1 de Mayo de 1890. Convocatoria a celebrar el primer día del trabajador en Argentina. Documentos Históricos
A todos los trabajadores de la República Argentina
¡1° de Mayo de 1890!
¡Trabajadores!
Compañeras: Compañeros: ¡Salud!
¡Viva el primero de Mayo: día de fiesta obrera universal!
Reunidos en el Congreso de París el año pasado los
representantes de los obreros de diferentes países, resolvieron fijar
el primero de Mayo de 1890 como fiesta universal de obreros, con el
objeto de iniciar de nuevo y con mayor impulso y energía, en campo
ampliado y armónica unión de todos los países, esto es, en fraternidad
internacional, la propaganda en pro de la emancipación social.
¡Viva el primero de Mayo! Pues este día la unión
fraternal, fundada por los pocos de aquel Congreso, se debe aprobar por
las masas de millones de todos los países para que a esta fecha de
confederación conmemorada y renovada cada año, vuele por cima de los
postes de límites de los países y naciones con un eco de millones y en
los idiomas de todos los pueblos el ¡alerta! internacional de las masas
obreras: ¡Proletarios de todos los países, uníos!
Es esta la primera y grande importancia de la fiesta
obrera del primero de Mayo de 1890, a cuya solemnidad os invitamos con
esta hoja a todos los trabajadores y compañeras en la lucha por la
emancipación.
Compañeros y compañeras: Para indicar a este movimiento
internacional un camino recto y seguro al fin común, nuestros
representantes en el Congreso de París han marcado ciertos puntos del
programa, los cuales se deben tomar en consideración con particularidad
para el proceder práctico e inmediato.
En realidad, esas resoluciones son tan importantes que, aun publicadas ellas en el anterior manifiesto,
nos parece conveniente, o más de urgente necesidad de proponérselas
otra vez a los trabajadores, tanto más por deber ellas servir como
fundamento para los primeros pasos positivos que las clases obreras de
esta república quieran hacer en la lucha práctica de su emancipación.
He aquí las resoluciones del congreso obrero de París:
“El Congreso resuelve y reconoce como de absoluta necesidad:
1° Crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo
para todos los países, con producción moderna. Para fundamento de lo
mismo considera el Congreso:
- Limitación de la jornada de trabajo a un máximum de ocho horas para los adultos,
- Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años y reducción de la jornada para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años.
- Abolición del trabajo de noche, exceptuando ciertos ramos de industria cuya naturaleza exige un funcionamiento no interrumpido;
- Prohibición del trabajo de la mujer en todos los ramos de industria que afecten con particularidad al organismo femenino.
- Abolición del trabajo de noche de la mujer y de los obreros menores de 18 años;
- Descanso no interrumpido de treinta y seis horas, por lo menos cada semana, para todos los trabajadores;
- Prohibición de cierto género de industrias y de ciertos sistemas de fabricación perjudiciales a la salud de los trabajadores;
- Supresión del trabajo a destajo y por subasta;
- Inspección minuciosa de talleres y fábricas por delegados remunerados por el Estado: elegidos, al menos la mitad, por los mismos trabajadores.
2° El Congreso reconoce y declara que es preciso fijar
todas estas medidas por leyes o acuerdos internacionales, y pide, a la
clase obrera de todos los países del mundo el iniciar, por los medios
que les sean posibles, estas protecciones y de velarlas;
3° Fuera de esto, el Congreso declara: “Es obligación de
todos los trabajadores declarar y admitir a las obreras como
compañeras, con los mismos derechos, haciendo valer para ellas la
divisa: Lo mismo por la misma actividad.
4° Para lograr esto, el Congreso considera la organización
de la clase obrera por todos los medios que sean posibles, y también
la manera de verificar las pretensiones para verificar la emancipación
de la clase obrera, para lo cual reclama: La entera libertad de coalición y conciliación.
