicas Socialistas.
Quinta. Solución democrática, en su primera fase,
del problema de la tierra. La tierra para el que la trabaja.
Sexta. Ante la guerra, transformación de la guerra imperialista
en guerra civil. Ninguna esperanza en la Sociedad de las Naciones, que es
el frente único del Imperialismo.
Séptima. El Partido Unificado permanecerá al margen
de la II y III Internacionales, fracasadas ambas, luchando por la unidad
socialista revolucionaria mundial hecha sobre bases nuevas.
Octava. Defensa de la URSS pero no favoreciendo su política
de pactos con los estados capitalistas, sino por medio de la acción
revolucionaria internacional de la clase trabajadora. Derecho de criticar
la política de los dirigentes de la URSS que pueda ser contraproducente
para la marcha de la revolución mundial.
Novena. Régimen permanente de centralismo democrático
en el Partido Unificado.
Ya existe un partido-el Partido Obrero-que defiende con entusiasmo la
tesis justa de la unidad. Esto constituye, no hay duda, un factor importante.
Lo que precisa ahora es ganar a este punto de vista a los sectores realmente
marxistas de los partidos socialista y comunista para que ambos conquistados
a la idea de un sólo partido socialista revolucionario, se pronuncien
por un Congreso de unificación marxista revolucionario.
III
EL FRENTE ÚNICO: ALIANZA OBRERA
EL FRENTE ÚNICO: ALIANZA OBRERA
Las dos organizaciones que fusionadas han constituido el Partido Obrero
de Unificación Marxista -el Bloque obrero y Campesino y la Izquierda
Comunista- han tenido una participación directa, y en algunos casos
decisiva, en la formación de las Alianzas Obreras.
Para el Partido Obrero, la Alianza Obrera -unidad de acción- es,
sin ningún género de dudas, en la historia de nuestro movimiento
obrero, un acontecimiento trascendental. Por medio de la Alianza Obrera, el
movimiento obrero concentra sus fuerzas sin necesidad de destruir la independencia
y características de sus organizaciones tradicionales.
La Alianza Obrera viene a desempeñar en nuestro país basándose
en las condiciones del movimiento obrero, el papel que en la revolución
rusa representaron los soviets: órganos de frente único, primero,
insurreccionales luego, e instrumentos de Poder, después. Cuando la
clase trabajadora conquiste el Poder, el Estado burgués actual deberá
ser reemplazado por algo nuevo que está precisamente en germen en la
Alianza Obrera.
Son, pues, tres las fases que se han de dar en el proceso evolutivo, estrechamente
ligado al de la revolución, de la Alianza Obrera: frente único
ofensivo y defensivo, insurreccional y de Poder.
La Alianza Obrera ya no es una simple hipótesis. Constituye una
realidad. Ha pasado por el fuego de una formidable revolución, dando
pruebas indiscutibles de su fuerza y capacidad representativa. Las jornadas
de Octubre de 1934 fueron la cristalización dinámica de la
Alianza Obrera. En primer lugar, la Alianza Obrera, durante el transcurso
de los meses que precedieron a Octubre, logró formar, en gran parte,
la unidad de acción de las masas trabajadores. Y porque esta unidad
se constituyó, fue posible el movimiento insurreccional de Octubre.
Los dos focos principales de la acción insurreccional fueron Asturias
y Cataluña. En Asturias en donde la Alianza Obrera estaba formada
por todas las organizaciones, los anarquistas incluso, el movimiento obrero
se impuso desde el primer instante. En Cataluña, la Alianza Obrera
no era completa, ya que estaban al margen de ella los anarco-sindicalistas.
No obstante la decadencia del anarquismo en Cataluña durante los últimos
tiempos, no hay duda que su falta en la Alianza Obrera contribuyó
en gran medida a que la insurrección obrera no llegara en Cataluña
hasta las últimas consecuencias como en Asturias.
Si la insurrección de Octubre en general fue vencida, se debió
a que nos existía aún un vasto movimiento de Alianza Obrera,
Frente Único, en todo el país, ni tampoco un Partido Socialista
Revolucionario con fuerza y autoridad para convertirse en el eje real de
ese Frente Único.
Es esa constatación la que lleva el Partido Obrero a formular la
necesidad perentoria, al lado de la constitución de un Partido Marxista
Revolucionario único, de dar a la Alianza Obrera -germen de nuestro
soviet- la gran importancia que tiene.
Respecto a la Alianza Obrera, mantienen una actitud equivocada los camaradas
socialistas, anarquistas y comunistas oficiales, como vamos a ver.
Los socialistas afirman que la Alianza Obrera sólo puede tener
el carácter de instrumento insurreccional. Es decir, le niegan las
condiciones de su primera fase -Frente Único- y las de la tercera-
órgano de Poder. El hecho de ver la Alianza Obrera, no como un proceso,
sino simplemente como algo rígido, estratificado, demuestra que los
socialistas que mantienen esta posición, no han comprendido todavía
el sentido de la revolución proletaria. La Alianza Obrera, como ya
hemos dicho, no puede ser instrumento insurreccional si antes no lo ha sido
de Frente Único, o sea unidad de acción ofensiva y defensiva.
Y un partido
obrero que aspira a la insurrección y no tenga preparado el órgano
adecuado de Poder, no hará nunca la insurrección y si la hace,
quedará reducida a un golpe de Estado, sin que pueda asentar el Poder
conquistado sobre bases sólidas e indestructibles. El Partido no debe
ser un órgano de Poder. Es completamente falsa la posición de
aquellos socialistas que dicen: «El Poder, para el Partido Socialista».
El Poder no ha de ser para éste o aquel partido, sino para la clase
trabajadora, que ha de ejercerlo a través de sus órganos democráticos-soviets,
consejos, alianzas obreras.
Partiendo del principio axiomático que socialismo y democracia
obrera son inseparables, que no puede haber socialismo sin democracia obrera,
ni democracia obrera sin socialismo, el problema de cuales serán los
órganos de Poder ha de ser planteado a tiempo. Decía Lenin:
«Si la fuerza creadora de las clases revolucionarias no hubiese dado
vida a los soviets, la revolución proletaria no tendría ningún
porvenir, ya que hubiese sido imposible al proletariado guardar el Poder con
el antiguo aparato de Estado y es imposible crear de súbito un nuevo
mecanismo gubernamental». Trasladando a España el sentido de
lo que manifestara Lenin, podemos decir que sin Alianzas Obreras constituidas,
organizadas, con vida propia, fuertemente arraigadas, la clase trabajadora
no conseguirla guardar el Poder, aunque lo tomara por sorpresa.
