Buenos Aires, mayo 17 de 1832.
Señor Don Estanislao López.
Mi querido compañero:
He recibido la carta de usted de 24 de abril en que me manifiesta
nuevamente los motivos en que funda su empeñó para que el Diputado de
ese Gobierno en la Comisión Representativa de Santa Fe, permanezca en
ella hasta la reunión a lo menos de las dos terceras partes de los
Diputados de las demás Provincias o se reciban sus contestaciones y de
consiguiente, quede sin efecto la orden que he dado para que se retire.
No dudo que al insistir usted en la permanencia de la Comisión
Representativa se halle animado de los mejores, deseos por la causa
pública, y de un sentimiento de adhesión a mi buena fama, pero es
menester que asuntos de tanta trascendencia se traten entre nosotros con
un mismo interés, y con el lenguaje franco y sincero que corresponde a
nuestra amistad, y es con el que voy a contestarle.
Tanto en mis afecciones personales como en mis deberes públicos la
legalidad es para mí un elemento general y no hay sacrificio que no
haría por no cargar con la nota de inconsecuente.
Estimulado siempre por ese principio me habría abstenido de retirar
el Diputado de este Gobierno, si hubiere sido convencido de que en este
paso se faltaba en un ápice al tratado de la Liga Litoral o a cualquiera
otro compromiso existente para con los demás Pueblos de la República.
Pero lejos de eso, considero que la invitación hecha a las Provincias es
el último acto con que concluyen las funciones de la Comisión
Representativa, y ya está ejecutado; desde entonces toda prorrogación
sería meramente gratuita, es decir, sería la obra de una facultad
especial de los Gobiernos comitentes a sus respectivos Diputados, y el
negarme a ella no podría dar jamás un motivo justo de queja desfavorable
a mi reputación, ni podía traerme otra responsabilidad que la que
quisieran imponerme mis enemigos. Poderosas eran las razones que di al
diputado por este Gobierno en carta y nota de 7 de abril para que
fundase no solamente la inteligencia liberal que debía darse al Tratado
de la Liga, sino la religiosidad con que quedaban satisfechos todos los
deberes de esta Provincia, comprendida en el mismo Tratado, desde que se
había cumplido la última de las funciones de la Comisión
Representativa, con la invitación que acababa de hacerse a los Pueblos
para su incorporación a la Liga. El señor Olavarrieta, estoy seguro de
que nada había omitido para presentar la lealtad de su Gobierno, tan
pura y religiosa, como lo han sido todos sus actos relativos a conservar
una constante armonía con todos los Pueblos de la República; pero o yo
no he tenido la fortuna de ser creído, o nos alejamos de un punto de
razón por no haber arribado a un punto más claro de explicación; y para
no omitir de mi parte algo que pueda producir el convencimiento de
usted, aún haré algunas observaciones, que en mi sentir fluyen
naturalmente del mismo Tratado.
La reunión de la Comisión Representativa tuvo por objeto especial
nombrar el General en Jefe que había de dirigir -la guerra contra los
opresores de la nación, y concentrar en un punto el sufragio de los
Gobiernos confederados en los casos imprevistos que ocurrieren durante
la guerra.
Después de haber concluido ésta, no incumbe ya a la Comisión
Representativa sino cumplir religiosamente el artículo 15 de dicho
Tratado, y cuando más, la atribución 53 del artículo 16, invitando y no
convocando (pues que es diferente) a las Provincias del interior a que
se unan en federación con las Provincias litorales, ¿y para esta unión
en federación es necesaria la concurrencia de Diputados en Santa Fe o a
cualquiera otro Pueblo? Vea usted un punto cuya resolución nos habría
libertado de estas contestaciones estableciendo los principios más
obvios, de los cuales siento ver a usted extraviado en las reflexiones
que' me hace en su carta.
Por formar, compañero, un Tratado entre dos Pueblos, cualquiera que
sea su naturaleza, se requiere la discusión, y de consiguiente, la
concurrencia de las dos partes contratantes, por sí o por sus
Comisarios. Pero para adherirse a un tratado existente no es menester
absolutamente la reunión de Apoderados, ni mucho menos el canje de
Poderes, como equivocadamente cree usted. Así, para admitir las
Provincias no representadas en la Liga Litoral el Tratado de 4 de enero,
nada más se necesita que la declaración de la Legislatura de cada una
de ellas. Pero esta declaración, ¿importa acaso una notificación que
haya de hacerse a la Comisión Representativa de las Provincias litorales
o a algún Pueblo en particular?1
Vea usted otra cuestión que resuelta por los Diputados sin espíritu
de discordia, habría puesto el sello a este negocio y dejado expedito a
cada uno de ellos para restituirse a sus respectivos lugares.