Trabajadores: Como veis, todas estas resoluciones tienen
por objeto, no los fines últimos, sino los próximos de nuestras
aspiraciones disminuir la miseria social, mejorar nuestra suerte dura,
resoluciones que se han tomado, sin duda en la persuasión de que la
emancipación social definitiva, por su dependencia de la evolución de la
sociedad, de la inteligencia de las masas y de las fuerzas de nuestros
adversarios capitalistas, precisará aún bastante tiempo de preparación
y lucha, y de que el mejoramiento de la situación del proletario
significa además una fortificación para la lucha y una garantía para la
victoria definitiva.
El Congreso obrero de París exhorta a los trabajadores de
todos los países a pedir de sus respectivos gobiernos leyes protectoras
al trabajo, fundando su proposición en el inmenso desarrollo de la
protección capitalista y de la explotación, miseria y degeneración del
proletariado, que son las consecuencias inmediatas y naturales de la
primera.
La justicia y oportunidad de estas demandas son tan
evidentes que hasta los jefes de los mismos adversarios se ven en la
necesidad de reconocerlas públicamente y de tentar por su parte a
mejorarlas.
Este hecho significativo prueba hasta la evidencia la
justicia y legitimidad de las quejas y demandas del mundo obrero en la
actualidad.
Extendiendo de día en día la protección capitalista su
régimen en todas las regiones, viene a hacer igualmente siempre más
universal la miseria en las masas obreras.
Sólo este motivo bastaría para que también nosotros, los
obreros de las repúblicas del Plata, hagamos las resoluciones del
Congreso de París como nuestras propias.
A ello nos induce aun más la situación actual de este
país, tan penosa, en medio de la cual la clase obrera está labrando,
viviendo y sufriendo.
Ante el llamamiento del Congreso de París, ante el animoso
ejemplo de los trabajadores de todos los países civilizados, en vista
del creciente régimen capitalista, que cada día también a nosotros nos
está amenazando más con su explotación y ruina, en vista, pues, de
nuestra situación siempre más dura y triste ¿hay que titubear en elevar
nuestra protesta contra estas miserias de que somos víctimas y nuestra
voz en demanda de nuestros derechos y de la protección de las leyes
para nosotros?
Si al fin y al cabo hoy nosotros, las masas del
proletariado, levantamos nuestra voz por millares reclamando leyes
protectoras a los trabajadores, cual hombres que tienen aún un granito
de amor a la justicia en su pecho, puede negar la legitimidad a
nuestras demandas, a las quejas de estas clases más pobres, más
explotadas y sin el mínimo amparo.
Por centenares se presentan los especuladores, los
industriales, los grandes propietarios y estancieros y vienen
continuamente a golpear las puertas del Congreso Nacional: los unos para
pedir impuestos protectores; los otros subvenciones, garantías, leyes o
decretos de toda clase en su favor. Todo el mundo, todas las clases de
la población: empleados, profesores y literatos, especuladores y
comerciantes, industriales y agricultores, todos, todos han golpeado
esas puertas y vuelven atendidos y remunerados por leyes especiales en
su protección, y por subvenciones y garantías en sin número de
millones.
Únicamente nosotros, el pueblo trabajador, que vive de su
pequeño jornal y tanto sufre de miseria, nos quedamos hasta ahora mudos
y quietos con humilde modestia.
Si al fin, ahora oprimidos por el duro yugo hasta besar el
suelo, levantamos nuestro grito de dolor y angustia pidiendo ayuda y
protección, ¿no estamos en nuestro derecho? ¿No se encontrará la
suprema autoridad del país en el deber de oírnos y de atender nuestra
voz, nuestras peticiones?
Los pobres inmigrantes, careciendo de todos los medios de
subsistencia, desconociendo las circunstancias del país, hasta el
idioma, se encuentran expuestos, sin amparo y sin protección a tal
explotación, en gran parte vergonzosa y desenfrenada, que raras veces
se ve en otra parte del mundo.
Respecto al salario, al tiempo del trabajo, a los
accidentes, a los talleres y habitaciones antihigiénicas, a la
falsificación de nuestros alimentos, quedamos completamente abandonados a
la explotación sin límite, en realidad y práctica abandonados por la
ley, la justicia y la autoridad.