La posición de los socialistas que mantienen una tal actitud con
respecto a la Alianza Obrera es, pues, completamente equivocada.
El porvenir de nuestra revolución está ligado al desarrollo
de la Alianza Obrera.
La situación político-social presente coloca la Alianza
Obrera en su primera fase: la de Frente Único de todos los trabajadores.
Contra la Alianza Obrera en esta etapa -sin la cual no pueden existir
ni la segunda ni la tercera- se alzan los socialistas y los anarquistas.
Si el parecer de los socialistas y de los anarquistas que, en último
término, coinciden en los resultados finales, prevaleciera, no habría
Frente Único y, como consecuencia, la revolución quedaría
truncada.
Los anarquistas, en la cuestión de Frente Único (Alianza
Obrera), igual que en la de la unidad sindical, no tienen posiciones fijas,
no responden a una tesis determinada. En su seno hay ideas contrapuestas.
Prueba evidente de que son extremadamente vulnerables. Las masas anarquistas
con sentido clasista, tanto como las que siguen a los socialistas, son materia
prima revolucionaria de un valor formidable. Y esas masas si ven el movimiento
de unidad no como una maniobra, sino como una marcha hacia la acción
revolucionaria, irán a la unidad, como los anarco-sindicalistas de
Asturias que se enrolaron en la Alianza Obrera.
La Alianza Obrera ha de existir, ganando a las masas socialistas y a los
anarquistas a la concepción de su necesidad, imprescindible. La Alianza
Obrera ha de ensancharse. Toda, absolutamente toda la clase trabajadora ha
de formar parte de las Alianzas Obreras. Y, además, el funcionamiento
de las Alianzas Obreras ha de democratizarse, dejando de ser, progresivamente,
una superorganización formada desde arriba para afirmarse sobre la
gran cantera de las masas trabajadoras actuando democráticamente. De
una manera gradual, las Alianzas Obreras han de transformarse adoptando las
características de los soviets en la Revolución rusa.
Es errónea, por otra parte, la posición de aquellos –pues
existen- que llevan su entusiasmo por la Alianza Obrera hasta tal punto
que llegan a olvidar incluso o subvalorizar el papel del Partido Obrero Revolucionario.
Un Frente Único obrero, por amplio que sea, si no tiene un eje central
que lo mueva, y este no puede ser otro que el Partido Socialista Revolucionario,
es una herramienta mellada. La Alianza Obrera, en sus tres etapas de Frente
Único, instrumente insurreccional y órgano de Poder, requiere,
indispensablemente, la presencia del Partido Obrero Marxista Revolucionario
en sus funciones de orientador, de guía, de vanguardia. Sin Partido
dotado de una teoría revolucionaria, la Alianza Obrera pudiera convertirse
en un pedestal para que se formara un Frente Popular republicano-obrero-reformista,
como propugna ahora el Partido Comunista de España.
El Partido Comunista oficial, aun cuando ahora afirma ser partidario de
la Alianza Obrera, trata, de hecho, de sustituirla por el Frente Popular.
La política de Frente Popular que la Internacional Comunista lleva
actualmente a cabo en muchos países, y entre ellos, el nuestro, constituye
la ruptura completa con tradiciones del marxismo.
El Frente Popular, tal como lo propaga la IC, es el contacto orgánico
permanente del movimiento obrero y la burguesía liberal.
Esta nueva táctica de la IC entraña tantos peligros, sino
más todavía, que el propio sectarismo llevado a cabo durante
el llamado «tercer período», que consistió en
una guerra irreconciliable contra la socialdemocracia.
Por medio del Frente Popular se pierden totalmente las diferencias de
clase y se asesta, por lo tanto, un golpe a la lucha de clases, que es la
piedra angular del marxismo.
Si la política del «social-fascismo» condujo al triunfo
fascista, la política del Frente Popular lleva directamente a la
guerra.
En Francia, que es donde el Frente Popular está en pleno apogeo,
se ha podido ver cómo el Partido Comunista ha liquidado totalmente
su actuación antimilitarista, ha votado los créditos de guerra,
y constituye uno de los más fuertes defensores de la «unión
sagrada».
Si la guerra entre Francia y Alemania estalla, los comunistas franceses,
en virtud de la política del Frente Popular, serán los entrenadores
en el seno de la masa trabajadora en favor de la lucha armada, y en defensa
del imperialismo alemán [sic, debe querer decir francés
].
En España, la actuación del Partido Comunista oficial conduce
a posiciones parecidas. Los gobiernos burgueses de izquierda encuentran el
más firme apoyo de los comunistas estalinianos. Prácticamente
esta política de sostén conduce a frenar la acción
de las masas en marcha hacia la revolución socialista. La burguesía
tiene hoy un aliado de un valor enorme: es el Partido Comunista con su defensa
a ultranza del Frente Popular.
La experiencia de los resultados del Frente Popular ya ha sido vivida
en nuestro país. El Partido Socialista, en 1931-1933, practicó
la política del Frente Popular, cuya segunda edición propaga
ahora con entusiasmo el Partido Comunista. La colaboración republicano-socialista
condujo al triunfo de la contrarrevolución, en noviembre-diciembre
de 1933. Las conclusiones serían ahora más catastróficas
aún si la posición de los comunistas oficiales, más
radical-socialista que comunista, prevaleciera.
Esta interpretación nuestra del Frente Popular no está en
contradicción, como pudiera aparentemente suponerse, con el hecho
de que el POUM firmara el documento que sirvió de base para las elecciones
generales del 16 de febrero de 1936. Se trataba entonces de un simple pacto
de carácter electoral teniendo como finalidad principal la Amnistía.
El POUM desarrolló entonces su propaganda con completa independencia,
señalando que al pacto establecido no podía dársele otra
interpretación que el de un compromiso pura y exclusivamente electoral.
El P0UM -como ya se ha indicado más arriba- no rechaza los contactos
y alianzas con la pequeña burguesía, pero estos pactos y alianzas
han de ser siempre para cuestiones concretas y circunstanciales.
Lo otro es el Frente popular, inadmisible para todo marxista revolucionario.
IV
LA CUESTIÓN SINDICAL
LA CUESTIÓN SINDICAL
En España ha existido desde los mismos comienzos del movimiento
obrero organizado una división de la clase trabajadora. Un sector,
dirigido por el Partido Socialista, se agrupó sindicalmente formando
la Unión General de Trabajadores, de tendencia generalmente reformista.
