Buenos Aires, agosto 17 de 1835.
Señor Don Estanislao López.
Mi querido compañero:
Tengo a la vista sus muy apreciables de 19 y 4 del corriente, y las
dos últimas de 8 del mismo que ha conducido el correísta Viana. Los
impresos que se sirvió usted incluirme en la de 4 del presente, es
decir, su intimación al Gobierno de Córdoba, su proclama a los
habitantes de aquella Provincia y la circular iniciativa a los demás
Gobiernos Confederados no sólo me han llenado de la más completa
satisfacción, sino que también ha producido un contento general en toda
esta Provincia; y como a estas circunstancias plausibles en sucesos de
la naturaleza del que nos ocupa hoy día principalmente, les doy un valor
inmenso, no puedo menos de participarlas a usted con el mayor placer,
porque a mi juicio son un presagio muy fundado de feliz resultado en
todo lo que se ha hecho a este respecto.
En cuanto a la perplejidad en que algún tanto me causó su apreciable
de 4 de julio último,1 y de la que me habla usted en la de 8 del
corriente contestando a la mía de 12 del próximo pasado, creo que debo
hacerle algunas explicaciones. Ciertamente dije a usted en carta de 26
de mayo lo siguiente: "En tal estado yo creo de absoluta necesidad que
usted y yo nos pronunciemos dirigiéndonos a todos los Gobiernos de las
Provincias (excepto Salta), usted píor sí y a mi nombre, y yo por mí y
el de usted, ambos recíprocamente facultados para ello. Lo que les hemos
de decir o pedir, es lo que voy a pensar para proponerlo a usted
dirigiéndole mi opinión a este respecto dentro de tres o cuatro días".
Consiguiente a este anuncio me ocupé de meditar sobre el asunto cuanto
me fué posible; pero por mis gravísimas ocupaciones urgentes y del
momento, que son indispensables, y por lo grave, raro y difícil del
negocio, como también por el estado en que consideraba los ánimos y la
opinión de los Pueblos, no me fué posible formar resolución en el
expresado término, ni en varios días después. En este estado de dudas y
de dificultades que me ocurrían sobre el modo como deberíamos expedirnos
y no habiendo por lo mismo podido comunicarle mi opinión sobre lo que
debíamos decir o pedir, recibí su favorecida de 5 de junio en que me
decía usted: "Nada es tan conforme con mis ideas y con mis deseos como
el que marchemos de acuerdo en todo. Si considera usted que debemos
dirigirnos a los Gobiernos todos, con exclusión de Salta, recíprocamente
facultados, estoy conforme a ello, desde que tal es la opinión de
usted, para mí tan respetable, pero deseo que me mande usted ya
redactado lo que se le ha de decir por mí, a fin de que marchemos más
conformes en este negocio". Estas palabras tan claras y terminantes
dirigidas después de recibido mi anuncio y sin esperar a que verificase
la manifestación de opinión que al hacer aquél había ofrecido a usted
sobre lo que debíamos decir o pedir, me hicieron concebir que usted se
libraba en un todo a lo que yo resolviese, y que para llevar a efecto la
idea o resolución que formase, nada más me quedaba que hacer con
respecto a usted que mandarle redactado lo que debía decir por su parte;
que de consiguiente quedaba allanada una de las grandes dificultades
que me abrumaban, cual era la morosidad que sufriría nuestro
pronunciamiento y el modo de expedirnos, teniendo que consultarlo y
acordarlo por correspondencia epistolar, que debería ser muy difusa, y
que conducida por correos extraordinarios quién sabe que impresiones
causaría en el público y cuánta ansa darían a los díscolos y revoltosos
por sus inicuas maniobras.
Bajo de este concepto, que ahora mismo lo considero exacto, fué que
meditando en el negocio, reflexioné que el Gobierno de Buenos Aires por
la investidura que tiene de Encargo de las Relaciones Exteriores de la
República y por hallarse especial y particularmente ofendido con el
asesinato ejecutado en su representante, debía tomar la iniciativa y
figurar principalmente en el paso que se iba a dar, que por este
principio el facultamiento recíproco que había indicado a usted, y sobre
el que se hallaba de acuerdo conmigo, no podía ser uniforme en ambos,
sino por parte de usted, manifestando haber prestado su conformidad para
la intimación o petición de este Gobierno y haciendo valer su influjo y
valimiento a nombre de él para que todos los Gobiernos secundasen la
intimación, y por mi parte expresando que procedía a hacerla de acuerdo
con usted, a fin de que por esta manifestación fuese más imponente a los
Reynafés y sus secuaces, y aumentando su desaliento se evitase al
Pueblo inocente de Córdoba los desastres consiguientes a cualquiera
resistencia que tal vez en otro caso. quisiesen oponer.