La crisis actual del país ha agravado y empeorado en mucho
la situación de todas las clases sociales, pero en ninguna en grado
tan sensible y desastroso como en las obreras que viven únicamente de
su trabajo diario.
En medio de esta situación, el pueblo trabajador de la
República Argentina levanta por primera vez su voz potente, compuesta
de millares de desheredados, en demanda de la protección legislativa al
trabajo y a los obreros.
Siguiendo el ejemplo de los obreros de los demás países,
donde el proletariado está organizándose para su propia defensa, es
también nuestra voluntad y deber dirigirnos a la suprema autoridad del
país proponiéndola al mismo tiempo ante la nación entera, en forma
debida y legal, nuestras quejas y nuestras demandas.
A este fin el 30 de marzo último una asamblea
internacional de los obreros de Buenos Aires, resolvió, después de una
extensa discusión, invitar a todos los trabajadores de la República
Argentina a la petición que se hará al Congreso Nacional en demanda de
una serie de leyes protectoras a la clase obrera.
Estas leyes deben fundarse sobre las resoluciones del
Congreso obrero de París, ya mencionadas como base. Además, esta
legislación protectora tiene que extenderse a todos los puntos en que
las circunstancias particulares del país demandan necesariamente el
influjo protector de las leyes.
Basta una mirada en la vida real de las clases obreras
para convencerse nuestros legisladores de la legitimidad de nuestras
demandas y de la urgente necesidad de tales resoluciones.
Pedimos una jornada determinada por la ley, para impedir
que el trabajador se arruine física e intelectualmente en edad
temprana, debido a un duro trabajo de 11, 12, 13 y más horas.
Pedimos la prohibición del trabajo de los niños en las
fábricas, para que no degeneren sus tiernos cuerpos, tengan tiempo de
crecer y desarrollarse en las escuelas sus inteligencias, sus corazones
y sus almas, en una palabra: para que crezcan y lleguen a ser
ciudadanos robustos y valientes.
Pedimos la prohibición del trabajo de mujeres en todos los
ramos antihigiénicos, para evitar que la futura generación sea anémica
por el germen de achaque que se infiltra ya en el vientre de la madre.
Pedimos un día de descanso por semana, protegido por la
ley, para proporcionar al pobre trabajador algunas horas de desahogo,
las cuales reclama el mismo sentimiento como un derecho hasta para los
seres irracionales; reclamamos este descanso para que el pobre
trabajador tenga por lo menos algunas horas para dedicarlas a su
querida esposa, hijos o padres en el hogar doméstico, impidiendo así la
descomposición, la ruina y degeneración de la familia, que es el
fundamento de toda sociedad natural.
¿Tales proposiciones podrá rechazar un gobierno que desee
un pueblo valiente para el trabajo, una juventud sana y bien
desarrollada en su inteligencia, una familia moralmente robusta, cual
plantel de todas las virtudes cívicas?
¡Imposible!
Por consecuencia pedimos: una jornada normal determinada
en su máximum por la ley; prohibición del trabajo de los niños en las
fábricas y ejecución práctica de la ley obligatoria de instrucción
pública; prohibición del trabajo de la mujer en los ramos de industria
perjudiciales a su organismo, y prohibición del trabajo los domingos.
Estas demandas están en harmonía con las de los obreros de
todos los países civilizados. Y si reclaman los gobernantes de este
estado republicano para su patria un puesto entre las naciones
civilizadas, entonces no podrán tratar con menos seriedad y atención que
aquellos otros gobiernos, en parte hasta monárquicos, las grandes
cuestiones de cultura que aquí les proponemos para resolverlas.