Otro sector, influenciado por el anarquismo, después de una larga
serie de tanteos orgánicos, acabó por constituir la Confederación
Nacional del Trabajo.
CNT y UGT, la organización sindical anarcosindicalista y la socialista,
han ejercido de hecho el monopolio de la organización sindical de
la clase trabajadora en nuestro país.
Esta división ha sido funesta para el movimiento obrero. Una de
las causas de la relativa estabilidad del capitalismo en España hay
que achacarla a esta escisión histórica de nuestro movimiento
obrero. La burguesía ha encontrado un terreno propicio mientras la
clase trabajadora partida en dos trozos se combatía incesantemente.
La consigna sindical del Partido Obrero de Unificación Marxista,
en éste como en los demás aspectos del problema obrero, es
bien categórica: unificación. No hay lugar para dos centrales
sindicales. Una clase. Un frente. Una sola central sindical.
Sin embargo, mientras que en Francia, por ejemplo, el problema de la unificación
sindical ha sido más fácil de resolver que el del Partido Único,
no es el mismo el caso en España. Aquí la unidad sindical tendrá
lugar probablemente más tarde que la unidad política marxista.
La pugna entre anarquistas y socialdemócratas es muy profunda para
que sea posible ganar a la idea de unidad sindical a ambos contendientes.
La división se prolonga desde hace más de medio siglo y no es,
en realidad, cosa fácil superarla en breve tiempo.
De todos modos, la unidad sindical es necesaria y puesto que es necesaria,
tendrá que hacerse. Los marxistas debemos plantearnos de este modo
tan trascendental problema.
Ahora bien, ¿cómo llegar a la unidad sindical?
Los socialistas mantienen también en este dominio actitudes que
nosotros juzgamos equivocadas. Unos dicen: «unidad dentro de la Unión
General de Trabajadores», o no atreviéndose a plantear la cuestión
de la unidad, propugnan otros: «Ingreso en la UGT de todos los sindicatos
autónomos, y unidad de acción entre UGT y la CNT».
Ambas posiciones, mantenidas por unos u otros socialistas, son falsas.
Idénticas en el fondo, ocultan el deseo de mantener constantemente
la escisión obrera. Los anarquistas -y su fuerza sindical es importante-,
no ingresarán jamás en la UGT. El solo hecho de plantearlo
da como resultado inmediato la vigorización de la posición
anarquista.
Los anarquistas se han desarrollado y han crecido en fuerza en tanto que
oposición a la política reformista de los socialistas. En ese
momento de la historia, los anarquistas tenían una gran parte de razón,
mucha más, no hay duda, que los socialistas. Si el Partido Socialista
no es ahora capaz de rectificar su pasado-y la piedra de toque de esta rectificación
la constituye el arduo problema de la unidad-, el anarquismo lejos de desaparecer
puede seguir vegetando con más o menos fuerza, pero siendo bastante
fuerte para mantener la división de la clase trabajadora.
El Partido Obrero planteándose, pues el problema de la unidad en
éste, como en los demás dominios, se cree en el deber de no
limitarse a una simple propaganda de la unidad sindical, sino que trabaja
prácticamente en dicho sentido. A tal efecto, el POUM, aunque partido
peninsular, opina, basándose en el estudio de la realidad, que la clave
para levantar el edificio de la unidad sindical en España, se encuentra
en Cataluña, que es donde la organización sindical está
más disgregada.
La pulverización del movimiento sindical existente en Cataluña
no tiene límites. La Confederación Nacional del Trabajo, que
antes ejerció la supremacía absoluta, ha visto cómo
sus fuerzas iban disminuyendo hasta pasar a una posición indiscutiblemente
minoritaria. La gran masa obrera de Cataluña, está, como consecuencia
del fracaso de la CNT dirigida por los anarquistas de la FAI, desorganizada.
Pero la parte organizada existente se encuentra agrupada así: 1º)
Sindicatos influenciados por el Partido Obrero, seguramente el sector más
importante. 2º) Sindicatos de Oposición en la CNT (treintistas).
3º) Confederación Regional del Trabajo de Cataluña (CNT).
4º) Unión General de Trabajadores (Federación Catalana).
5º) Sindicatos influenciados por la Unión Socialista de Cataluña,
y 6º) Sindicatos Autónomos.
Pues bien, se trata de constituir la Unidad Sindical de los trabajadores
de Cataluña. Esta Unidad Sindical, precisamente por considerarse
como transitoria, en espera de la unificación sindical definitiva
en todo el país, se mantendrá al margen de la Confederación
Nacional del Trabajo y de la Unión General de Trabajadores, luchando
por su unidad, por la formación de una Central Única.
La importancia que este paso pueda tener para el desarrollo ulterior del
movimiento unitario, es incalculable. El hecho de que la clase trabajadora
de Cataluña que ha sido hasta hace poco la base principal de la Confederación
Nacional del Trabajo, levante en alto la bandera de la Unión Sindical
tendrá en toda España una extraordinaria repercusión.
La formación de la Alianza Obrera en Cataluña determinó
como continuación inmediata su extensión a todo el país.
En la cuestión de la Unidad Sindical ocurrirá lo mismo.
Lo interesante en este aspecto, como en los demás, es salir de
la abstracción y partir de un punto concreto. Lo concreto en este
caso, el punto de partida, es empezar la Unidad Sindical en Cataluña.
Lo demás vendrá como consecuencia. Es a esa tarea que en el
orden sindical se consagra el Partido Obrero de Unificación Marxista,
firmemente persuadido de que es el camino más corto para llegar a
la plena realización de la Unidad Sindical en toda España,
logrado lo cual la Unidad Sindical de los trabajadores de Cataluña
pasará automáticamente a ser la Federación Catalana
de la Central Única constituida.
V
EL PROBLEMA DE LA TIERRA
EL PROBLEMA DE LA TIERRA
Partiendo del principio que nuestra revolución es democráticosocialista,
la posición verdaderamente marxista, adoptada por el Partido Obrero,
no puede ser otra que la aplicación, en esta primera etapa revolucionario,
de la consigna clásica: la tierra para el que la trabaja.
Nuestra revolución es democráticosocialista, es decir burguesa
y socialista a la vez. Ahora bien, hay aspectos burgueses, democráticos,
de la revolución que lejos de estar en contradicción con los
objetivos socialistas, concuerdan. El hecho de que los campesinos españoles
tomen la tierra es un acto revolucionario de gran trascendencia, ya que
ayuda a destruir el Poder de los residuos feudales estrechamente unidos a
la gran burguesía.
