Señores:
es muy profunda mi emoción ante un acto que concreta un hecho
largamente esperado por ambas naciones. Para llegar a él, uruguayos y
argentinos hemos debido recorrer un camino largo y difícil.
Muy vivas están en la memoria aquellas jornadas de 1910,
cuando Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña protagonizaron en esta misma ciudad
de Montevideo, con el protocolo del 5 de enero, la memorable puesta en
ejecución de un instrumento que diera fin a innumerables
controversias y equívocos entre nuestros dos países.
Los hombres de 1910, movidos por un patriotismo que honra
las más puras tradiciones rioplatenses, consagraron un principio de
entendimiento que tuvo vigencia durante muchos años. Pero el
crecimiento del transporte, las comunicaciones, el incremento del
comercio entre ambas oriillas, establecieron una nueva perspectiva en
nuestra relación bilateral. Una nueva dinámica nos exigía avenimos al
nuevo ritmo de los hechos. No podíamos quedarnos un paso atrás de la
historia. En más de una oportunidad, sin embargo, llegamos a pensar
que los problemas superarían nuestro propio talento. En ningún momento
nos dejamos vencer, porque el corazón nos decía que entre argentinos y
uruguayos no podría interponerse una valla insalvable. En todo
instante la sensatez y la inteligencia de nuestros mutuos negociadores
privó sobre los naturales escollos de una negociación en la que se
dirimían derechos esenciales a los intereses de ambas naciones.
A este respecto, es reconfortante comprobar la existencia
de constantes emocionales en los hombres de gobierno de Uruguay
cuando se trata de reconocer el silencioso valor de la tarea de técnicos
y diplomáticos, que inevitablemente precede a este tipo de acuerdos.
En 1910, Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña encontraron lugar a
expresiones de ponderación para con los expertos que hicieron posible
el establecimiento del protocolo firmado por ambos hombres públicos.
Fiel a ese sentir y para satisfacción de los hombres uruguayos y argentinos que trabajaron sin fatiga en el
Tratado de hoy, vayan mis palabras de encomio a su
exitosa tarea. Este instrumento que acabamos de firmar constituirá, no
caben dudas, uno de los hechos más trascendentales de la historia
rioplatense del siglo. Con él, eliminamos hasta el último vestigio
conflictivo en nuestros ámbitos fluviales y marítimos que,
eventualmente, hubiera podido perturbar nuestras relaciones futuras.
Creo que debemos dar la enhorabuena a esta realidad que
de hoy en adelante hará posible una relación mucho más fecunda entre
ambos pueblos, tanto más cuando que en anteriores épocas y en
circunstancias diversas, la ausencia de un instrumento adecuado dio
lugar a frecuentes interferencias ajenas a nuestros mutuos y
auténticos intereses
En el porvenir, el Tratado no sólo servirá para allanar
meras dificultades de orden jurisdiccional, sino que será el
instrumento más eficaz en la defensa de intereses comunes a los dos
pueblos. Igualmente, posibilitará una acción ejemplarizadora en el
orden internacional, en cuyo terreno Uruguay y la Argentina, como es
bien sabido, han ocupado una posición de avanzada.
En muchas oportunidades nuestros dos países sentaron
principios que fueron recogidos por la comunidad de las naciones como
valiosos aportes al Derecho Internacional. Un nuevo ejemplo de lo que
acabo de expresar es la efectiva reglamentación del internacionalmente
aceptado mecanismo de consulta mutua, con referencia a la utilización
de las aguas y el lecho del río
Hemos tomado conciencia de las enormes riquezas naturales
de que disponemos, cuya defensa y racional aprovechamiento nos crea
una obligación irrenunciable ante la humanidad. A este respecto, el
Tratado hoy suscripto es un principio de cumplimiento de ese deber,
puesto que establece normas concretas sobre contaminación y preservación
de los recursos vivos del río y del mar.
Los beneficios para ambas partes serán innumerables. El
valor del paso que hemos dado trascenderá a nosotros mismos y a
nuestros días. Avizoro un horizonte lleno de esperanza para ambas
naciones: nuestros pueblos lo merecen.
Me anima la íntima y vigorosa convicción de que uruguayos y
argentinos debemos celebrar, alborozados, la concertación de este
instrumento que abre las puertas a una etapa auspiciosa a nuestras
relaciones.
Señores: Rememoro con un hondo fervor aquellas horas
solemnes de enero de 1910, cuando esta ciudad de Montevideo abrigó, con
toda su generosa y tradicional hospitalidad de hermana rioplatense, la
presencia del enviado del gobierno argentino, D. Roque Sáenz Peña.
Páginas cargadas de historia me permiten recordar su
esclarecida palabra, precursora de circunstancias que a nosotros nos
toca hoy protagonizar: Suscribir el protocolo de la fraternidad
uruguaya y argentina decía Sáenz Peña- no es crear una política distinta
de la que nos viene impuesta por nuestra tradición y el vivo anhelo
contemporáneo; eso sencillamente confirmaría, refrendado con el sello
de las dos Cancillerías, la voluntad superior de estos pueblos que
alientan una misma alma sensible a los calores y al genio de la raza y
representan una sola sociabilidad asentada sobre dos soberanías.
Yo me permitiré otorgar a esas palabras la calidez de su
vigencia, de su hondura y su valor trascendente. Suscribir este
Tratado de hoy es consagrar, para siempre, la fraternidad uruguaya y
argentina; es dar vigencia a una política que emana de la tradición,
el anhelo y la voluntad superior de nuestros dos pueblos, informados de
una misma alma y el genio de su raza, representantes de una misma
sociabilidad asentada sobre dos soberanías.
Un mismo cielo cubre nuestras dos orillas, su azul se refleja en nuestro paisaje, en nuestras aguas y en nuestras banderas. Aceptemos ese simbólico abrazo de la naturaleza como un signo de fraternidad que nos convoca a la paz, al trabajo en común, a la prosperidad y a la felicidad de nuestros dos pueblos.
Por que así sea, ruego a Dios que permita que un día
podamos decir que al haber acordado los principios justos en que se
asientan nuestros Tratados, construimos la fraternidad que todos
anhelamos desde ~ más profundo de nuestro corazón. No quiero terminar
estas palabras sin hacer llegar a todos los señores, con mi más
profunda emoción, el agradecimiento de un argentino más que eso es lo
que soy- frente a lo que he presenciado del pueblo de Montevideo, que
quedará para mí grabado mientras viva, no 610 en mi recuerdo sino
también en mi gratitud.
Juan Domingo Perón
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