Rosas visto por un inglés durante la
Campaña al Desierto.
…[El
General Rosas] es un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país
avasalladora influencia que parece probable ha de emplear en favorecer la
prosperidad y adelanto del mismo. Se dice que posee setenta y cuatro leguas
cuadradas de tierra y unas trescientas mil cabezas de ganado. Lo primero que le
conquistó gran celebridad fueron las ordenanzas dictadas para el buen gobierno
de sus estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres
para resistir con éxito los ataques de los indios. Corren muchas historias
sobre el rigor con que se hizo guardar la observancia de esas leyes. Una de
ellas fue que nadie, so pena de calabozo, llevara cuchillo los domingos, pues
como en estos días era cuando más se jugaba y se bebía, las pendencias
consiguientes solían acarrear numerosas muertes… En cierto domingo se presentó
el gobernador, a visitar la estancia del General Rosas y éste en su
precipitación por salir a recibirle, lo hizo llevando el cuchillo al cinto,
como de ordinario.
El administrador le tocó el brazo y le
recordó la ley, con lo que Rosas, hablando con el gobernador, le dijo que
sentía mucho lo que le pasaba, pero que le era forzoso ir a la prisión…
Rasgos como el referido entusiasmaban a los
gauchos que, todos sin excepción, poseen alta idea de su igualdad y dignidad.
Por estos medios…, se ha granjeado una
popularidad ilimitada en el país y consiguientemente un poder despótico…
En la conversación es vehemente, sensato y
muy grave. Su gravedad rebasa los límites ordinarios; a uno de sus
dicharacheros bufones (pues tiene dos, a usanza de los barones de la Edad
Media), le oí referir la siguiente anécdota: “Una vez me entró comezón de oír
cierta pieza de música, por lo que fui a pedirle permiso al General dos o tres
veces; pero me contestó ¡Andá a tus quehaceres, estoy ocupado! Volví otra vez,
y entonces me dijo: Si vuelves te castigaré. Insistí en pedir el permiso y al
verme se echó a reír. Sin aguardar, salí corriendo de la tienda, pero era
demasiado tarde, pues mando a dos soldados que me cogieran y me pusieran en
estacas. Supliqué por todos los santos de la corte celestial que me soltaran,
pero de nada me sirvió; cuando el General se rie, no perdona a nadie, sano o
cuerdo…”
Darwin,
Charles, Diario del viaje de un
naturalista alrededor del mundo. Traducción de Juan Mateos, Madrid, 1899.
José Luis Busaniche, Lecturas de Historia
Argentina. Buenos Aires, 1938.