El proceso de esta revolución es doble: mientras que, por un lado,
los campesinos zaparán con su acción la fortaleza feudal-burguesa,
el proletariado, por el otro lado, comenzará a nacionalizar la gran
industria: mina, transportes, Banca, etc., es decir, iniciará el
aspecto socialista de la revolución. La revolución burguesa
en los campos y la revolución socialista en las ciudades coincidirán.
Ha sido tradicionalmente falsa la actitud de la socialdemocracia con respecto
al problema de la tierra.
La socialdemocracia ha pretendido que no podía conciliar la revolución
burguesa en el campo y la revolución socialista efectuada por el
proletariado. Ha mantenido una posición aparentemente extremista ante
el problema de la tierra, que ha servido, prácticamente, al proponer
objetivos irrealizables de una manera inmediata, para encubrir su carencia
absoluta de espíritu revolucionario.
En países como el nuestro en donde el desarrollo industrial es
primario y el campo ocupa en la economía un lugar importantísimo,
la revolución -revolución democráticosocialista -no
podrá triunfar sin la estrecha colaboración de las fuerzas
progresivas y el proletariado. Una de esas fuerzas progresivas, la principal,
la constituyen precisamente los campesinos en marcha hacia la revolución
agraria. El proletariado ha de ponerse, pues, al frente del movimiento campesino
cuyo objetivo es la conquista de la tierra, destruyendo todos los privilegios
feudales y semifeudales que están en vigor todavía.
Es evidente que esta grandiosa transformación agraria no puede
hacerla la burguesía, como ha sido demostrado de una manera palpable
en nuestro propio país. La burguesía industrial está
ligada por una tupida red de intereses con los residuos del feudalismo, que
constituyen la capa social de los grandes terratenientes. La Reforma Agraria
dictada por las Constituyentes, no fue, en último término,
más que un hábil expediente para frenar la revolución
que estaba madurando en el campo.
El problema no es de reforma, sino de revolución.
La clase trabajadora, al tomar el Poder, entregará a los campesinos
la tierra en usufructo. Es decir, tendrán la tierra en posesión,
no en propiedad, ya que la tierra será nacionalizada, teniendo un
propietario único: el Estado obrero. El campesino dispondrá
de toda la tierra que necesite para poder vivir, pues tierra es lo que sobra
en España, pero no podrá ni venderla ni arrendarla.
El Estado obrero pondrá a disposición de los campesinos
aquellos factores auxiliares indispensables para ellos, pero que, bajo el
régimen capitalista, están monopolizados: transportes, abonos,
crédito, máquinas, dirección técnica, etc.
El Estado obrero organizará por su cuenta directa o ayudará
a la creación cooperativa de grandes granjas colectivas con la consiguiente
industrialización progresiva de la agricultura, ensayos que serán
el comienzo de la segunda fase revolucionaria en el campo, la de la socialización.
Mientras que la clase trabajadora lucha por la toma del Poder, los campesinos
han de ser ganados a nuestra concepción democráticosocialista
del proceso revolucionario, comprendiendo no sólo a los explotados
directos sino asimismo a los arrendatarios, aparceros, pequeños propietarios,
con objeto de crear un vasto movimiento campesino que vea su sola liberación
posible en el triunfo de la clase trabajadora.
VI
EL PROBLEMA NACIONAL
EL PROBLEMA NACIONAL
La socialdemocracia no ha dado nunca al problema de las nacionalidades
la interpretación revolucionaria debida.
Si en el primero de esos aspectos, ha sacrificado la revolución
a la frase, en el segundo, si bien teóricamente se ha visto obligada
a reconocer el derecho de los pueblos a su independencia, en el dominio
práctico ha sido incapaz de salir de los límites del nacionalismo
burgués.
La revolución proletaria -y el ejemplo nos lo ha dado la revolución
rusa-triunfará en tanto que revolución democráticosocialista,
hemos dicho. En el estado actual de la historia, no puede haber ya revoluciones
exclusivamente democráticas, ni en cierta medida, revoluciones exclusivamente
socialistas. La revolución ha de ser democráticosocialista,
en su primera etapa.
Pues bien, las tres fuerzas motrices de esa revolución las constituyen:
el proletariado, el campesino que quiere conquistar la tierra, y el movimiento
de liberación nacional. Si esas tres fuerzas convergen y se encuentran,
el proletariado se convierte en el eje central del movimiento revolucionario.
Sin la unidad de esos tres frentes de lucha, la revolución democráticosocialista
no puede triunfar, sobre todo en un país como el nuestro en donde
el aspecto democrático de la revolución es tan pronunciado.
Esos movimientos de emancipación nacional tienen un contenido democrático
que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente
todas las formas de opresión no se puede mostrar indiferente delante
de la opresión nacional. Los movimientos de emancipación nacional
constituyen un factor revolucionario de primer orden que la clase trabajadora
no puede dejar de lado.
El proletariado sólo puede tener una actitud: sostener activamente
el derecho indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos
y a constituirse en Estado independiente, si esta es su voluntad.
Sosteniendo este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía
nacional, que quiere subordinar los intereses de la clase a los intereses
nacionales y, en los momentos decisivos, se pone al lado de las clases dominantes
de la nación opresora con objeto de aplastar los movimientos populares.
El proletariado, campeón decidido de las reivindicaciones democráticas,
ha de desplazar a la burguesía ya los partidos pequeño-burgueses
de la dirección de las movimientos nacionales que traicionan, y llevar
la lucha por la emancipación de las nacionalidades hasta las últimas
consecuencias.
La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone,
sin embargo, la disgregación de los obreros de las diversas nacionalidades
que componen el Estado, sino, por el contrario, su unión más
estrecha, que es la
única garantía del triunfo.
El reconocimiento del derecho indiscutible de los pueblos a disponer de
sus destinos, de un lado, y la lucha común de los obreros de todas
las naciones del Estado, del otro lado, constituyen la premisa indispensable
de la futura Confederación de pueblos libres.
Los movimientos de emancipación nacional pasan por tres fases.
En la primera, es la burguesía reaccionaria quien los monopoliza,
haciendo de lo que tiene un sentido progresivo y justo, una fortaleza al
servicio de la contrarrevolución. Es lo que sucedió en nuestro
país durante el siglo pasado cuando el carlismo se apoyó sobre
el deseo autonomista latente, y durante una parte del siglo actual en Cataluña
y Vasconia, principalmente, en donde las fuerzas conservadoras se han hecho
suyo el problema autonomista con objeto de utilizarlo como ganzúa para
favorecer sus intereses económicos y para impedir un desarrollo revolucionario.
