Sesión de la Cámara de Senadores del 27 de junio de 1935
Sr. Lisandro de la Torre: El Senado de la Nación descorre
el velo de la política que ha sometido a la ganadería argentina al
interés del capitalismo extranjero. El Senado, emanación de las
instituciones republicanas y democráticas que rigen en la Nación,
instituciones que los reaccionarios desprestigian, dejaría de existir
en el momento en que prevalecieran sus tendencias.
Es interesante, entonces, rastrear el papel de los
elementos reaccionarios en este proceso revelador de la prepotencia de
los intereses extranjeros sobre los intereses nacionales, y es fácil
hacerlo al encontrar jefes del fascismo y de la reacción entre el
elenco de los frigoríficos y al comprobar que la más escandalosa de las
ventajas clandestinas de los frigoríficos, -el regalo de un 25% de
divisas-, ha sido obra de la dictadura que soportó la República. (¡Muy bien! En las galerías).
El Senado trata de reparar como puede los daños causados por el nacionalismo frigorífico (Risas).
Voy a terminar y espero ahora las réplicas. Preveo que no
corresponderán a la naturaleza del informe que he producido. Habrá sido
severo para el Poder Ejecutivo y para dos de sus ministros, pero ha
sido objetivo y preciso y se ha mantenido rigurosamente dentro de la
cuestión.
Temo ver repetirse la táctica habitual en los que no se
resignan en confesar su derrota; la de salirse del tema, abandonando
los puntos principales y magnificando los accesorios; preveo en el
ministro de Hacienda, sobre todo, incursiones desorbitadas por todos
los campos del mundo, menos por los que han sido explorados por la
investigación y espero también la tentativa de desnaturalizar mi
actitud, presentando los hechos claros y graves que he expuesto con
sencillez, bajo el aspecto de agrias explosiones de una pasión
incontenida.
No he usado palabras que fueran más lejos que el
significado real de los hechos, ni he empleado calificativos que
excedieran a los exigidos por la naturaleza de las infracciones.
Estoy aquí para examinar las refutaciones que se intenten y
deseo hacerlo con tranquilidad; pero si a falta de explicaciones
encuentro que dos ministros, definitivamente juzgados y definitivamente
condenados por la opinión nacional, consideran que un debate de esta
naturaleza y de esta trascendencia puede desviarse hacia el terreno de
los gauchos malos, (Risas) me cuadraré también en ese terreno, dispuesto a seguirlos adonde quieran ir. (¡Muy bien! En las galerías).
Si el espectáculo, en ese supuesto, resultara desagradable e inferior,
quiero que se sepa quiénes lo provocan y qué clase de Poder Ejecutivo
tiene la Nación. (Aplausos en las galerías).
Sr. Presidente (Bruchmann): Prevengo a la barra que están prohibidas las manifestaciones.
Sr. Ministro de Hacienda: Pido la palabra.
Sr. De la Torre: El ministro de Hacienda se adelanta a
pedir la palabra y deseando que no suceda lo que preveo y que abandone
esta vez el recurso gastado de las teorizaciones abstrusas y de las
citas inacabables de autores de todos los países… (…) Ante todo, el
ministro de Hacienda está sentado en esa banca para responder a una
sencilla pregunta: ¿Por qué no ha dicho la verdad a la Comisión
Investigadora en lo que le ha preguntado? Eso no se contesta con citas
de economistas escandinavos. (Risas). (…)
Preveo, también, que no dejará de usarse el argumento de
la delicada situación de nuestro comercio de carnes con Inglaterra y de
las negociaciones iniciadas bajo difíciles auspicios para reclamar
silencio y conformidad con el monopolio británico y yanqui. Sólo los
grandes estadistas de la Casa Rosada están habilitados, a juicio de
ellos mismos, para defender inteligentemente los altos intereses
nacionales, aun cuando se haya visto ya cómo los defienden. Hay que
dejarlos obrar. Son los depositarios de secretos misteriosos. Ellos
velan sobre la Nación y sobre los frigoríficos del pool con igual amor.
