Mayo 17 contéstese
Santa Fe. abril 24 de 1832.
Señor Don Juan Manuel de Rosas.
Mi estimado compañero y amigo:
Su carta de 28 del pasado está en mi poder; y contrayén-dome a
contestar los varios y delicados puntos que ella contiene, principiaré
por decirle, que está bien la no remisión de la nota de cantidades que
le habla pedido para formalizar mi cuenta, supuesto que usted lo cree
enteramente innecesario; mas a pesar de ello no puedo excusar el
remitirle la adjunta relación documentada de las cantidades que he
entregado, pertenecientes a los fondos que usted me remitió para hacer
frente a los gastos del Ejército auxiliar Confederado que estuvo a mis
órdenes.
He leído con detención todo lo que usted me dice en orden al General
Paz en contestación a. mi carta en que le hablaba sobre aquél, y de
conformidad con su opinión me he decidido a oficiar a todos los
Gobiernos de la República para que pronuncien su voto sobre la pena que
debe aplicarse a dicho General. Yo creo que esto es lo más exacto y lo
que corresponde hacer. El General Paz, como usted lo dice con toda
propiedad, ha ofendido a todas las Provincias: a cada uno de sus
respectivos Gobiernos corresponde por tanto, en desagravio de las
ofensas que aquél les ha inferido, promulgar la clase de castigo que
cada uno de ellos conceptúe se le debe aplicar. En esta virtud, ruego a
usted quiera redactar un proyecto de comunicación para los Gobiernos, y
enviármelo con brevedad a fin de salir de una vez de este negocio.
Todo lo que usted dice aprobar que es equivocación del señor Don
Pascual, cuando en su carta asegura que si el Presidente Rivera quiere
hacer algún tratado con el Entre Ríos someterá tal negocio a la Comisión
Representativa, es enteramente exacto y de eterna verdad. Tan cierto es
que ese asunto y todos los de su género son exclusivamente del resorte
del Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, que es enteramente
inútil fatigarse en demostrarlo. El Coronel Echa-güe, cuando de tal modo
escribió, o no tuvo a la vista el tratado, u ocupada su cabeza en otros
asuntos de importancia, dijo una cosa contraria a lo que tal vez quiso
decir; mas usted que conoce los principios de aquel amigo y su carácter
deferente, debió penetrarse, que aun en el caso hipotético de que
hubiese escrito lo que juzgó debía ser, a la más pequeña insinuación
hubiera convenido con la opinión de usted y la mía en este negocio,
porque es lo que debe ser; a lo menos, yo le respondo a usted que así
será.
Después de satisfacer a usted sobre la expresión asentada en la carta
del Gobernador Echagüe, porque así es mi deber desde que yo remití
dicha carta, réstame ahora contestar a todo lo que usted dice en orden a
la Comisión Representativa, a la invitación hecha por ella y a la
estrepitosa medida que en su virtud ha adoptado ese Gobierno al ordenar a
su Diputado su separación de la Comisión y su pronto regreso a Buenos
Aires.
Dice usted que la Comisión Representativa se ha arrogado una
autoridad que no tenía al hacer la invitación a los Gobiernos que no
pertenecen aún a la Liga, que ha abusado de las atribuciones conferidas
por sus comitentes, y para probarlo se apoya en lo que dicen los
artículos 15 y 16; y yo me lisonjeo de convencer a usted que por el
tenor de esos mismos artículos, la Comisión, o lo que es lo mismo, los
Gobiernos de la Liga por conducto de sus respectivos Comisionados, han
cumplido fiel y religiosamente con esos dos artículos que usted cita,
con todos y cada uno de los 17 de que se compone el Tratado de 4 de
enero.