La segunda etapa está caracterizada por el paso del problema nacional
a manos de la pequeña burguesía, que es lo que se da actualmente
entre nosotros, y de un modo particular en Cataluña. Durante esta fase
la pequeña burguesía -Esquerra en Cataluña- hace una
gran demagogia prometiendo la solución completa del problema nacional.
Pero tan pronto como la pequeña burgues1a constata que la profundización
de la revolución democrática, en éste como en los demás
dominios en el de la tierra especialmente, aproxima la revolución socialista,
hace marcha atrás precipitadamente, llegando a la más vergonzosa
capitulación, como ocurrió en Cataluña, primero aceptando
un Estatuto que dejaba sin solución fundamental el problema planteado,
y segundo, entregándose al enemigo -Octubre de 1934- cuando vio que
la defensa de la cuestión nacional pasaba a manos de la clase trabajadora.
La tercera fase es aquella en que el proletariado se hace suyo el problema
nacional y le aporta, revolucionariamente, la solución debida. Esta
etapa se ha iniciado ya en nuestro país. El problema nacional empieza
a ser considerado por el proletariado como un factor revolucionario.
El Partido Obrero de Unificación Marxista trabajará por
el desplazamiento de la pequeña burguesía del frente del movimiento
nacional con objeto de que sea el propio proletariado quien lo dirija y solucione,
llegando a la estructuración de la Unión Ibérica de Repúblicas
Socialistas.
VII
ANTE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL Y LA GUERRA
ANTE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL Y LA GUERRA
Las condiciones internas del capitalismo hacen que las crisis se repitan
con un ritmo cada vez más acelerado y violento. La aparición
de nuevos centros industriales, los movimientos revolucionarios en las colonias
y la rápida industrialización de la URSS de un lado, y el desenvolvimiento
del capitalismo desde el punto de vista técnico y de organización
(trusts, cartels, monopolios, racionalización), del otro lado, impiden
la aplicación de medios normales para la solución de la crisis,
y en primer término la extensión del mercado mundial.
La crisis mundial actual no tiene nada que ver con la crisis periódicas
anteriores, de las cuales se distingue no solamente por la amplitud, la
gravedad y la prolongación, sino por el hecho de que señala
el punto culminante del desenvolvimiento capitalista. Lo que está
en crisis, es el régimen capitalista mismo que ha entrado en contradicción
con los intereses vitales de la sociedad. A medida que el capitalismo se
desarrolla técnicamente, más baja es la capacidad adquisitiva
de las masas. El ejército de los sin trabajo, aumenta en todas partes
en proporciones aterradoras. A un aumento constante de producción,
y por lo tanto de la riqueza, corresponde el empobrecimiento progresivo de
las masas.
Para salir de esta situación, la clase capitalista arroja por la
borda las formas parlamentarias y democráticas, impotentes para ahogar
las explosiones que resultan de las contradicciones internas del régimen
y recurre a las formas dictatoriales fascistas.
Una terrible crisis que somete a las masas populares a una miseria sin
precedentes, el peligro mundial del fascismo, la perspectiva de un nuevo
ciclo de guerras que amenaza destruir toda civilización humana: he
ahí el espectáculo que ofrece el mundo como consecuencia de
la bancarrota del régimen capitalista.
O la revolución proletaria destruye este régimen totalmente
y emprende la transformación socialista de la sociedad, o el mundo
caerá en la barbarie.
La crisis mundial del capitalismo plantea el deber de romper radicalmente
con la política reformista y de poner en el orden del día
de la lucha revolucionaria por la conquista del Poder y la instauración
transitoria de la dictadura del proletariado, único camino que puede
conducir a la transformación de la sociedad capitalista en sociedad
socialista.
La doctrina de la conquista pacífica del Poder por la aplicación
de los métodos parlamentarios y democráticos es una ilusión
peligrosa que priva a la clase trabajadora de sus medios de defensa.
La revolución proletaria es, por esencia, una revolución
internacional. El proletariado no puede edificar una sociedad socialista
completa, esto es una sociedad sin clases, si no es sobre la base de la división
internacional del trabajo y la colaboración internacional. Sin embargo,
esto no quiere decir que hay que esperar pasivamente en cada país a
que estalle una revolución de carácter internacional; al contrario,
la clase obrera de cada país ha de hacer tender todos sus esfuerzos
a la conquista del Poder, y reafirmar su dictadura nacional por medio del
comienzo de la edificación socialista, que tiene que ser forzosamente
incompleta y contradictoria mientras el proletariado no haya conquistado
el Poder, al menos en unos cuantos países capitalistas importantes.
La clase obrera victoriosa en un país ha de consagrar a la vez todas
sus fuerzas a la expansión de la revolución socialista a los
otros países.
Sobre la base capitalista, no es posible la solución práctica
de los conflictos entre los diversos grupos imperialistas, entre el imperialismo
y la URSS, ni entre el imperialismo y los movimientos de emancipación
nacional.
De la misma manera que el capitalismo no puede resolver orgánicamente
las contradicciones del sistema y evitar las crisis y sus consecuencias,
las tentativas de la Sociedad de las Naciones, las Conferencias del Desarme
y los Pactos serán infructuosos para liquidar las amenazas de guerra.
Estas tentativas internacionales conducen a un nuevo reagrupamiento de las
potencias imperialistas, a un refuerzo de los rearmamentos y a nuevos conflictos.
La única arma eficaz contra la guerra es la revolución proletaria.
El proletariado no ha de dejarse seducir, pues, por las ilusiones pacifistas,
sino que debe prepararse sin perder un momento, si no puede evitar previamente
la guerra por su victoria sobre la burguesía, para la transformación
de la guerra imperialista en guerra social, es decir contra la propia burguesía.
La posición que adopte ante la guerra un determinado Partido Obrero,
constituye la piedra de toque para medir la consistencia real de sus principios.
La socialdemocracia galardonea en todas partes de un internacionalismo teórico,
pero en la hora de contrastar la solidez de sus posiciones capitula colocándose
decididamente al lado de la burguesía nacional, como hizo en 1914,
o poniéndose al lado de un determinado imperialismo, como ha demostrado
al surgir el conflicto italo-abisinio, o mejor dicho italo-británico.
El capitalismo conduce a la guerra. Es su razón de ser. Mientras
haya régimen capitalista, la guerra es inevitable. Hay que colocarse,
pues, ante el problema de la guerra, no de una manera pacifista, como hace
la pequeña burguesía sentimental, sino partiendo del supuesto
que se está en presencia de un fenómeno histórico ineludible.