También traje a consideración todo lo demás que usted me indica en su
expresada carta; pero con respecto al previo acuerdo formal de todos
los Gobiernos, que cree usted debió proceder conforme al espíritu del
Tratado de 4 de enero, y en atención a que el Gobernador Reynafé había
entrado al Gobierno por el camino de la ley, me ocurrieron varias
razones en contra que me parecieron decisivas. En primer lugar, desde
que era indudable que la opinión pública señalaba en todos los Pueblos
de la República a los Rey-nafés como ejecutores y cómplices del
asesinato del General Quiroga, y que en esto estaban acordes todos o
casi todos los Gobiernos, el Don Vicente se había hecho notoriamente
inhábil para continuar en el puesto, e intolerable a los demás
Gobiernos, que sin mengua de su honor y dignidad no podían comunicarse
con él; del mismo modo, pero con mucha más fuerza de razón, que si
hubiese enloquecido dándole la locura por insultar, baldonar y ofender a
los Gobiernos de la Confederación. Así pues como en este caso siendo
público y notorio a juicio de todos, cualquiera de los Gobiernos
confederados tendría derecho para negarse a toda comunicación con él y
también a exigir por su parte que se le separase del puesto, contando
con que los demás deberían hacer y harían lo mismo por su honor y el de
toda la República, sin que para ello presidiese acuerdo de todos, del
mismo modo en el caso presente; pues que en esto como en aquéllo, no se
violaba ninguna ley o derecho, ni se tomaba resolución sobre un punto
dudoso y cuestionable, sino en el sentido de un deber notorio de que
ninguno del Gobierno puede excusarse, y de una necesidad pública de que
jamás es posible prescindir. ¿A qué Gobierno le es permitido alternar de
igual a igual con un ciudadano que en toda la República es calificado
por un asesino alevoso, y nada menos que de un Representante del
Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores en la misma República,
que iba en una misión de paz, transitando por territorios amigos con
toda la confianza que inspira la paz y una amistad fraternal? ¿Qué
pueblo puede jamás soportar que un tal hombre ocupe el rango * de
Gobernante en la República? También me pareció que la intimación no
importaba una declaración de guerra, sino meramente una medida política
reclamada instantáneamente por el honor de toda la República, y de todos
y cada uno de los Gobiernos Confederados, pero muy especialmente por el
de ésta y esa Provincia, en razón del carácter que investía el finado
General Quiroga, del estado en que estaban los ánimos y la opinión
pública, de los manejos que se ponían en práctica contra ese y este
Gobierno, y de las fatales consecuencias que de un momento a otro
podrían empezarse a sentir si se demoraba este paso, que sólo se dirigía
contra cuatro individuos en favor de todos los Pueblos, y
principalmente de la Provincia de Córdoba. El cerrar la comunicación
epistolar y comercial con los habitantes de un pueblo, no importa una
declaración de guerra, ni una hostilidad, cuando se hace por su propio
bien en un caso notorio a todos, como'el presente, o cuando es para
preservarse de males que se temen sobrevengan continuando la
comunicación, como sucede en circunstancias de una gran peste. Tampoco
es un paso hostil, ni importa una declaración de guerra el manifestar
que se hará uso hasta de la fuerza en caso de no prestarse a una
resolución reclamada imperiosamente y de un modo evidente por la
seguridad, honor y tranquilidad de toda la República. Tal manifestación
sólo expresa la urgencia y decisión con que se exige la pronta y total
deferencia a la intimación, y si sería censurable el hacerla en un
asunto cuestionable, o que pudiese transigirse por medios más templados y
suaves, no lo sería menos su omisión en un negocio tan claro, tan
público, tan urgente y de tanta trascendencia como el presente, en el
que lo menos que se puede hacer es .lo que se ha hecho, sin que pueda
decirse que se ha ejercido ninguna clase de hostilidad, por cuanto no ha
llegado el caso de hacer uso de la fuerza, ni siquiera hecho por el
menor amago o preparativo de ella.