Según su opinión, por el artículo 15 la Comisión, sólo debía durar
mientras hubiese guerra; pero advierta usted, compañero, que el artículo
dice literalmente: Interin dure el presente estado de cosas y mientras
no se establezca la paz pública en todas las Provincias de la República,
residirá, etc.; esto no quiere decir, ni dice en ninguna parte del
tratado que la Comisión debe disolverse concluida la guerra; esto es lo
que importa; y es tan claro como la luz del día, es que por ningún
pretexto, bajo ninguna consideración sería permitido la disolución de la
Comisión Representativa, mientras hubiese guerra, mientras el país se
hallase en agitación, mientras la paz y la tranquilidad general no
estuviere cimentada en todos, absolutamente en todos los Pueblos de la
República; por manera que aun cuando la Comisión hubiese llenado las
obligaciones que le impone la atribución quinta del artículo 16, aun
después de ello, si el país no estaba en paz y en tranquilidad, la
Comisión no debía disolverse; esto es tan claro y terminante en
demostrarlo. Y bien, ¿podrá decirse con propiedad que el país está en
paz y tranquilidad, cuando son bien notorias las agitaciones de la
importante Provincia de Córdoba, las reacciones de San Luis en que ha
sido derramada la sangre de nuestros hermanos y amigos, los movimientos
de Mendoza; y lo que importa aún más que todo esto, se podrá aseverar
que el país está en tranquilidad cuando usted de ver que se ha dado
principio a organizar un Ejército bajo las inmediatas órdenes del
General Quiroga, aunque sin competente autoridad para ello, y por causas
las más ridiculas y especiosas, para ir a combatir a un Gobierno
Federal, a un Jeíe que enrolado con nosotros ha corrido todos los azares
de la guerra, y solo ha vencido a los enemigos, en medio del abandono
en que le dejaron los mismos que ahora con la mayor sinrazón le quieren
combatir? Desengañémonos compañero, que si meditamos este negocio con la
debida imparcialidad y guiados por la sana y recta razón, no podemos
menos que convenir en que la Comisión, lejos de disolverse, debería ser
caracterizada por los respectivos Gobiernos, mientras el País se hallase
en el estado de agitación en que hoy se ve; de cuyo modo se evitarían
males de alta trascendencia; y si no, dígame usted, ¿quién intervendrá
en la invasión del General Quiroga a la Provincia de Salta? Nadie,
porque ningún Gobierno en particular puede hacerlo, y entre tanto,
pregunto: ¿Podrá verse con imparcialidad, podrá observarse a sangre fría
la desesperación de una de las Provincias de la República, sin más
razón para tal proceder que el derecho del más fuerte, o el que así se
quiere? ¿En qué punto de vista tan ridículo vamos a quedar, mi buen
amigo, y con cuánta justicia nos maldecirán algunos de nuestros
compatriotas, de nuestros mejores amigos quizá, cuando observen que
somos fríos espectadores de sus desgracias? Pero no sucedería así cuando
siquiera conociesen que por medio de una autoridad competente
procurábamos evitarles los males. Pero yo me he desviado algún tanto de
mi objeto al probar a usted que por el tenor del artículo 15, ninguno de
los Gobiernos de la Liga ha podido ni puede hoy solicitar la disolución
de la Comisión Representativa sin infringir el tratado mismo, sin
concitarse, cuando menos, una terrible alarma sobre tal proceder de
parte de los pueblos y Gobiernos aliados, y también de los que aún no lo
son; y después de demostrado esto, voy a hacerle ver que el artículo 16
no puede derogar, como usted lo dice, lo que establece el 15, así como
el 15, en ningún caso puede destruir lo que detalla el 16, porque esto
sería lo más monstruoso del mundo.
