Buenos Aires, diciembre 14 de 1831.
Señor Don Estanislao López.
Distinguido compañero y amigo querido:
Su carta fecha 24 del próximo pasado noviembre a que me acompaña
original la renuncia del General Quiroga, y en copia lo que de oficio
usted contesta, me ha dado el mal rato, que también dió a usted la misma
renuncia. Parece que estuviéramos los Federales destinados a no tener
un día de gusto cumplido.1
El mal rato para mí ha sido tanto más sensible cuanto que por
consecuencia a nuestra amistad no debo callar el motivo a pesar • que
quisiera ocultarlo, porque al saberlo usted estoy seguro que tendrá una
nueva impresión desagradable.
Con razón sospechaba usted que con alguno de los dos era con quien el
señor General Quiroga tiene, o le han hecho concebir motivos de
disgusto. En efecto, él en su carta me habla con franqueza, y me dice
que no es la enfermedad la que le ha movido a renunciar, sino el ver que
sus intereses son declarados buena presa por amigos y enemigos.
Alude esto a un caballo obscuro que le extrajo Madrid de San Juan,
pérdida que según se explica sentía más que la de toda su fortuna: dice
que en Córdoba dijeron a usted que el caballo pertenecía a él, y que aun
habiendo habido quien se ofreciese a llevárselo, contestó a este
ofrecimiento poniendo en duda que fuese del General Quiroga el caballo.
Que al llegar a Catamarca fué que tuvo el aviso de hallarse en poder de
usted, y sintiéndose desairado porque aun en medio de dudarlo no se lo
hubiese usted escrito, estuvo ya a punto de dar de mano a todo, y
retirarse; pero que por las proclamas que había publicado y otras
causas, siguió adelante, resuelto a dar una batalla y retirarse, bien la
ganase, bien la perdiese. Éste es en substancia el relato.
Yo presumo que los autores de esta noticia al General Quiroga se la
hayan dado con tales agregados, que él ha llegado a creer que ha sido
desairado, mirando usted en menos avisarle hallarse en su poder una
alhaja de su particular estimación y que le pertenecía.
En este conflicto, y de acuerdo con usted en la necesidad de poner
remedio al grave mal de la renuncia, le he contestado primero empeñando
toda clase de convencimientos, a fin de que vuelva sobre sí, y no valore
la suerte del País por la estimación de un desaire particular que juzga
habérsele inferido, que el honor, delicadeza y crédito se comprometían
palpablemente con su procedimiento, y que no solo él perdía, sino que
interior y exteriormente la opinión pública recibiría uiiíi brecha, sin
reparación, desde que se supiese el origen de su disgusto para abandonar
al ejército, a sus compañeros, a sus amigos, y a los que por él se han
sacrificado.
En segundo lugar, suponiendo que fuese cierto que usted tiene el
caballo, y que éste sea un obscuro que Manuel vió a usted en Córdoba, le
digo: que ha estado muy lejos de la intención de usted agraviarle,
reteniendo el caballo: que sabía por Manuel el particular esmero con que
lo veía cuidar, y la distinción que hacía del tal animal: que sólo
usted solía montarlo, y se conocía visiblemente que miraba en él la
alhaja de un amigo recobrada del enemigo: que yo presumía que tanto
cuidado no podría tener otro objeto que el de conservar el caballo, para
ponerlo en sus manos en la ocasión en que usted creyese conveniente
hacerlo. Que hablándome usted de la renuncia, me decía que no podía
atinar con el motivo: que el reservarlo era; porque entre nosotros no
debía estar el origen para el disgusto: que usted agregaba que era
urgentísimo descubrirla para poner remedio al grave mal, si con tiempo
no se le satisfacía. De aquí es que le hago la fuerte observación de que
estaba muy distante de la idea de haberle usted ofendido, cuando tomaba
el interés que se ve, porque se le dejara satisfecho.
En fin, le digo: que he transmitido al conocimiento de usted el motivo.
Ahora pues, cuando yo he visto la resolución del General Quiroga, y
considero que éste se muestra ofendido porque nada le haya usted escrito
relativamente al caballo, no sé qué camino podría tomarse, para que
todo se concluyera y la recíproca confianza no padeciese mengua alguna.
Yo ya he manifestado a usted lo que le he escrito. Quisiera sí, que para
este caso tuviese usted la superioridad necesaria para no resentirse, y
que dejando a un lado el exceso de irritación que ha precipitado al
uno, solamente se propusiese calmarle, escogiendo para esto aquel medio
que estuviese en consonancia <con la prudente circunspección, con la
sanidad de su corazón y con las espinosas circunstancias del día.
Quisiera también, que mi revelación no viniese a ser un motivo para
nuevos disgustos, en vez de cortarle los que tan sensiblemente ya han
asomado.
Antes de cerrar ésta, debo poner en su noticia que hasta la fecha he
observado que no se ha traslucido este desagradable suceso; que yo lo he
considerado digno de la más rigurosa reserva y que así lo he guardado y
conservaré entre uno de mis secretos de más importante interés.
Adiós amigo: le deseo a usted tanta salud y paciencia como la que para sí quisiera su afectísimo compañero.
Juan Manuel de Rosas