Además, consta en qué peligro permanente se encuentra la
población obrera de esta capital por el estado completamente
antihigiénico de las habitaciones; peligro ya demostrado por las mismas
memorias oficiales. La misma suerte corren gran parte de nuestros
talleres, cuyas instalaciones se burlan de toda regla de salubridad,
amenazando y perjudicando continuamente la salud de los trabajadores e
imposibilitándoles en caso de accidentes, de incendio, a toda salvación
posible. Y lo mismo sucede con la vergonzosa y criminal falsificación
de los alimentos, que se ha aumentado en tan enorme escala a causa de
la crisis actual y de encarecimiento de todos los artículos.
¡Prueban todo esto las memorias oficiales; prueba esto una
sola inspección de los conventillos y talleres; lo prueba la
estadística de fallecimientos y lo prueba con horrible evidencia la
enorme mortalidad de los niños!
Pues bien, ¿cómo podrán los gobernantes del país que
gastan anualmente millones de pesos del erario público para traer
inmigrantes, dejar en olvido y sin atención nuestras quejas sobre
circunstancias que están causando anualmente a miles de habitantes
obreros una muerte natural?
¡Imposible!
Por lo tanto pedimos: inspección sanitaria y enérgica de
las habitaciones y talleres, vigilancia rigurosa sobre las bebidas y
demás alimentos, ¡arresto y multas a los vergonzosos envenenadores, no
al inocente consumidor!
Innumerables son los accidentes que ocurren cada año en
este país: en ferrocarriles, construcciones y empresas de todas clases,
debidos en gran parte a la negligencia y avaricia criminal de los
propietarios, a la de los contratistas y al descuido y corruptibilidad
de los inspectores. Contra tales escandalosos abusos quedan
completamente impotentes los trabajadores que caen en ellos víctimas,
con sus vidas y sus familias expuestas entonces a la más triste
miseria.
Y estos escándalos, la enorme culpabilidad, de una parte, y
de otra la desgracia ¿podrá mirarlos cruzado de brazos con toda
indiferencia un Estado que debe sus riquezas y cifra un gran porvenir
del esfuerzo de los tan abandonados trabajadores? ¡Imposible!
Y si fuese posible esto, no lo es para nosotros los
obreros. Queremos defender nuestra existencia y queremos también jueces
que nos protejan con la ley nuestra vida y nuestra familia.
Por lo tanto pedimos: el seguro obligatorio para los
obreros contra los accidentes, a expensas de los empresarios y del
Estado.
Pedimos, además, leyes protectoras, no que sean letra
muerta en los Códigos, sino eficaces y reales en la práctica; y pedimos
a la par que justas leyes, justos jueces: raros, en verdad, para los
trabajadores de este país, sin duda porque nunca han sufrido la mala
suerte de ser burlados en sus salarios por los patrones.
También son raros los obreros que en estos casos han
alcanzado una intervención eficaz de la justicia. Los lentos, largos y
costosos procedimientos de nuestros Tribunales no están al alcance del
pobre trabajador; de manera que no encuentra protección alguna ni aun en
sus más justas quejas contra sus patrones, opresores, ricos e
influyentes.
En la gran República Argentina, país tan celebrado cual
Eldorado del trabajador, ¿cómo en realidad no hay justicia ni jueces
para los pioneros de la riqueza, de la cultura y de la civilización, ni
protección de las leyes para los obreros? Si el Gobierno quiere salvar
la honra del país, tiene que dar a los trabajadores una justicia
verdadera, pronta, eficaz y barata, cuando no gratuita.
Por esto pedimos tribunales especiales compuestos no tan
solo de jurisconsultos, sino que también de árbitros de la clase obrera
y de los patrones, los cuales se dediquen a la solución de todas las
cuestiones entre obreros y patrones. Para esta clase de pleitos no
deben causarse costas de ninguna clase a los procesantes, como sucede
en otros países de los más civilizados.
Estamos en país republicano cuya Constitución escrita
garantiza a todos sus habitantes completa libertad de conciencia, de
educación, de prensa y de reunión. En una palabra: todos los derechos y
libertades que concede la democracia moderna a sus ciudadanos.