Federarse con las Provincias litorales, y arreglar la administración
del País por medio de un Congreso General Federativo, son dos sucesos
que pueden diferir entre sí un largo período, sin que por esto pierda su
vigor ninguna de las obligaciones consignadas en el Tratado de 4 de
enero para todas y cada una de las Provincias que lo aceptaren. Si para
federarse es demostrado ser un medio legal y suficiente el
pronunciamiento de la Legislatura de cada Provincia; si ese
pronunciamiento debe circularse por el que lo aceptase no solamente a
las comprendidas en la Liga, sino a todas las no representadas, ¿qué
aventura la Comisión en disolverse? ¿Qué Pueblo se necesita señalar para
que reciba estas contestaciones, anunciado que fuese el cese de la
Comisión Representativa? Se dirá que las Provincias invitadas pueden
declarar no sólo su adhesión al Tratado, sino también su decisión a
reunirse en Congreso: y admitida esta hipótesis, ¿en qué artículo del
Tratado se encuentra la facultad de la Comisión Representativa para
aguardar esta resolución, tomarla en su consideración, y menos tratar de
ella directa ni indirectamente? Si para ninguno de los dos casos que
abraza la atribución 53 del artículo 16 aparece necesaria la permanencia
de la Comisión, ¿cuál será el título con que pretenda conservarse? ¿De
dónde podría nacer la animadversión contra la Provincia que retirase su
Diputado, verificada la invitación?
Si pudiera demostrarse, a lo menos de un modo que yo lo comprendiese,
que la permanencia de la Comisión Representativa después de haber
llenado los objetos para que fué instituida, podría producir algún bien
real a la República, usted me conoce compañero, por larga experiencia, y
creo que me haría la justicia de reconocer que no soy de los últimos
que me habría conformado con la prórroga, pero lejos de prever algún
resultado favorable, expresaba todo lo contrario, cuando previne al
Diputado de este Gobierno se retirase. Entonces apoyaba mi juicio en la
inteligencia liberal que yo daba al texto del Tratado de la Liga en las
lecciones de lo pasado, en la facilidad con que se chocan los intereses
de una corporación, en el pliego de que se extraviasen y degenerasen las
opiniones de sus miembros bajo la influencia de las pasiones, y de que
llegando a faltar la uniformidad de sentimientos acerca de la política
conveniente por ahora a la República, desapareciese la unión de
confraternidad que nos ha proporcionado el triunfo de la causa Nacional.
A pesar de la fuerza con que obraban en mí estos recelos, dimanados
especialmente de los repetidos ejemplares de nuestra historia, a pesar
de que nada encontraba que reprocharme en la conducta que había
observado hasta aquí en este asunto, habría esperado un poco más por las
nuevas insinuaciones de usted, si no hubieren llegado a mis manos las
cartas escritas por los Diputados de Corrientes y Córdoba, que el señor
General Quiroga ha denunciado a los Gobiernos Provinciales, y que
acompaño a usted en copia.2 Después de estos datos que tanto justifican
la exactitud de mi previsión, ¿podría yo consentir en que el Diputado
del Gobierno de Buenos Aires se mantuviese en una corporación de cuyo
seno sale la semilla de la discordia y de la disolución de la República?
¡Imposible! Cuando tuviere tanta debilidad como Jefe de esta Provincia
que me desentendiese de la hostilidad que la preparaban los Diputados de
dos Pueblos amigos, y deudores al que yo mando de servicios inmensos,
me acordaría que he nacido en este suelo, y que la ofensa debía serme
tanto más enfadosa, cuanto que desde que estoy al frente de la
administración, no se ha ahorrado ni sangre, ni tesoro, ni sacrificio
alguno por la salud de toda la Nación.