No fué con el solo y preciso objeto de salvar al país de las garras
de los feroces unitarios, que los Gobiernos litorales se resolvieron a
celebrar el Tratado de 4 de enero, algunos otros puntos de grande
importancia tuvieron también al realizarlo, y entre ellos fué sin duda
uno de los primeros en encaminar la República hacia su organización
Nacional; porque no siempre hemos de presentarnos al mundo civilizado
como una horda; y alguna vez habríamos de comprobar que si fuimos
capaces de triunfar de nuestros antiguos opresores y despedazar el cetro
de fierro con que se nos oprimía, también lo somos de merecer el
honroso título de hombres libres y de que sabemos constituirnos dándonos
leyes justas y equitativas. A tal objeto tiene tendencia la atribución
5? del artículo 16 del tratado de alianza, de este artículo que como ya
he dicho no puede ser derogado por el 15 ni por ninguno otro de los que
se ven escritos en el tratado, ni éste puede destruir ni desvirtuar a
cualquiera otro de los demás; porque, aquí llamo la atención de usted,
todos y cada uno de los 17 artículos de que se compone el Tratado de 4
de enero, forman el todo del Tratado; por manera que el cumplimiento del
uno no puede importar la derogación del otro; esto es tan evidente como
es cierto que no hay un solo argentino cuya razón no esté preocupada,
que no opine así. Ahora bien; la Comisión, llenando su deber, hace la
invitación que la atribución 5^ le preceptúa, y la hace en el orden que
podía y debía hacerla; es decir, excitando a los Gobiernos que no
pertenecen a la Liga a que adhiriendo y firmando el Tratado de 4 de
enero, entrasen después a la par de los demás a cumplir con lo detallado
en la 5^ atribución; porque a nadie se le podía ocurrir que se invitase
a ejecutarlo en dicha atribución expresada, a un Gobierno, supongamos
que o no se hubiere adherido al tratado, o rehusare entrar por él porque
esto indudablemente habría sido una transgresión del mismo tratado, y
lo más risible y ridículo que por parte de la Comisión podría
ejecutarse: y bien; la Comisión dice al Gobierno A, yo invito a usted
para que se adhiera al tratado de alianza, y si así lo ejecuta, convenir
después en los medios de cumplir con lo que dice la atribución 5^ ¿Y a
quién podrá ocurrírsele que el medio más conforme para adherir, firmar y
canjear el Tratado de 4 de enero no es el de hacerlo por medio de
Comisionados?; ¿quién no conoce que este arbitrio es el que está en
práctica, el más conforme con los principios, y el que presenta menos
dificultades para arribar sin tropiezos a la conclusión de un negocio
semejante? Si los Gobiernos signatarios del tratado enviaron sus
delegados para la celebración de él, y para todos los demás actos
posteriores, ¿por qué han de ser privados de ellos los Gobiernos que se
adhieran a él? La sola razón de invitarlos secamente, y sin
manifestarles el medio generalmente admitido para tales actos, habría
sido el bastante para conjeturas desfavorables, que sin duda habrían
producido malas consecuencias en el estado vidrioso en que se hallan los
Pueblos, consecuencias tanto más desagradables, cuanto que se
considerarían burlados desde que recibían la invitación, y veían a
renglón seguido que esa autoridad que los invitaba, se disolvía casi al
tiempo misim de invitarlos. Es, pues, visto que si la Comisión hubiera
omitido invitar a los Gobiernos a reunirse en Federación firmando el
tratado de alianza, habría faltado a su primer deber porque el tratado
así la establece, y en el caso de invitar, está probado que el modo de
hacerlo es el que queda dicho, y que la Comisión ha adoptado: y si esto
es una verdad suficientemente demostrada, ¿quién podrá desconocer que si
la Comisión ha llenado sus deberes en cuanto al modo de invitar a las
Provincias a reunirse en Federación con las litorales, lo ha llenado
también debidamente en todo lo que establece la atribución del artículo
16? Pues que no habría sido la cosa más risible, la más extravagante y
vituperable que la Comisión hubiera dicho a los Gobiernos del interior:
vengan ustedes, señores, a federarse con nosotros, vengan ustedes
también a cumplir con todo lo que importa la atribución del artículo 16
del Tratado del 4 de enero a que ustedes se han de adherir, y firmar
como paso previo; pero vengan en la inteligencia que en el momento que
firmemos esta nota, nos vamos a disolver. Compañero, seamos ingenuos;
tal paso nos habría hecho el blanco del desprecio, y una conducta tal
para nuestros amigos y compañeros de una misma causa, nos habría
concitado con justicia un odio tan grande cuanto el que se han acarreado
los unitarios con sus hechos atroces; porque esa idea de nombrar un
Gobierno para recibir los delegados que vengan, o las comunicaciones que
se remitan, es tan peregrina como ridicula: yo al menos ni admitiré tal
cosa, ni prestaré mi voluntad a semejante extravagancia.
Dice usted que la Comisión se ha arrogado una autoridad que no tenía,
y que los Gobiernos no le concedieron la facultad de aumentarse con
nuevos delegados hasta el caso de acordar con ellos los puntos
preliminares a la reunión del Congreso, sino que ellos se la reservaron
para tratarla por sí, y entre sí.