La clase trabajadora debe luchar contra la guerra, oponerse a la guerra, pero
si la guerra estalla, entonces hay que tratar de sacar de ella consecuencias
revolucionarias, transformándola en guerra civil.
La guerra puede adoptar los siguientes aspectos: primero, conflicto bélico
entre dos países o dos grupos de países imperialistas rivales,
como ocurrió en 1914. Segundo, guerra entre un país imperialista
y un pueblo atrasado, que defiende su independencia-guerra colonial, la mayor
parte de las veces. Tercero, guerra entre un país imperialista o un
grupo de potencias imperialistas y la URSS. Cuarto, guerra entre dos países
imperialistas o grupos imperialistas, uno de los cuales mantiene una alianza
militar con la URSS. La posición a adoptar en cada uno de dichos casos
es la siguiente:
En el primero, el proletariado si no ha podido impedir la guerra con su
acción revolucionaria, debe ir a la guerra transformándose
en derrotista. Esto es, suponiendo un conflicto entre Francia y Alemania,
por ejemplo, los obreros franceses han de preparar la derrota de la burguesía
francesa y los trabajadores alemanes la derrota de la burguesía alemana.
El derrotismo es la primera parte de la transformación de la guerra
imperialista en guerra civil. La derrota determinada por la acción
revolucionaria puede conducir a la insurrección victoriosa de la clase
trabajadora.
En el segundo caso, las simpatías del movimiento obrero y su ayuda
efectiva han de dirigirse hacia el pueblo atrasado, agredido por una potencia
imperialista. El imperialismo intentará cubrir sus propósitos
hablando de «civilización», de «sacar al país
agredido de su atraso secular», etc. Todo esto no tiene ningún
valor. El capitalismo entiende por «civilización» robar,
asesinar, explotar. El derecho de los pueblos a disponer de sus destinos ha
de colocarse por encima de todo. Ahora bien, esta posición a adoptar
no ha de significar en manera alguna que el proletariado se identifique con
el régimen existente en el país atrasado que es objeto de una
agresión imperialista. Al mismo tiempo que defiende su independencia,
dicho país atrasado ha de hacer su revolución democrática,
lo que permitirá identificar plenamente el sentir general del pueblo
con la causa de la
independencia con lo cual la fuerza de resistencia será infinitamente
mayor, como se vio en las guerras de la Revolución francesa. En el
caso del conflicto italo-abisinio, por ejemplo, hay que trabajar por la derrota
del imperialismo fascista, ayudando a Abisinia, pero sin identificarse con
el régimen feudal del Negus, los «ras» y la Iglesia copta.
La revolución democrática en Abisinia reforzaría la lucha
por la independencia. El Negus, los «ras» y el clero copto defienden
sus privilegios más que la independencia de su pueblo, que no está
representado por esas taifas feudales, sino por los millones de campesinos
explotados moral y materialmente por el feudalismo de los «ras»
y la Iglesia.
En el tercer caso, la clase trabajadora de todos los países ha
de colocarse, naturalmente, al lado de la URSS, en contra del imperialismo
agresor.
En el cuarto caso, si un país aliado militarmente con la URSS es
agredido por una potencia imperialista, la posición no difiere en nada
del primer caso. Hay que ser derrotista asimismo y transformar la guerra imperialista
en guerra civil.
Se pretende hacer por parte de la socialdemocracia y de la Internacional
Comunista, un mito de la lucha de los países democráticos
contra el fascismo. Esto es tan falso como la categoría establecida
en 1914: «la lucha del Derecho y la Libertad contra la barbarie y la
fuerza».
Supongamos una guerra entre Alemania y Francia, países imperialistas
ambos, con ventaja superior para el segundo, con la diferencia circunstancial,
sin embargo, que Alemania padece un régimen fascista y Francia se
encuentra en régimen pseudo-democrático.
El deber del proletariado francés, no consiste, como quieren la
socialdemocracia y la IC, en hacer la «unión sagrada»
desde la «Acción Francesa» y las «Cruces de Fuego»
hasta los comunistas y socialistas, en defensa de la «patria amenazada»,
sino que ha de llevar a cabo igualmente la consigna de transformar la guerra
imperialista en guerra civil. Si el proletariado francés derrota
a la burguesía y toma el Poder, la revolución triunfante en
Francia será la ofensiva más implacable que pueda llevarse
contra el fascismo hitleriano. La masas trabajadoras alemanas, encadenadas
por el fascismo, despertarán y empezarán a sacudir su yugo.
La guerra de 1914 la terminó la Revolución rusa. El triunfo
del bolchevismo produjo la descomposición del ejército kaiserista
y el movimiento revolucionario de Alemania. En un nuevo período de
la historia, Hitler no será vencido militarmente, sino revolucionariamente.
Así, pues, debe desecharse en absoluto la política del Frente
Popular llevado a la guerra, y debe acentuarse más y más la
posición clasista y el derrotismo revolucionario.
Adoptar el «defensismo revolucionario» que preconizan la Internacional
Comunista y la socialdemocracia, seria tanto como entregar a la clase trabajadora
atada de pies y manos al militarismo imperialista.
VIII
EL POUM Y LA INTERNACIONAL
EL POUM Y LA INTERNACIONAL
El movimiento obrero es internacionalista. Esto es un principio básico
del marxismo al que, como es natural, se atiene el Partido Obrero.
Actualmente, existen dos Internacionales: la Internacional Obrera Socialista
y la Internacional Comunista.
La primera es la continuación exacta de la Internacional que, en
agosto de 1914, capituló vergonzosamente entregando las masas trabajadoras
de todo el mundo a la carnicería imperialista. Terminada la guerra,
los mismos jefes socialistas que la hicieron Posible, reconstruyeron la Internacional
(Ginebra, 1919, y Hamburgo, 1923), que siguío en lo sucesivo una política
completamente reformista, de colaboración de clases. Las dos secciones
más importantes de la II Internacional, en esta segunda etapa, fueron
el partido socialdemocrático alemán y el partido socialista
austriaco. Ambos partidos que gracias a la revolución de 1918-1919
tuvieron el Poder en las manos, procedieron de tal modo, su política
general fue de tal manera anti-marxista, anti-proletaria, que el fascismo
ha podido triunfar con relativa facilidad en aquellos países.
De hecho, sobre todo después de la catástrofe austro-alemana
de 1933 y 1934, la II Internacional no es nada más que un cadáver
insepulto que emponzoña la atmósfera obrera mundial.
El Partido Obrero de Unificación Marxista está resueltamente
contra la II Internacional.
