Colastiné, junio 5 de 1835.
Señor Don Juan Manuel de Rozas.
Mi querido compañero:
Tengo el gusto de contestar a sus dos apreciables cartas de 20 y 26
del próximo pasado. [En cuanto a la primera, todo lo que puedo decir es,
que según lo informa el Comandante del Rosario, después de haberse
reunido en Melincué el Comandante Moreyra con 280 hombres al Coronel
García, por falta de suficientes caballos, no persiguieron los indios
que robaron en la Esquina; y a la verdad, que sin este poderoso elemento
nada habrían hecho, en razón de que los indios llevaban ya muchos días
de marcha. La razón que acompaño instruirá a usted de lo que han robado
en la Esquina; lo que más siento es los cautivos que se llevaban; quizá
alguna de las divisiones que tiene usted en el desierto encuentran los
indios ladrones y se logra rescatar esos infelices.
Tan luego como me sea posible comprar caballos, pondré en el
Departamento del Rosario un número de ellos, a fin de que estén prontos
para cuando se ofrezca marchar sobre los salvajes, y adoptaré algunas
otras medidas con el objeto de ver si se consigue escarmentarlos.]
Mucho me ha complacido que mis opiniones vertidas en mis cartas de
11, 12 y 13 del pasado estén conformes con las de usted respecto al
suceso de nuestro desgraciado compañero el finado General Quiroga,
víctima de la más negra ingratitud y espantosa alevosía. Ya parece fuera
de toda duda, según el relato de personas últimamente venidas de
Córdoba y de cartas recibidas, que su verdugo ha sido Santos Pérez; se
refiere el hecho del modo siguiente: Que al pasar la galera por una
estrechura de monte, se hizo una descarga sobre ella; que al ver esto el
General gritó: "Nadie haga armas y acérquese el Comandante de la
partida a hablar conmigo"; que en efecto, se aproximó Santos Pérez, y al
sacar el General la cabeza por una de las ventanas de la galera para
hablarle, le disparó Pérez un pistoletazo, que habiéndole entrado la
bala por un ojo, quedó muerto en el acto: uno de los soldados de la
escolta que vió esto, acometió a los asesinos abriéndose camino con su
lanza, destripó a un negro muy ladrón de los que componían la partida,
el cual murió a los tres días, y debido.a su valor salvó; el cual sin
duda es el que se halla con la viuda del General Quiroga. Otras
particularidades se refieren sobre este suceso que ponen en
transparencia a sus infames autores.
Antes de ahora he estado recibiendo cartas de Reynafé para que me
interpusiese como mediador con Ibarra y los demás; lo hice llevado del
deseo de ahorrar nuevas calamidades, como ya lo he significado a usted;
pero siempre me arrepentiré de esta deferencia, porque no me queda duda
que Reynafé, viéndose perdido, ha obrado en el sentido, aunque muy
torpemente, de hacerme aparecer como de acuerdo con él, y ésta es otra
alevosía que se da las manos con la del General Quiroga. Estoy, sin
embargo, informado por el testimonio uniforme de personas respetables,
que tales maniobras han merecido el desprecio universal, y han aumentado
el odio con que se le mira. Ya he recibido cartas en las que se me
ruega coopere a libertar a Córdoba de la opresión y oprobio que sufre
con su actual Gobierno; sé que varias personas de respeto estaban
dispuestas a exigir lo mismo; no sé cómo obraré en lo sucesivo, pero
hasta ahora estoy en la resolución de no contestar a nadie a este
respecto. Estoy muy escarmentado y cansado también de sufrir
ingratitudes y picardías, y veo por otra parte que el País ha llegado a
un grado de prostitución tal, que el hombre de bien está a cada momento
expuesto a ser confundido entre los malvados.
[He leído con agrado los impresos que se ha servido usted remitirme,
entre los cuales se registran los seis documentos que envié a usted para
que se publicasen.]"
Nada es tan conforme con mis ideas y con mis deseos, como el que
marchemos de acuerdo en todo. Si considera usted que debemos dirigirnos a
los gobiernos todos, con exclusión de Salta, recíprocamente facultados,
estoy conforme a ello, desde que tal es la opinión de usted, para mí
tan respetable, pero deseo que me mande usted ya redactado lo que se les
ha de decir por mí, a fin de que marchemos más conformes en este
negocio.
[Devuelvo la cartita del General Aldao. Es irritante lo que éste
participa a usted sobre lo que le mandó al Coronel Reynafé . por
conducto de Don Pedro Vargas. Si este botarate contaba con tanto poder,
¿a qué ofrecer al General Aldao todo lo que pidiese, si no tomaba parte
de las desavenencias que hubiese contra Córdoba? Casi puedo asegurar a
usted que lo más olvidado que han tenido los Gobiernos con quienes dice
cuenta este mentecato, es el Gobierno de Córdoba. |Con qué canalla,
compañero, tenemos que alternar a la vez!
No extraño que el paisano que conducía cartas y dinero para la viuda
del General Quiroga hubiese sido robado, lo que extraño, sí, es que no
haya sido muerto, porque hay muchos Santos Pérez en esa provincia
desgraciada. Los robos que usted me significa sufren los vecinos del
otro lado del Arroyo del Medio y Pergamino, hace más de dos años que los
están sufriendo muy en grande los Departamentos del Rosario y Coronda,
en éste ha más de un año que me he visto obligado a tener siempre en
campaña una partida de 16 hombres corriendo constantemente el
Departamento de un lugar a otro, y si no lo hubiere hecho así, ya n9
existiría ni un sólo animal: han hecho arreadas grandes, que desde que
han pisado la provincia de Córdoba, ya las han perdido sus dueños por la
protección escandalosa que algunos Comandantes prestaban a los
ladrones, entre ellos un Quinteros del Frayle Muerto, insigne salteador,
que por tal lo tenía preso, en esta Cárcel, de la cual habiendo
conseguido escapar, se refugió a Córdoba, y el señor Reynafé lo premió
haciéndolo Comandante de aquel punto. Yo tomaré la medida que usted me
indica, y las más que considere oportunas a evitar que los ladrones de
Córdoba concluyan las fortunas de nuestros campesinos.]
Me ha parecido muy bien y muy justo el hacer los funerales que usted
me indica a los Generales Quiroga, Ortiz y Latorre; le aseguro que no me
había ocurrido esta idea, ni es extraño desde que sobre mí gravita
tanta atención, en medio de mi escasa salud: ahora que usted me lo
indica, cumpliré con sus deseos y los míos.
[He sido instruido por el señor Cullen haber enviado a usted la carta
que recibí del Gobernador Heredia, y copia de la contestación que le
di; mucho me alegraré que esté conforme con su opinión. Ahora conocerá
éste el compañero Ibarra cuán extraviada ha sido su política, y el gran
mal que han hecho a la República en la injusta persecución al
desgraciado Latorre, de donde trae también su origen la muerte
lamentable del General Quiroga.
Creo efectivamente que Ibarra marchará de acuerdo, porque es honrado y
federal neto: es un bien que haya conocido su error, aunque los males
ya sufridos no tienen reparación.
Los aires saludables del campo, y el pequeño descanso que he tenido
en los pocos días que he estado aquí me han restablecido notablemente;
quisiera continuar hasta mejorar del todo; pero bien a mi pesar estoy ya
pensando en mi regreso a la Capital, porque las circunstancias actuales
y las inmensas atenciones de todo género que gravitan sobre el
Gobierno, así lo exigen.]
Nada otra cosa me ocurre por ahora que decirle, y sólo repetirme su siempre verdadero amigo y fiel compañero.
Estanislao López