Invocando estas garantías y el espíritu de los generosos
legisladores que redactarán los sagrados renglones de esa suprema Ley
de la nación, exigimos también los trabajadores, para nuestras
opiniones y nuestros intereses, las mismas libertades y derechos que nos
pertenecen como hombres y ciudadanos libres: leyes que no se pueden
estropear ni robar sin destruir aquel mismo fundamento del Estado en su
entera esencia y sin despedazar la suprema ley sagrada en su
autoridad.
Trabajadores: Es, pues, un deber poner en juego todos los
resortes que estén a nuestro alcance para que la Constitución de la
República venga a ser un hecho para nosotros. Exijamos ante todo la
libertad de nuestras opiniones, la libertad de nuestras aspiraciones y
propaganda para mejorar nuestra situación y exijamos las mismas
garantías para la persona del obrero como para la de cualquier
ciudadano.
Trabajadores, Compañeros: Estas son las ideas y los
pedidos que pensamos proponer al Congreso Nacional en forma de
petición; estas son las calamidades que pedimos subsanar a la suprema
autoridad del país; esta es la protección que exigimos del Estado, a
cuyas expensas contribuimos en gran escala nosotros, la masa de la
clase obrera. Estas son las resoluciones que nos deben servir como el
próximo fin de nuestra propaganda, por cuya realización lucharemos sin
tregua ni descanso hasta la victoria.
Este, trabajadores de la República Argentina, será nuestro
programa, nuestro propósito para la gran festividad universal del 1°
de Mayo.
¿Qué es lo que pedimos? ¿Es algo injusto, algo imposible, algo irrealizable? No.
Son justos estos pedidos. Pues bien: unámonos todos,
todos, sin que falte uno solo, a un acto unánime de unión, fraternidad,
solidaridad para la mejora de nuestra dura suerte, para adelantar en
el camino de nuestra emancipación.
Cual sea la suerte de nuestra petición ante el Congreso,
ella será una demostración franca y enérgica del pueblo trabajador de
esta República un grito potente dado en el momento de mayor sufrimiento
y de menor amparo y esperanza.
“Ante todo –dijo un gran hombre, ilustre campeón por la
causa del proletario,- ante todo, obreros, es necesario esto: que
constatéis que lleváis cadenas y las sentís; por esto tenéis que mostrar
el deseo de ser librados de ellas. Si esto no hacéis, somos
impotentes. Si dejáis sacar con mentiras vuestros grullos, o vos
olvidáis tanto que las negáis vosotros mismos, en una palabra: si os
abandonáis a vosotros mismos, seréis abandonados, y con razón, de Dios y
del mundo entero.”
Compañeros: Unámonos al fin, levantemos en masa nuestra
voz, manifestemos que estamos arrastrando grillos y cadenas y que las
sentimos. Hagámoslo evidente ante todo el mundo que estamos oprimidos,
explotados, sin amparo y sin protección de las leyes. Liguémonos como
hombres pidiendo nuestros derechos, y como tales veréis como al fin,
tarde o temprano, nos oirán brindándonos con los debidos respetos.
Esta petición a la cual os invitamos a todos los
trabajadores de la República, a aprobar y firmar con su nombre en los
respectivos pliegos, dirigida en tal manera por millares de habitantes a
la suprema autoridad del país, debe ser el primer paso eficaz en la
unión de nuestras fuerzas, en la ilustración de nuestras inteligencias y
en la conquista de los derechos, de la posición política y social que
merecemos como obreros y ciudadanos.
¡Viva el 1° de Mayo de 1890!
¡Viva la Emancipación Social!
Orden de la festividad
- El Comité Internacional en Buenos Aires invita a todos los trabajadores de la República a que festejen, en cuanto les sea posible, la festividad del día 1° de Mayo de 1890.
- Se celebrará un meeting obrero internacional, en el que se discutirán las ideas del Manifiesto y creación de una Asociación Obrera Regional Argentina, el cual se anunciará por medio de la prensa diaria y carteles, indicando la hora y el local para el meeting.
En nombre de la Asamblea obrera Internacional del 30 de marzo de 1890.
EL COMITÉ
(Calle Comercio, 880)
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