Como reacción saludable contra la II Internacional, en marzo de
1919, fue fundada, inspirada por Lenin, la III Internacional o Internacional
Comunista.
La Internacional Comunista ha pasado por tres etapas: primera, desde su
fundación hasta 1924. Segunda, desde 1924 hasta 1935. Y la tercera,
que es la actual, se inició en 1935.
Durante la primera fase, el período glorioso y heroico de la Internacional
Comunista, la III Internacional, llevó a cabo una labor revolucionaria
en todos los países, construyó los Partidos Comunistas, fue
el guía revolucionario mundial del proletariado, alentó la lucha
de los pueblos oprimidos en busca de su liberación. Los cuatro primeros
Congresos de la IC fueron un modelo de política marxista revolucionaria.
En la IC y sus secciones existía una saludable democracia interior.
El Partido Comunista ruso era una sección de la IC, pero no la IC.
La desaparición de Lenin y el cambio de ruta de la Internacional
Comunista, coinciden. En 1924, se inicia un nuevo curso en la m Internacional.
Desaparece la democracia interna. La dirección burocrática
se impone. La sección rusa se convierte en hegemónica. Las
demás secciones nacionales quedan completamente subordinadas, colonizadas,
podríamos decir. La política de la IC es unas veces «putschista»
(Estonia, Bulgaria, Cantón) , otras veces completamente oportunistas.
La línea consecuente del marxismo revolucionario de los primeros
tiempos ha sido quebrada. Se va de un extremo al otro de una manera empírica,
abandonando del todo los fundamentos esenciales del marxismo.
Ese falso rumbo que tiene como consecuencia más sobresaliente determinar
el fracaso de la revolución china, se agudiza más aún
desde 1928 con la llamada política de “clase contra clase” y del “socialfascismo”.
La Internacional Comunista, dominada ya de una manera absoluta por la sección
rusa, deja de ser una Internacional para convertirse progresivamente en un
instrumento del Estado Soviético. Durante el período que media
entre 1928 y 1933, la Internacional Comunista, ya su voz de mando, sus secciones
nacionales completamente subyugadas, dejan de lado el peligro fascista inminente,
sosteniendo la tesis que para destruir el fascismo precisa previamente acabar
con la socialdemocracia. Esta actitud sectaria, antimarxista, contribuye al
triunfo de Hitler en Alemania. La IC es tan responsable, sino más que
la II Internacional, de la catástrofe experimentada por la clase trabajadora
alemana y con ella la de todo el mundo.
Después de que la IC ayudó con su torpe política,
junto con la de la socialdemocracia -cada uno por un procedimiento diferente,
pero finalmente convergentes-, a la victoria hitleriana, determinando, en
Alemania, la formación de un régimen antisoviético,
centro de concentración de los enemigos de la URSS, la IC fue variando
de táctica, culminando este cambio en el VII Congreso celebrado en
agosto de 1935.
El VII Congreso representa la liquidación absoluta de la Internacional
Comunista en tanto que Internacional y en tanto que movimiento comunista.
Toda perspectiva socialista queda anulada. En lo sucesivo, el dilema no
es fascismo o socialismo, sino fascismo o democracia. Es decir, que en el
momento histórico en que el capitalismo vive una crisis jamás
igualada, la clase trabajadora ha de reivindicar el renacimiento de una forma
de dominio capitalista ya sobrepasada: la democracia burguesa.
La III Internacional, después de haber ahogado el movimiento revolucionario,
ha perdido la fe en el proletariado mundial y ahora busca apoyo más
que en la clase trabajadora, en aquellos sectores capitalistas que por una
u otra circunstancia, están contra los que son adversarios de la URSS.
La política de Frente Popular, cuya cristalización más
importante ha tenido lugar en Francia ,constituye la deificación de
la colaboración de clases y del millerandismo, que siempre han sido
consideradas como opuestos a los principios del marxismo.
La III Internacional prácticamente ha dejado de existir en tanto
que organización revolucionaria del proletariado. Hoy la política
de Moscú está más a la derecha que la de la propia
socialdemocracia.
Por eso el POUM está al margen de la III Internacional, se siente
identificado con el espíritu que presidió sus cuatro primeros
Congresos, y combate la funesta política actual de la IC que concuerda
con la del oportunismo reformista y que, de triunfar, destruiría
toda perspectiva revolucionaria para largo tiempo.
El POUM cree que después del fracaso de ambas Internacionales el
problema estriba en constituir fuertes partidos socialistas revolucionarios
sobre los cuales habrá de apoyarse la futura unidad mundial revolucionaria
del proletariado.
Comprendiéndolo así, el POUM forma parte del Comité
Internacional pro Unidad Socialista Revolucionaria, cuyo centro está
en Londres, y al que adhieren los Partidos Socialistas y Comunistas independientes
que se encuentren fuera de la II y de la III Internacionales.
El Comité Internacional pro Unidad Socialista Revolucionaria no
es el germen de una nueva Internacional, sino el centro de convergencia de
aquellos partidos socialistas revolucionarios que luchan por la reconstrucción
de la unidad revolucionaria mundial sobre bases nuevas.
IX
EL POUM Y LA URSS
EL POUM Y LA URSS
La Revolución rusa es una de las grandes conquistas históricas
del proletariado. En la URSS el capitalismo ha sido abatido, y la clase
trabajadora ha iniciado la marcha hacia el socialismo. En este sentido pues,
el POUM es un ardiente defensor de la Revolución rusa. Ahora bien,
esta simpatía que todo trabajador revolucionario ha de tener por el
hecho ruso, no significa que cuanto sucede en la URSS ha de ser recibido
con admiración beata. El marxismo es examen y crítica constantes.
Los admiradores profesionales de la URSS son tan perjudiciales para la causa
revolucionaria, como sus detractores sistemáticos. Lenin, con razón
-porque era marxista- señaló oportunamente («La Revolución
proletaria»)la necesidad de hacer la critica de la obra de la revolución.
Dijo: «Estaremos profundamente agradecidos a todo marxista de Occidente
que después de haberse informado debidamente haga la crítica
de nuestra política, ya que de ese modo nos prestará un gran
servicio a nosotros y a la revolución en marcha en todo el mundo».
Este principio fundamental del marxismo, ha querido desconocerlo la dirección
actual de la URSS y de la IC, ahogando el derecho y el deber de examen y de
crítica. De este modo, el socialismo se transforma en una especie de
secta religiosa que sólo tiene una misión, que es la de obedecer
ciegamente y tener fe.
Los verdaderos marxistas no pueden en manera alguna hipotecar su libertad
de pensamiento.