Por todas estas consideraciones, y porque además de que un suceso tan
raro e inaudito como el presente estuvo fuera de toda previsión cuando
se celebró el Tratado de 4 de enero, y las circunstancias del caso eran
tales y tan- complicadas, que cualquiera aplicación a ellas que quisiese
hacerse del expresado tratado contrariaría su principal objeto, que fué
el preservar la República de grandes males, me resolví a obrar del modo
que lo he hecho.
Con efecto, yo sabía que en el cuerpo de Auxiliares de los Andes y en
las Provincias de San Luis y La Rioja se había desplegado tal furor
contra los Reynafés, que por sólo consideraciones al Gobierno de esta
Provincia, sabiendo que yo era llamado a ocuparlo, no habían.entrado ya
los Riojanos a fuerza armada en el territorio de Córdoba. Sabía que los
demás se habían puesto en expectación desde que tuvieron la noticia del
atentado, y que todos tenían la vista fija sobre nosotros dos en
observación del modo cómo obrábamos para arreglar su juicio por nuestra
conducta, que se creía generalmente debía ser activa y con un carácter
de decisión proporcionada a la magnitud del atentado. Sabía también que
los unitarios por un lado, y los Reynafés por otro, trabajaban con todo
empeño y sagacidad por enredar el negocio, cubrirlo de misterios, hacer
vacilar las opiniones y forjar sospechas y desconfianzas contra
nosotros. En este estado crítico de cosas, que estaba a la vista de
todos, detenerse en consultar a todos los Gobiernos para ponernos de
acuerdo sobre lo que convendría hacer, habría sido dar ansa a los
unitarios y revoltosos, para que poniendo en juego los ingeniosos
resortes de la intriga, del engaño y de la seducción, todo se
convirtiese en dudas y problemas; entrasen a obrar los temores, las
sospechas y desconfianzas; el un Gobierno dijese una cosa, el otro otra,
se entablase una discusión oficial que no habría cómo terminarla, se
insinuase el desagrado por la disconformidad de ideas, se mezclase la
interpretación de intenciones, se siguiesen a ésta los temores,
resentimientos y precauciones, corriese entretanto el tiempo, el asunto
cada vez se oscureciese más con nuevas confusiones y misterios, y a buen
librar, si salimos de este negocio en paz los unos Gobiernos con los
otros,, el crédito de usted y mío habría quedado envuelto en estos
enredos, y cada uno en actitud de juzgar contra nuestra conducta, sin
que hubiese un hecho claro e incuestionable con que poderla redargüir.
Este resultado habría sido más positivo aún cuando no hubiese
sucedido nada de lo que llevo indicado, si ínterin se oía el voto de
todos los Gobiernos, el pueblo de Córdoba por sí hubiese depuesto al
Gobernador Reynafé para hacer con él y sus hermanos lo que ahora se ha
solicitado por ese y este Gobierno.
Agregue usted que tal consulta a todos los Gobiernos, después de su
natural e inevitable morosidad, no podría ser del todo secreta, o
siéndolo, excitaría por esto mismo mucho más la expectación y sobresalto
de los pueblos; y en uno y otro caso los Unitarios e intrigantes
habrían encontrado un famoso cabe para poner en angustias al Gobierno de
esta Provincia aumentando las ansiedades del público, alterando por
todas partes la confianza del comercio obstruyendo su marcha, y haciendo
vacilar el crédito de la hacienda pública.