Yo no encuentro que en parte alguna del tratado se exprese tal cosa;
lo que sí veo, como queda dicho en otro lugar, es que era una atribución
de la Comisión hacer la invitación, de acuerdo cada Diputado con las
instrucciones de su respectivo Gobierno, acordarse el tiempo, modo y
forma de esa reunión; esto es tan cierto, es tan obvio y tan usual, que
hasta hubiera sido una redundancia el haberlo escrito en el Tratado,
porque es una deducción muy clara, que si la Comisión tenía la facultad
de invitar, la tenía igualmente de acordar y convenir todo lo demás que
es consiguiente a esa invitación, porque a no ser así, ¿qué importaba la
invitación?; nada, absolutamente nada. Pero siempre importaba, y era el
poner en ridículo a esos Gobiernos a quienes representaban los
delegados que la suscribiesen: porque, o los Gobiernos ifivitados
enviaban sus comisionados, o expresaban oficialmente su opinión.
Si lo primero, llegarían los delegados y se encontrarían con que la
Comisión nada sabía, ni nada podía acordar sobre lo más esencial de la
invitación. Si lo segundo, la Comisión diría: señores, nosotros sólo
teníamos autoridad para invitar a ustedes, de lo demás nada, nada
sabemos, porque nuestros Comitentes no quieren que sepamos; así pues,
diríjanse ustedes a cada uno de los gobiernos en particular para que
ellos se lo digan. No ve usted, compañero, que esto u otra cosa
semejante no puede ser absolutamente, como tampoco puede ser, conforme
ya lo he dicho, que ningún Gobierno en particular se encargue de recibir
esos delegados, o las contestaciones de cada uno de los Gobiernos,
porque a más de ser tal cosa muy extravagante, tiene en sí mil
inconvenientes.
Me lisonjeo de haberle demostrado que la Comisión Representativa ha
llenado en todas sus partes los deberes que le impone el Tratado de 4 de
enero, que no se ha arrogado facultad alguna, ni traspasado los límites
de su deber. Réstame ahora paternizar a usted, que a más de la
obligación en que estaba la Comisión de obrar del modo que lo ha hecho;
la política, el bien del País, el sosiego de los Puebles y lo que es aún
más, el honor mismo de los Gobiernos litorales, han exigido
imperiosamente que los representantes de esos mismos Gobiernos se
hubiesen conducido del modo que se ha ejecutado en la invitación
dirigida a los Gobiernos que no pertenecen a la Liga Litoral.
Desde que se dió por concluida la guerra según las comunicaciones del
General Quiroga y mi dimisión ante la misma Comisión, se exigió por
algunos delegados el cumplimiento de la atribución del artículo 16. La
discusión de este negocio, que duró algunos días y en que hubieron cosas
desagradables, produjo una agitación espantosa. Yo omito hacer a usted
detalles a este respecto porque estoy persuadido que su Diputado lo
habrá hecho, según me lo ha asegurado, ello es que yo, para evitar
escándalos, tuve que mediar en tal negocio por medio de mi Diputado, y
poniéndome de acuerdo con el señor Olavarrieta, se acomodó todo honrosa y
satisfactoriamente. Convencido, como lo estoy, de la imposibilidad
moral de que por ahora se piense en establecer congreso, por el
desquicio en que por desgracia se hallan los Pueblos, por el terrible
choque de los partidos, por la espantosa agitación en que han quedado
aquéllos después de una lucha tan encarnizada, después, en fin, de
tantos obstáculos insuperables. Yo jamás negaré mis principios, yo seré
uno de los primeros que clamaré por la formación de una autoridad
nacional que dé al fin al país la organización que tanto reclaman sus
verdaderos intereses, y que inequívocamente es el voto de todos los
buenos hijos de la tierra, pero hoy que desgraciadamente se han
desencadenado las pasiones de un modo que asombra, que por todas partes
no se ve más que división y anarquía, la formación del Congreso sería el
paso más violento, el más antipolítico, y que indudablemente nos daría
resultados infinitamente peores que los que han producido los anteriores
Congresos. Un paso semejante corrohoraria la idea que tanto han
vociferado nuestros enemigos de que somos ineptos e incapaces de
organizamos; por conclusión, vendríamos a ser el juguete de nuestros
enemigos domésticos, y el ludibrio de los que nos observan con atención,
o para influir en nuestra separación de la escena política, o para
señorearse de nuestra tierra querida.