Llevando a cabo esa crítica objetiva, prestamos un gran servicio
a la Revolución rusa y a la causa de la revolución mundial.
Cada proletariado explotado tiene el deber de defender la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en donde la gloriosa
revolución de Octubre de 1917 creó las premisas de la primera
experiencia de la dictadura del proletariado, fundada en la abolición
de la propiedad privada de los medios de producción y cambio. La lucha
contra la URSS continúa siendo uno de los objetivos fundamentales
de la reacción imperialista mundial.
La defensa más eficaz de la URSS, no la constituyen ni los Pactos
ni los Tratados, sino la lucha revolucionaria por el hundimiento de la burguesía
de los demás países.
El POUM considera, pues, como un deber ineludible la defensa de la primera
República obrera triunfante, reservándose, sin embargo, el
derecho de criticar objetivamente las posiciones de la dirección de
la URSS que pueda creer equivocadas para la propia URSS y para los intereses
del movimiento revolucionario mundial.
X
ESTRUCTURACIÓN ORGÁNICA DEL POUM
ESTRUCTURACIÓN ORGÁNICA DEL POUM
El Partido Obrero de Unificación Marxista se basa en el principio
más absoluto de la democracia interna, rigiéndose por las
normas del centralismo democrático. Quiere decir que los organismos
directivos, elegidos democráticamente, tienen plena autoridad para
aplicar la política acordada en las asambleas regulares del Partido.
La autoridad suprema del Partido Obrero la constituye su Congreso, quien
discute la actuación pasada, y señala las normas que el Partido
ha de seguir en lo futuro. Las decisiones del Congreso son soberanas.
El Congreso elige el Comité Central y el Secretario General. El
Comité Central, compuesto de 41 miembros elige los seis camaradas
que junto con el Secretario General, forman el Comité Ejecutivo.
El Congreso se reúne regularmente una vez cada año. El Comité
Central, cada tres meses. El Comité Ejecutivo regularmente, una vez
a la semana, y extraordinariamente siempre que sea preciso. El Comité
Ejecutivo es responsable ante el Comité Central y ante el Congreso.
El Comité Central lo es ante el Congreso.
La estructuración orgánica del Partido es celular, local,
comarcal, regional y nacional.
La política general del Partido es determinada por el Congreso.
El Comité Central señala las modalidades de interpretación.
El Comité Ejecutivo lleva a la práctica las decisiones del
Congreso y del Comité Central. Los Comités locales, comarcales
y regionales, tienen siempre un carácter técnico de aplicación
de las decisiones señaladas por el Comité Ejecutivo.
La cotización por afiliado al Comité Ejecutivo, es de 0'50
pesetas mensualmente. La cotización es obligatoria. Los miembros en
paro forzoso están exentos de cotizar.
Los miembros del Partido no pueden formar parte de ninguna otra organización
política.
Dentro del Partido, no está tolerada ninguna fracción.
Cada miembro del Partido ha de formar parte necesariamente de un Sindicato
en el que trabajará con arreglo a las normas del Partido.
Hasta que se abra el período de discusión, dos meses por
lo menos antes de cada Congreso, los militantes del Partido tienen la obligación
de seguir sin discusión alguna las decisiones de los Comités
directivos correspondientes. Antes de cada Congreso se inicia, con la publicación
de un Boletín interior, el período de discusión durante
el cual cada militante, en el marco de su organización, tiene plena
libertad de discutir la actuación pasada de los Comités, la
línea política empleada en los diferentes aspectos y el curso
que conviene seguir. En este Boletín se publican las resoluciones
de las células para el conocimiento general del Partido con objeto
de que les sirva de guía para el Congreso.
La celebración del Congreso da fin al período de discusión.
Una vez que el Congreso haya tomado acuerdos, los que hubiesen quedado en
minoría están obligados a acatar las decisiones del Congreso
y no podrán hacer estado público ante el Partido de sus diferencias
hasta que se inicie el nuevo período de discusión con vistas
al Congreso siguiente.
Pueden ser expulsados del Partido aquellos que hagan una labor contraría
al mismo y se manifiesten en contra de las decisiones del Congreso y de
su aplicación por los Comités superiores. Las expulsiones de
carácter político no pueden hacerlas, sin embargo, los Comités
locales. Estos pueden sugerirlas al Comité Ejecutivo quien a su vez,
previo informe, las propondrá al Comité Central ya que sólo
este organismo o el Congreso pueden llevar a cabo expulsiones de carácter
político. Los Comités Locales están facultados, no obstante,
para suspender en sus funciones hasta decisión superior a aquellos
miembros cuya conducta o actuación sea considerada como perniciosa.
Todo miembro del Partido está obligado a formar parte de la organización
de ayuda a los presos: Socorro Rojo del POUM.
Asimismo es obligación suya leer y propagar la prensa del Partido:
LA BATALLA, órgano central, FRONT, portavoz del Partido en Cataluña,
LA NUEVA ERA, revista teóríca mensual, y aquellos otros periódicos
que pudieran publicarse además.
Periódicamente el Comité Ejecutivo publica un Boletín
interior destinado a los Comités del Partido.
FINAL
¡A TODOS LOS TRABAJADORES!
¡A TODOS LOS TRABAJADORES!
He ahí expuesto, con la máxima concisión posible,
qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación
Marxista.
Después de la experiencia de la República y de la revolución
de Octubre, la clase trabajadora ha de ir a la toma violenta del poder.
De la contrario, será el fascismo quien triunfará. Fascismo
a socialismo: he ahí el dilema inexorable.
Para que el proletariado tome el poder precisa un gran partido marxista
revolucionario. Pero para la formación de este partido marxista revolucionario,
la unidad ideológica ha de preceder a la unidad orgánica.
El POUM no comparte los puntos de vista de aquellos sectores que creen
que la que precisa es hacer un partido de gran volumen, sin tener en cuenta
su completa unidad ideológica.
El POUM cree que el partido de la revolución ha de estar caracterizado
por una completa unidad de pensamiento y de acción.
Es en ese sentida que entiende la unificación marxista.
Los trabajadores que hayan leído este folleto llegarán
en su mayoría -estamos persuadidos de ello- a la conclusión
de que el POUM está acertado en sus posiciones.
Pues si tienen ese convencimiento, su deber es acudir a las filas del
POUM para luchar por el triunfo de la revolución socialista.
El P0UM es hoy una esperanza para el movimiento revolucionario de la
clase trabajadora española. Encarna una rectificación fundamental
y el comienzo de la formación del partido bolchevique que la revolución
necesita.