Esto, compañero, es de muchísima importancia en esta Provincia, y de
la mayor trascendencia a toda la República, y por lo mismo es preciso
atenderlo con mucha delicadeza y previsión. Aquí no puede el Gobierno
obrar en casos de esta naturaleza con la misma libertad con que obraría
en cualquiera otro pueblo. Desde que en Buenos Aires falta el crédito
comercial y financiero, todo queda paralizado y en un estado tal de
inercia, que no hay absolutamente poder capaz de darle movimiento, y
este crédito se ramifica de tal modo. con todas las cosas, que cualquier
paso menos prudente en un acto de interés general al instante lo
suspende y hace vacilar. La realidad de este escollo está ya demasiado
probada por la experiencia, pues no ha habido casi Gobierno que no haya
encallado en él, y si algunos títulos tengo de importancia para merecer
la confianza de mis compatriotas creo que uno de ellos es el haber
logrado salvar tan terrible escollo durante mi anterior administración,
sin embargo de las grandes empresas que tuve que ejecutar, y de las
inmensas dificultades que fué necesario vencer.
¿Y si esto llegaba a suceder, como indudablemente habría sucedido,
podríamos satisfacer a la queja y censura pública con la necesidad de
proceder previo el acuerdo de todos los Gobiernos? ¿Podría esta
respuesta hacer desaparecer el problema en que habría quedado la pureza
de nuestra conducta con respecto al atentado cometido por los Reynafés, y
la sanidad de nuestros deseos con respecto al esclarecimiento y castigo
de los verdaderos delincuentes? ¿Y este solo mal no sería mucho mayór
que cuantos otros pudieran sobrevenir a consecuencia del modo como se ha
procedido? La verdadera inteligencia y cumplimiento de toda ley o
tratado exige que no se le dé una aplicación contraria al fin para que
fué dictado.
[Me dice usted que cree hubiera sido muy del caso y aún del todo
preciso el habernos dirigido a la Junta Provincial de Córdoba, como a la
legítima ^ primera autoridad de aquella Provincia, y que no dude yo que
ya se ha echado de menos la falta de este paso, en lo que fue lo
primero que se fijó el Gobierno de Entre Ríos. Sobre esto, permítame
compañero, le diga con franqueza, que yo jamás habría entrado en dar tal
paso, porque no es usado ni admitido en ninguna parte del mundo, que un
poder extraño, o que no es del mismo Estado, se dirija oficialmente al
cuerpo legislativo. En todo país en que éste está separado del
Ejecutivo, sabe usted que sus funciones están contraídas a dar leyes y
expedir aquellas resoluciones interiores, las que él jamás comunica por
sí, sino ordena se comuniquen por el Presidente al Poder Ejecutivo. Este
poder es el mismo órgano de comunicación que tiene un Estado con los
Gobiernos de los otros Estados, y por esto, como por ser encargado de
todo lo que importa ejecución, es que se llama Poder Ejecutivo o
Gobierno. En las mismas monarquías absolutas en que el monarca reúne
todos los poderes, jamás se dirige ningún poder extrañó a él como a
legislador, sino como a Jefe soberano ejecutor. Usted debe observar que
la intimación no ha sido hecha al Gobernador Don Vicente Reynafé, sino
al Gobierno de la Provincia de Córdoba y demás autoridades a quienes
corresponda, para preservar a este respecto cualquiera cavilosidad y
evasión. En ella se prescinde absolutamente para su dirección de quién
es la persona o cuerpo moral que ejerce el Gobierno, y sólo se hace
mérito de que lo tiene el señor Reynafé para exigir su dimisión, y esto
no porque su investidura sea precisamente de Gobernador, sino porqué es
una investidura que lo pone en el caso de alternar con los demás
Gobiernos, lo que se hace intolerable a éstos y deshonroso a la Nación
desde que la opinión pública lo señala como autor de un crimen horrendo a
juicio de todo el mundo.]
En cuanto a los pasos previos que cree usted debían haberse dado con
las autoridades de la campaña de Córdoba y con los amigos de aquella
Provincia, debo manifestarle que nada he hecho en este sentido porque
creí que debíamos ocultarles nuestros pasos hasta haberlos dado, pues si
los traslucían podían a mi juicio adelantarse a hacer ellos por si la
remoción de los Reynafés, contando con' que este procedimiento seria
apoyado por nosotros, y entonces nuestra verdadera conducta y
sentimientos quedarían en problema ante la generalidad de los Pueblos y
ante todas las Naciones, lo mismo que la dignidad y decisión que sobre
este punto animaba a todas las Provincias de la República, y nuestros
enemigos tomarían de esto motivo para atacar nuestro crédito.