Aseguro a usted que no concibo el.verdadero fin que pudieron
proponerse tales Diputados al pretender montar la nueva política del
País en un sistema de animosidades contra esta Provincia. Si un enemigo
declarado de la América sugiriese semejante doctrina, todavía me
parecería inhábil su propósito; pero propagada por patriotas, es el
colmo de la enajenación del buen sentido. ¿Ignoran acaso estos señores,
que si sus principios encontrasen prosélitos entre la masa federal le
sería impracticable arrastrar toda ella a la causa de la más negra
ingratitud? ¿No calculan que, dividida esa masa, los unitarios de toda
la República engrosarían ambas fracciones, que la cuestión no sería
entonces entre una minoría aristocrática y una mayoría republicana, sino
que la lucha consumiría a los últimos restos de nuestra existencia
social? ¿Dudan, acaso, que los Federales de Buenos Aires resistirían
hasta el último aliento pretensiones descomedidas, y cuanto tendiese a
humillarlos, y a defraudarlos de los derechos que le son propios, y que
ellos reconocen a su turno en los demás Pueblos?
Me es difícil explicar a usted el sentimiento que más me ocupa, al
reflexionar sobre la conducta de otros Diputados. Si de una parte me
excita indignación tanta maldad, de otra me causa pena la consideración
del poco fruto que hemos sacado de nuestros sacrificios, y del porvenir
que nos espera si los que estamos al frente de los Pueblos no
contribuímos a sofocar esas semillas de nuevos desórdenes. Que los
Diputados manifestasen sus opiniones de una manera fraternal en el
sentido de las pretensiones de sus Pueblos, nada tendría de extraño,
aunque se expresasen fuera de la oportunidad, pero que se pretenda
arribar al objeto, principiando por sistemar la calumnia y la rivalidad
contra Porteños, y una exclusión odiosa de su nombre, me parece que el
genio de la anarquía no podría inventar mejor medio para desquiciarnos.
Fijándome en las acriminaciones que más sobresalen en las cartas de
los Diputados de Corrientes y Córdoba, no concibo cómo estos caballeros
olvidan que Buenos Aires a nadie oprime, que su Tesoro se ha agotado
muchas veces en defensa de la independencia nacional, que acaba- también
de consumirse en protección de los Pueblos argentinos, que responde a
las reclamaciones de naciones marítimas, que sostiene la lista
diplomática en el exterior, que amortiza el empréstito de la República, y
también que hace frente a las obligaciones exteriores comunes a toda la
Nación. Bastaría este solo recuerdo en un ánimo desnudo de pasiones
mezquinas para dar un curso más noble a la política que se promueve.
Sin hacer a usted una grande injusticia, no debo presumir que no está
penetrado de los males que nos acarrearía la propagación de principios
desorganizadores desde el seno de la Comisión Representativa, y si al
dictar mi primera resolución sobre el receso del Diputado por este
Gobierno, no fui inspirado sino por la previsión más acertada, hoy
existen hechos que me obligan decisivamente a reiterar mi orden
anterior, como en efecto la doy al señor Olavarrieta, para que lleve a
efecto lo prevenido, aprobándole sin embargo, que hubiese deferido a la
insinuación de usted para su demora, porque he creído que ajeno usted de
lo que pasaba en el seno de la Comisión Representativa, esperaba de
ella ventajas nacionales, que por desgracia ya no puede traer.
Aquí tengo que detenerme a hacer notar a usted la grande equivocación
en que está, según veo por su carta, de que en esta línea de conducta
soy influido por algunas personas que me cercan; y para demostrar su
error, me bastaría recordarle que en nuestra entrevista del Rosario, le
dije francamente que la Comisión Representativa debía cesar, porque
conjeturaba que sería muy difícil que los Diputados se detuviesen en los
límites señalados en el Tratado; ¿qué influjo pudo en aquella época
arrancarme este pensamiento, que el tiempo ha venido a corroborar con la
lección que nos han dado Leiva y Marín? Desengáñese usted desde ahora
para siempre, cuantos actos observe usted de este Gobierno mientras yo
lo presida, no vienen de otra inspiración que de mi conciencia.
Consulto, discuto, oigo en los negocios, y después obro con arreglo a mi
juicio, y con toda la independencia de un hombre que se estima en algo.
Digo a usted esto con tanta más firmeza cuanto que no existe un solo
motivo para que usted recele ni remotamente, que así respecto a usted
como a mi Provincia, he omitido, ni omita lo que pueda contribuir a
estrechar nuestra amistad personal y la de ese Pueblo, porque lejos de
existir la preparación injusta que usted me indica, puedo asegurarle que
si la hubiese no se encuentra por cierto en mi círculo, y no sería
extraño que hoy que procuran emponzoñar su camino con estas ideas fuesen
los verdaderos enemigos suyos. Algo he dicho a usted antes de ahora
sobre el envío secreto del armamento; pero veo que usted no se ha
satisfecho, cuando aún insiste en el propio juicio.