'l'ales son las consideraciones que me impulsaron a ponerme de
acuerdo con su Diputado a la Comisión para adoptar una marcha que no
alarmase, y condujese este delicado negocio por el camino de la recta
razón. Todo se consiguió después de vencer mil dificultades, y después
de un trabajo asiduo; y cuando todo está hecho de la manera más
satisfactoria, cuando parecía imposible que nada se arriesgase, cuando
la opinión de usted trasmitida al señor Olavarrieta, el Congreso
federativo, no podría tener lugar a lo menos antes de dos años, y mi
resolución era y es irrevocable en este negocio, he sido sorprendido con
la medida adoptada por ese Ministerio de solicitar que la Comisión se
disuelva antes de recibir la contestación dg la invitación, y que se
retire de todos modos su Diputado. Yo aseguro a usted, compañero, que
pocas veces se ha presentado un negocio que tanto me haya afectado:
primero, por la sinrazón con que se hace; segundo, por el flanco que se
abre a su opinión de usted y las terribles funestas consecuencias que
esto traerá en pos de sí a todos los Pueblos, con especialidad a esa
Provincia, y sobre todo a la causa que sostenemos a costa de tantos
sacri-licios, tercero, por ver malogrado un trabajo que ha costado no
poco; cuarto, por la injuria que se infiere a mi persona; porque desde
que el señor Olavarrieta escribió a ese Gobierno de acuerdo conmigo,
explicando minuciosamente todo cuanto había ocurrido sobre la
invitación, y asegurando el modo en que se obraría, yo no podía ni debía
esperar que ese Ministerio se condujese del modo que lo ha hecho, antes
bien, que la conducta de su Diputado sería aplaudida porque el tino y
circunspección con que se ha manejado así lo exigía, y que a mí se me
hiciese siquiera la justicia de considerarme consecuente. Pero todo lo
contrario ha sucedido, y yo tengo el sentimiento de ver reproducido lo
que tantas veces he notado: a saber, que ni mi marcha firme y
consecuente en tantos años, ni el sacrificio a que tantas veces he
expuesto mi persona y la suerte de la Provincia que presido en obsequio
de la de Buenos Aires, ni el convencimiento de la honradez de mi
carácter, todas estas consideraciones, digo, y otras que podría
detallar, no han sido bastantes a destruir esa preparación, esa injusta
desconfianza que se tiene de mi individuo y de esta Provincia. Bien sé
que no son éstos sus sentimientos, pero sí lo son los de algunos que le
rodean, y quienes sin conocer el País, sin conocer las personas ni las
cosas, creen que desde el lugar que ocupan les es muy fácil conducir los
negocios por su sola política; y aquí tiene usted la verdadera causa de
tantos males inferidos a la República, y en especialidad a esa
Provincia.
Concluyo, amigo y compañero, esta carta, asegurando a usted que sólo
el interés vehemente de que estoy animado en obsequio de nuestra sincera
amistad, y de que su reputación no padezca, es que me he resuelto a
exigir de su Diputado el señor Olavarrieta, suspenda la ejecución de lo
que se le ordena por el Ministerio, en la esperanza de que puesto usted
al corriente de todo lo que esta carta detalla, y especialmente de mi
resolución de que marcharemos de acuerdo en que no haya reunión de
Congreso antes de dos años, en lo que aseguro a usted que no variaré,2
hará usted que se rectifique la orden expedida al Diputado, y que se
marche en consonancia con lo ya hecho, puesto que de esto ningún mal
resulta, y en el otro caso serían incalculables los que podrán
originarse. Pero si yo me equivocase en mi juicio, si contra mis
esperanzas usted no quisiese variar la orden cometida a su Diputado de
retirarse, espero a lo menos que por la deferencia que con bastante
repugnancia ha tenido a mi solicitud, no se le haga ningún reproche, ni
sea un motivo para que nuevamente se le recrimine.
Después de haber hablado a usted con la franqueza e ingenuidad que
reclama nuestra sana y grande amistad, réstame sólo rogar a Dios le
colme de prosperidad, como lo desea su mejor amigo y compañero.
Estanislao López