Buenos Aires, septiembre 11 de 1835.
Señor Don Estanislao López.
Mi querido compañero:
Las razones que me manifestó usted antes, y que ha reforzado después
en su muy apreciable del 1? del corriente para fundar el deseo que tenía
para que el General Paz pasase a esta Provincia en la misma clase de
prisionero de guerra en que ha estado en ésa, son para mí de muy grande
peso, y por esto es que me he prestado a que me lo remita usted, para
encargarme de su custodia. En consecuencia, pues, de su aviso,
previniéndome que dicho General estará para el veinte de este mes en la
Estancia de Don Francisco Javier Acevedo, conducido con la competente
Escolta, a fin de que lo reciba la persona que yo comisione al efecto,
nombraré dicha persona, y expediré las órdenes necesarias para que en
dicha Estancia el mismo día 20 del corriente, y se reciba del expresado
prisionero luego que éste llegue a ella.1
Mi idea es mandarlo a una de las Guardias del Sud en donde me parece
que estará con toda seguridad, y no podrá escaparse sino por una de
aquellas contingencias que están fuera de toda previsión humana, pues
tengo la más completa confianza en todas las gentes que habitan los
campos correspondientes a dichas Guardias no menos que en los Jefes y
oficiales de milicia veterana y cívica que hay con ellos.
Con este motivo, fijando la atención en la noticia que me da usted de
que ya se acerca el tiempo en que si el estado de su salud se lo
permite, ha de tener que salir a campaña sobre el pequeño resto de
Mocovies que ha quedado asilado de las espesuras de los bosques, debo
llamarle la consideración seriamente sobre la gran necesidad e
importancia de su persona para toda la República, y que si usted llegase
a faltar en las circunstancias en que nos hallamos, | quién sabe el
caos inmenso de males en que por esta desgracia se vería envuelta toda
la República!
Así es que no puedo menos de recomendarle con el mayor encarecimiento
a nombre de nuestra amada Patria, cuide mucho de su vida y salud, y
economice cuanto le sea posible esos arrojos atrevidos con que usted
suele sobreponerse a los peligros, pues todo lo que tienen de plausibles
cuando son calculados por el gran bien a que se aspira, son imprudentes
y reprobados cuando con ellos se expone lo más por lo menos, y
principalmente si se aventura el todo por una pequeña parte.
Con mis íntimos sinceros deseos por su mejor salud y acierto, reciba
usted el -cariñoso adiós de su afectísimo compañero y amigo.
Juan Manuel de Rosas