Tampoco me ocupé de la persona que convendría entrase al Gobierno,
porque me pareció que para asegurar el buen éxito de lo que se deseaba, y
que no sé crease algún embarazo en el mismo pueblo de Córdoba en razón
de la diversidad de afecciones y partidos era mejor prescindir por
entonces de la cuestión sobre quién convendría fuese electo Gobernador.
Ültimamente, aunque tuve presente la medida que usted indica de
colocar una fuerza de esa y esta Provincia en un punto al tiempo de
hacer la intimación, no me pareció conveniente por varias razones.
Primera: porque el acompañar fuerza efectiva a una intimación se hace
sólo cuando las circunstancias del caso así lo exigen, no porque sea de
necesidad absoluta, y consideré que esto era desairoso al Pueblo de
Córdoba, pues debiendo suponer, como estaba, descontento en sumo grado
con los Reynafés, y bien persuadido de su criminalidad, no sólo era
hacerle poco honor creer que el no era suficiente para arrojarlos de los
puestos que ocupaban, deseándolo los Gobiernos amigos, sino también
privarle de la satisfacción de hacerlo por sí como' una cosa que le era
grata, y presentarlo como impelido a hacer por temor de la fuerza
apostada, lo que él deseaba practicar de muy buena gana.
Segunda: porque ésto nos hacía aparecer ante el público recelando de
la conformidad del pueblo cordobés a nuestra solicitud, o al menos daba
lugar a que así se interpretase, no pudiendo nadie estar cierto del
verdadero motivo. Así es que verificada la remoción del Gobernador
Reynafé y ordenada la de los hermanos del modo como se ha hecho por las
autoridades de Córdoba, sin que para ello hayamos movido un solo
soldado, ha resultado de una manera particular la dignidad de nuestra
conducta, y se ha hecho brillar el honor de la República, pues sólo al
pronunciamiento manifiesto de todos sus habitantes puede atribuirse la
prontitud y facilidad con que han bajado de sus respectivos puestos los
tales caballeros; de modo que aün cuando después sobrevenga alguna
ocurrencia o trastorno, ya no podrán influir en lo substancial de
nuestro objeto que ha sido salvar el honor nacional, y nuestra
reputación.
Tercera: porque la medida de cerrar todas las Provincias confederadas
su comunicación epistolar y comercial con Córdoba hasta que se hiciese
lugar a la intimación, era un coercitivo muy poderoso para obligar a los
Reynafés a no pensar en la menor resistencia, y para enfrenar el furor
de cualquer partido anárquico que se quisiese levantar dentro de la
misma Provincia.
Cuarta y última: porque desde que todas estas reflexiones podía
hacerlas el público, si veía que se acantonaba tal fuerza haciendo, como
debían hacerse, para ello gastos de consideración en medio de los
imponderables apuros de este erario, luego se echaría a discurrir
atribuyéndole otros objetos muy distintos y de diversa naturaleza al que
tenía en realidad. Esto produciría ansiedad y sobresalto en el
comercio, y de aquí se seguiría una paralización general en la plaza y
una alteración muy notable en el crédito de la Hacienda pública, cuyos
males podrían ser de muchísima consecuencia, y lo que a primera vista
parecía muy sencillo, I quién sabe el trastorno que vendría a causar en
último resultado!
Por lo demás, aunque he creído que no debíamos demorar ya un momento
el paso que hemos dado, y porque veía los ánimos y las cosas bien
dispuestas para ello, usted no dude que si llegase a interponerse alguna
dificultad, al instante me ocuparía de allanarla en cuanto estuviese de
mi parte, y que para tal caso debe usted contar con que no perdonaré
esfuerzo ni sacrificio alguno aunque sea personal desde que conciba que
es útil, o necesario.
Con esto creo haber satisfecho a la manifestación que me pide usted
le haga de mis ideas sobre los casos que puedan ocurrir; pues como
escribo esto después de haber recibido el aviso oficial de Córdoba de
haber sido suspendido del Gobierno Don Vicente Reynafé, con lo demás que
se registra en los impresos adjuntos, cuyo aviso sé que también ha sido
dirigido a usted con un oficial conductor de los pliegos, me parece que
por esto ya no hay motivo para pensar por ahora en la colocación de la
fuerza que usted me indicaba; y que todo lo que debemos hacer es
observar el progreso que lleven las cosas en dicha Provincia mientras
las demás hagan sus respectivas intimaciones, practicando cada uno por
nuestra parte lo que convenga de pronto, a fin de que no se altere ni
extravíe la marcha del negocio y estar a la mira de todo, para según lo
que ocurra, obrar de acuerdo en lo que fuere necesario, hasta dejar las
cosas bien establecidas, con cuyo objeto voy a escribir a usted por
separado sobre este mismo asunto.