Fuera de toda duda hay un gran motivo de preocupación a
causa de las negociaciones que se han iniciado con Inglaterra, sin que
la representación argentina en Londres tenga instrucciones que inspiren
confianza. Hasta ahora las instrucciones han consistido siempre en
ceder y por ese camino ya se sabe adónde se va. Los dominios británicos
envían a Londres sus primeros ministros y el gobierno argentino envía
al señor Fernández, de la casa Agar Cross.
Además, el gobierno argentino hace una confusión
inadmisible al identificar al Imperio Británico con los frigoríficos.
Nuestros estadistas sostienen que no es posible reducir ni en un 1% la
cuota de exportación de Armour o de Swift, sin inferir un agravio al
pabellón británico. Y eso no es así.
Gran Bretaña es una entidad política independiente de los
frigoríficos y no está obligada a sentir lesionado su honor porque
Swift, Armour o Vestey dejen de disponer del monopolio de las carnes
argentinas. Recién el día en que bajo la dirección de un gobierno más
inteligente que el actual, de un gobierno que admitiera el concepto de
que hay algo más que hacer que divertirse, se modificará el sistema
interno de despojo que han establecido los frigoríficos en nuestro
país, recién entonces se encontrarían los argentinos en condiciones de
tratar con Inglaterra sobre otras bases que las actuales, con ventajas
para ambos países.
Debemos tratar con Inglaterra en términos cordiales, de
igual a igual, como tratan las naciones soberanas: podemos y debemos
ofrecerle a Inglaterra amplias ventajas, pero si no son apreciadas y si
nos pretende tratar como a una factoría, podemos y debemos tomar
represalias. Hay que concluir con las humillaciones e injusticias
prevalentes en la actualidad, y hay que exigir que la carne argentina
entre a Inglaterra importada por argentinos, como el carbón de Cardiff
entra a la Argentina importado por ingleses. (¡Muy bien!, en las galerías).
Y si no puede entrar lo uno, que no entre lo otro. Sólo así
adquirirían sentido las palabras profundamente equivocadas que
pronunció el señor miembro informante de la mayoría de la comisión
cuando dijo que uno de los saldos mejores de esta investigación es
haber demostrado que somos algo más que una simple factoría para el
comercio de carnes, que somos una nación organizada jurídica y
políticamente. Recorro los resultados de la investigación y no
encuentro, francamente, de dónde ha sacado esos honrosos saldos el
señor miembro informante. (…) La investigación, si algo pone en
evidencia, es que en el comercio de carnes somos no ya una factoría,
sino la última factoría del mundo, puesto que Inglaterra no se ha
permitido imponer ni a sus colonias de África y de Oceanía la
humillación que le ha impuesto a la Argentina, la humillación de que
sus habitantes declinen en los mercaderes de Chicago el derecho de
comerciar con el más valioso producto de su suelo. El Convenio de
Londres ha ajustado sus cláusulas en lo referente al comercio de carnes
al apetito de los negociantes extranjeros, en desmedro de la producción
nacional, y en cambio los pactos de Ottawa subordinan el apetito de
los negociantes al interés de los dominios británicos.
Hemos oído más de una vez al ministro de Agricultura
erguirse en su banca y exclamar: “Yo, señor presidente, tengo un
profundo sentimiento nacional”. Le hemos oído también al presidente de
la república decirlo. No basta decirlo; hay que probarlo. Y cuando un
gobierno como el actual permite que los argentinos sean descalificados y
reemplazados por los extranjeros, cuando escamotea la ínfima cuota del
11%, persiguiendo el propósito deliberado de no dársela a entidades
argentinas, cuando pone sus esfuerzos, sus prebendas, sus dádivas y sus
infracciones a las leyes al servicio del monopolio extranjero, podrá
decir lo que quiera, pero no ha mostrado sentimientos nacionalistas.
He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos en las galerías)