Por ello creo deber repetirle que continúa equivocado, y que lo está
porque no son puros los conductos por donde se le transmitió tal
noticia, desfigurando calumniosamente el hecho de la remesa secreta de
armamento durante la guerra. Las aguas más puras se corrompen cuando
pasan por conductos de esta naturaleza. ¿No ha ocurrido a usted,
compañero, de quién tendría yo que ocultar la remesa de armamento? No de
los Unitarios residentes en la Provincia, porque les hacía la guerra de
frente, no de los Federales, porque esperaban su triunfo de la
cooperación de usted. ¿Conque era menester otra causa para este
'misterio? Pues, compañero, sepa usted que la única que existe entonces,
para procurar no fuese sentida la remesa, fué prevenir una sorpresa en
el Paraná por algún complot de los Emigrados o de los enemigos que
habitaban las costas, porque la ocultación al fin no podía pasar de los
subalternos, teniendo como tengo obligación de hacer anotar ésta y
cualquiera otra remesa, por pequeña que sea, de artículos del Estado en
las oficinas principales de la Provincia para cubrir mi responsabilidad.
Semejante a esta son precisamente todas las especies con que se trata
de alentar la discordia contra Buenos Aires y su Gobierno, después de
haber apurado cuanto puede ofrecer la amistad más desinteresada y más
ingenua. Si yo hubiese dado acogida a esa semilla venenosa. ¿Qué no
podría decir, compañero, aun con respecto a usted? Recorra lo que ha
escrito, ponga la mano sobre su corazón, y consúltele cuanto ha salido
bajo su firma con relación a mí, y a la marcha que he seguido es la obra
de sus naturales sentimientos, o de algún consejo equivocado, o tal vez
doble y falso. Por esta razón fué que llegué a suplicarle me escribiese
usted mismo en aquellos asuntos en que debíamos entendernos
íntimamente.
Volviendo a la Comisión Representativa, deseo que usted fije la vista
en una cláusula que contiene la circular firmada en 9 de marzo por los
Diputados reunidos en Santa Fe para que deduzca sus consecuencias,
después que ya conoce las opiniones de los de Córdoba y Corrientes. Dice
la circular, hablando del Congreso General Federativo: "Mas el tiempo
en que ésta deba reunirse, el número de sus Representantes, el lugar de
su residencia, con asuntos previos que deben acordarse en precaución de
las dificultades que podrían sobrevenir; y ningún medio más seguro pva
removerlas sé halla a juicio de la Comisión, que el de concurrir a este
punto los Diputados de los demás Gobiernos con las Instrucciones
competentes".
Supongamos pues que las Provincias nombran sus Diputados, que se
incorporan a la Comisión Representativa y que se trata de los objetos
comprendidos en la circular: Que se dividen las opiniones, y que hoy
unos votan por la próxima, reunión, de un Congreso y los otros no:
Todos, con arreglo a la política de sus respectivos Gobiernos. ¿Qué se
hace, se disuelve la comisión? ¿Se resiste la reunión del Congreso?
¿Formaránlo acaso las Provincias cuyos Diputados han opinado por él, y
se negarán a concurrir, o lo resistirán las de aquéllos que no han
asentido, y de cualquier modo tiene usted entonces' dividida de hecho la
República sobre una cuestión fundamental de su organización?; y, ¿qué
haría un Congreso instalado por las sordas maniobras de los Diputados de
Corrientes y Córdoba, e influido por sus ruines y anárquicos
principios? Vale más apartar la imaginación de ese cuadro, porque es
preciso convencerse de que si no reina en el Congreso Federal un
sentimiento de fraternidad, de paz y de equidad, podrá satisfacer a la
sombra de una autoridad superior, pasiones más o menos exageradas, pero
jamás será estable y duradera la organización que con tales resortes
diese a la República. Habría Constitución Federal, habría Jefe nacional,
habría leyes orgánicas, pero todo se desharía pronto, como se deshizo
la Federación de Méjico y Guatemala, mientras se montó sobre excepciones
locales y pretensiones desarregladas.
