El 17 de octubre de 1945 me encuentra cumpliendo tareas en un
establecimiento metalúrgico ubicado en Constitución, sobre las calles
Luis Sáenz Peña y Pedro Echagüe. Yo tenía entonces 24 años de edad. Mi
oficio era oficial tornero mecánico… En la mañana del 17 de octubre,
aproximadamente a las 9, grupos de personas venían desde Avellaneda y
Lanús avanzando hacia el centro de la ciudad. Pasaron por la calle
Sáenz Peña, observaron que había un taller mecánico (donde trabajaban
130 personas) se acercaron a nosotros y nos dijeron: “Muchachos hay que
parar el taller, hay que salir a la calle a rescatar a Perón”.
Las noticias que teníamos en ese momento eran que Perón
estaba detenido y que todo lo que se hacía era para rescatarlo.
Efectivamente, el taller paró y la gente salió a la calle. Algunos
fueron a sus casas. Pero la gran mayoría siguió con los compañeros que
venían del sur. Fuimos caminando hacia Plaza de Mayo y habremos llegado
aproximadamente a las once y media, porque en el camino íbamos parando
los diversos establecimientos de la industria metalúrgica y maderera
que había por Constitución.
A esa hora no había tanta gente como la que hubo por la
tarde, que cubrió toda la Plaza. En la marcha hacia allí se pintaban
sobre los coches, con cal, leyendas como “Queremos a Perón”. También
sobre los tranvías. La gente se paraba y reaccionaba a favor de la
manifestación que iba a Plaza de Mayo para tratar de cumplir con la
idea que tenían los que habían organizado eso. Perón había aplicado
leyes nuevas y otras las había ampliado: pago doble por indemnización,
preaviso, pago de las ausencias por enfermedad. Eran cosas que antes no
se cumplían; hasta ese momento, donde yo trabajaba, no se cumplía
ninguna de esas leyes. Le voy a decir más: creo que pocos días antes de
su detención, Perón había conseguido un decreto por el que se debían
pagar al trabajador los días festivos: 1º de mayo, 12 de octubre, 9 de
julio, etcétera. Recuerdo que uno de los patrones nos dijo entonces:
vayan a cobrarle a Perón el 12 de octubre (ya estaba detenido). Después
del 17 de octubre cobramos ése y muchos días más.
Eran tan reaccionarios los patrones (me aparto un poco del
17 de octubre) que en enero de 1946, estando el capitán Russo en la
Secretaría de Trabajo, la empresa en la que yo trabajaba fue citada
tres veces. No se había presentado. Tuvo que ser intimada por la fuerza
pública a concurrir a la Secretaría de Trabajo, donde algunos de
nosotros éramos representantes del personal; no elegidos, porque no
había organización gremial, sino porque éramos los más decididos. Uno de
los patrones dijo que no tenía tiempo para pagar aguinaldo,
vacaciones, a última hora. Le contestaron que la ley 11.729 fue
aprobada en 1932. Y que todas las cuentas que no se habían hecho desde
entonces habría que hacerlas ahora. Efectivamente, el 1º de febrero de
ese año cobramos aguinaldo, pagos por enfermedad y tuvieron vacaciones
los que quisieron tomárselas.
Siguiendo con el 17, llegamos a la Plaza; cada vez se
hacía más entusiasta; había alegría, fervor. Frente a la Casa Rosada
empezaron a armar los altavoces. Hablaron distintas personas, el
coronel Mercante, Colom, que fue uno de los últimos oradores. Trataban
de ir calmando a la gente: por cada intervención de los oradores, la
reacción era más fervorosa a favor de Perón. Se decía que venían
trabajadores del interior del país. No lo puedo probar. Recuerdo, sí,
que era una tarde muy calurosa y la gente se descalzaba y ponía los pies
en las fuentes, muchos por haber caminado tanto. Concretamente lo que
yo presencié era la gente que venía del sur. Berisso, Avellaneda,
Lanús, Lomas de Zamora. A medida que crecía la cantidad, en la Plaza de
Mayo aparecían los carteles. Por primera vez yo observaba algo igual:
nunca había visto una asamblea tan extraordinaria. Cuando el coronel
Perón apareció en los balcones sentí temblar a la Plaza. Fue un
griterío extraordinario que nos emocionó de tal manera. Todo parecía
venirse abajo.
Unos días antes se decía que Perón estaba gravemente
enfermo. Por los parlantes se había anunciado que el coronel Perón se
encontraba bien de salud y que estaba en el Hospital Militar. En un
momento, Colom dijo, más o menos: “Quédense que vamos a traer a Perón”.
Mucha gente gritaba por Perón –quizá por primera vez- sin tener
todavía conciencia clara de su actividad. Porque, además, la gran prensa
trataba de desvirtuar la figura de Perón. La gente se enteraba a
través de los delegados o los activistas pero no por la prensa, que
casi en su totalidad estaba en contra. Aunque él había hablado en
distintas oportunidades desde la Secretaría de Trabajo. Y se había
hecho carne que era un auténtico defensor de los derechos del
trabajador.
Nos causó mucho dolor saber que lo habían detenido pero –en
lo que respecta a mí y a un grupo de compañeros- sinceramente nos
considerábamos impotentes, porque recién estábamos despertando, después
de muchos años, en el país. Para otros –quizá- con anterioridad, pero a
partir de ese 17 de octubre despierta la conciencia para nosotros. Se
hace carne que al pueblo tiene que respetársele como tal, cosa que
Perón proclamaba diariamente. De ahí que, si bien nos sentíamos
impotentes, podíamos hacer algo: sacar a Perón de las garras de la
oligarquía y colocarlo en el lugar que correspondía para que sea
permanente una auténtica justicia. Es decir, ese idealismo que teníamos
nunca lo habíamos vivido en el país. No creí que iba a haber tanta
gente en la Plaza; lo que sí pensaba era que el agradecimiento del
pueblo a Perón tenía que ser auténtico. Pero yo no conocía la reacción
de la gente, hasta que la viví.
Testimonio de S. Borro, aparecido en La opinión cultural, 15 de Octubre de 1972.