Debo, pues, concluir este punto dando a usted las gracias, compañero,
por sus finas demostraciones de franqueza y confianza sin límites con
que usted me honra para manifestarme que la suya muy estimable de 4 de
julio no debió de causarme ningún género de perplejidad. Así habría sido
sin duda, si yo sólo me fijase en la extensión de su generosidad para
conmigo, pero como me considero obligado a complacerlo del mejor modo
que me sea posible, correspondiendo en cuanto esté de mi parte a ese
noble e importantísimo deseo que le anima de que marchemos y aparezcamos
marchando siempre uniformes y acordes en todo lo que concierne al
servicio público de la Nación por los inmensos bienes que esto
produciría a nuestra amada Patria, por esto es que me detuve algún tanto
en pensar lo que debería hacer pára no errar, y hacer lo mejor en tales
circunstancias.
[Sobre los gastos que ha ocasionado la remisión del correo Rivero por
el desierto hasta Santiago del Estero, yo agradezco a usted muchísimo
su generosidad en exonerar a este Gobierno de su pago; pero considerando
las urgencias en que usted se verá para las muchas y costosas
atenciones que lo rodean y que ha de ser necesario gratificar bien a los
que han acompañado a dicho correo, para corresponderles el riesgo y su
buena voluntad, yo desearía que de esto y de lo demás que se haya
gastado en el expresado correo, me remitiese la cuenta para
satisfacerla, pues no considero justo que se grave con el todo de su
importe el erario de esa Provincia.
En orden a lo que dije a usted relativo al pronunciamiento oficial
que me parecía conveniente y necesario hiciese usted de no reconocer al
Gobierno de Salta, yo creo que nada hay que hacer, pues mi idea se ha
llenado completamente con sus últimos oficios publicados sobre el asunto
de Córdoba, por los que se ve claramente en todos los pueblos que usted
no reconoce al expresado Gobierno.
Celebro que haya agradado a usted la nota oficial sobre lo acordado respecto del Tratado y demás.
La razón que usted me pide le remita del líquido alcance que tenga
ese Gobierno contra el de esta Provincia para arreglar sus gastos, veré
si puedo mandársela por el presente correo, y si no pudiese, lo haré en
otra ocasión.
En los impresos adjuntos encontrará usted insertas las cartas de
nuestro finado compañero y la contestación de usted. Basta leer esto
para penetrarse de nuestra buena fe; todo hace honor al País y fortifica
nuestro crédito.
En cuanto al General Paz, considero bien las razones que tiene usted
para manifestarme lo gravoso que le es su permanencia en ésa; pero sobre
este particular usted verá y medirá lo que quiera que se haga. Yo no
tengo en esta Provincia dónde ponerlo si no es en alguna guardia de las
de campaña, porque en la ciudad no es conveniente tenerlo, ni tampoco lo
considero absolutamente seguro. Si usted resuelve mandármelo, que sea
por tierra, designándome con anticipación un punto cerca del Arroyo del
Medio, que me parece podría ser la Estancia de Don Francisco Javier
Acevedo, o algún otro que a usted le parezca en donde yo disponga que
vayan a recibirlo con la debida precaución y custodia para conducirlo de
este mismo modo desde allí al punto donde vaya destinado. En este caso
le he de estimar me haga las advertencias que usted crea convenientes,
para mi gobierno en cuanto a ' la seguridad, precaución y modo como le
parezca que debo conservarlo y de todo lo demás que conciba usted que yo
tal vez no esté apercibido y que me convenga saberlo.
Concluyo, pues, con esto la presente carta, dejando el hablarle por separado en otra, sobre el asunto de los indios.]
Adiós mi querido compañero, que Él le conceda a usted toda clase de felicidad es el voto de su atento amigo.
Juan Manuel de Rosas