Este desquicio, que debe temerse como la erupción de un volcán, puede
ser un resultado inevitable de la ampliación que por sí sola ha dado la
Comisión Representativa a las facultades precisas que le acuerda la
atribución 53, reducida a invitar, y nada más que invitar y de ningún
modo a abrir dictamen, como lo abre en la circular, a las Provincias
sobre los medios más a propósito para fijar el número de sus
representantes y el lugar de la residencia del Congreso; cosa que si no
les está prohibida expresamente en el Tratado, tampoco les está
consentida, ni en la atribución 53, ni en las que se preceden. Pero como
un error en política encadena casi siempre otros mil, la Comisión ha
olvidado que invitadas por el tenor de dicha circular las Provincias no
representadas, para que por medio de los Diputados de sus respectivos
Gobiernos se resolvieren en Santa Fe las graves cuestiones que considera
previas, esta misma invitación ha debido pasarse a las Provincias
representadas ya, porque el derecho de resolver sobré el número y
residencia de los Representantes en Congreso, y tiempo de reunión es del
todo independiente del hecho de hallarse representadas para cumplir las
estipulaciones del Tratado.
El ejercicio de la Diputación con que fueron investidos por sus
respectivos Gobiernos no tiene más extensión que la que da el Tratado.
Por consiguiente, desde que por encontrarse reunidos han podido
persuadirse que está en suj veces ampliar su representación, han dejado
no sólo de peor condición a los Gobiernos representados en la Comisión,
sino que pasan por la monstruosidad de que reunidos los Diputados de
Gobiernos que aún no han pertenecido a la Liga, entren éstos a deliberar
sobre los puntos no conocidos tácita o expresamente por los Poderes
autores y conservadores del Tratado a sus respectivos Comisionados, ni
tampoco consultados. De aquí es también que como Buenos Aires no ha
recibido oficialmente dicha circular, encuentro esa impropiedad que no
puede nacer de otro principio que el de no haberse sujetado la Comisión
Representativa al carácter único que le corresponde, que es el de una
reunión Diplomática.
No puede deshacerse ya la invitación en el modo en que se ha hecho;
me he conformado con ella, porque no ha estado en mi mano demorarla. A
estarlo, hubiera interpelado de la Comisión que examinase detenidamente
el estado actual de la República. Que calculase con la reflexión y con
la madurez de un juicio recto, si habrán llegado las Provincias
interiores a esa tranquilidad que exige el artículo 16 para no exponer
por un paso prematuro los objetos reales del Tratado, y hasta que no
pudiese arribarse a este convencimiento, todo se suspendiese, para no
dar entrada a influencias turbulentas, cuando la República necesita de
más reposo. Pero ya que no ha podido evitarse, y revelados como han sido
los proyectos anárquicos de los Diputados de Corrientes y Córdoba, me
pondría en contradicción con mi propia conciencia si no retirase al
Diputado de este Gobierno, y si no suplicase a usted nuevamente
contribuya por su parte al cese de la Comisión Representativa. De este
modo me parece que usted y yo habremos hecho el bien más positivo a
nuestra Patria. Paso ahora a hablar a usted de otro asunto.
Después que he dado a usted mi opinión francamente acerca de la pena
que juzgo debe aplicarse al General Paz por su criminal conducta
pública, me excuso, compañero, hacer la redacción que me pide. Esta obra
es exclusivamente suya y nadie sino usted mismo es quien la debe
dirigir y formar.
He cumplido lo que ofrecí a usted al principiar esta carta. Hablarle
con franqueza y sinceridad. Sin estos desahogos es imposible ni
acreditar amistad ni conservarla. Use usted de los mismos medios, y me
dará una prueba de estimación, sobre todo quedando comprometidos usted y
yo a contribuir a la felicidad común; no puede llegarse a un perfecto
acuerdo, sin comunicarnos mutuamente los hechos que puedan
interrumpirlo, y sin que cada uno de nosotros se proponga no sólo hacer
bien al Pueblo que se le ha confiado, sino evitar el mal.
Por lo que hace a la interposición en apoyo de la conducta del señor
Olavarrieta, puede usted estar seguro de que conociendo las
circunstancias y los sentimientos que lo han impulsado a deferir a la
invitación de usted, estoy contento, y satisfecho de su proceder, y de
que si en el círculo de sus deberes hubiese omitido o traspasado alguno
de los fines de su misión, estoy distante de confundir sus
equivocaciones con su intención, que desde luego sé apreciar
debidamente.
Consérvese usted con salud, y mande como siempre a su buen amigo y compañero.
Juan Manuel de Rosas.