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VER TAMBIÉN
- Chamberlain, La misión del hombre blanco. 1897
- Fragmento de un discurso del senador norteamericano Beveridge, sobre el futuro de los Estados Unidos. 1898
- Theodor Roosevelt. Fragmento de un discurso. 1899
- Enmienda Platt. 1901 (Estados Unidos. Cuba)
Esta fue la más famosa universidad de la Europa medieval, en un tiempo cuando nadie soñaba que hubiera un Nuevo Mundo por descubrir. Su servicio a la causa del conocimiento humano se remonta mucho tiempo atrás en el pasado remoto, a un tiempo cuando mis antepasados, tres siglos atrás, estaban entre las bandas dispersas de comerciantes, labradores, leñadores y pescadores, quienes, en dura lucha con la férrea hostilidad de la tierra indígena encantada, fueron sentando las bases de lo que ahora ha llegado a ser la república gigante del Oeste. Conquistar un continente, domar la aspereza hirsuta de la naturaleza salvaje, significa una guerra sombría; y las generaciones que han estado en ella no pueden conservar, y mucho menos agregar a los depósitos de sabiduría acumulada donde una vez estuvieron los suyos, y que todavía están en las manos de sus hermanos que viven en el Viejo Mundo. Conquistar un mundo salvaje significa arrebatar la victoria de las mismas fuerzas hostiles contra las cuales luchó la humanidad en la infancia inmemorial de nuestra raza. Las condiciones primordiales deben ser enfrentadas por las cualidades primordiales que son incompatibles con la retención de mucho de lo que ha sido pacientemente adquirido por la humanidad a través de las eras y que ha llevado al surgimiento de la civilización. En condiciones tan primitivas, no podía haber más que una cultura primitiva. Al principio, solo la escuela más rudimentaria podía ser establecida, ya que ninguna otra podía llenar las necesidades del pueblo duro y vigoroso que impulsó hacia adelante la frontera ante los dientes de hombres salvajes y de la naturaleza salvaje; y muchos años pasaron antes de que cualquiera de esas escuelas pudiesen desarrollarse en centros de enseñanza superior y cultura más amplia.
Los
días de los pioneros pasaron; los claros donde se cortaron los bosques
se extendieron en vastas extensiones de tierra agrícola fértil; los
grupos empalizados de cabañas de madera se transformaron en ciudades;
los cazadores de animales salvajes, los taladores de árboles, los rudos
comerciantes de la frontera y labradores de la tierra, los hombres que
deambulan todas sus vidas a través del ambiente salvaje como los
heraldos y precursores de una civilización que se acerca, todos se
desvanecieron ante la civilización para la cual han preparado el camino.
Los hijos de sus sucesores y suplantadores, y luego sus hijos y los
hijos de sus hijos, cambiaron y se desarrollaron con extraordinaria
rapidez. Las condiciones acentuaron vicios y virtudes, energía y
crueldad, todas las buenas cualidades y defectos de un individualismo
intenso, auto confiado, centrado en sí mismo, mucho más consciente de
sus derechos y de sus deberes, y ciego a sus propias deficiencias. Del
duro materialismo de los días de la frontera viene el duro materialismo
de un industrialismo aún más intenso y absorbente que aquel de las
naciones más antiguas; si bien estas mismas también han entrado en la
era de una civilización compleja y predominantemente industrial.
Conforme
el país crece, su gente, que ha tenido éxito en tantas áreas, vuelve
hacia atrás para tratar de recuperar las posesiones de la mente y el
espíritu, que sus padres forzosamente hicieron a un lado con el fin
librar de mejor manera las primeras batallas duras por el continente que
sus hijos heredarían. Los líderes de pensamiento y de acción buscaron a
tientas su camino hacia adelante hacia una nueva vida, entendiendo, a
veces poco, a veces con una clara visión, que la vida de ganancias
materiales, ya sea para una nación o para un individuo, tiene valor solo
como una base o fundamento, solo si es añadida a la elevación
espiritual que viene de la devoción a ideales más elevados. Esta nueva
vida lo que buscaba en parte era un nuevo desarrollo con respecto a lo
que le ofrecía el Nuevo Mundo; pero esta no puede ser desarrollada
totalmente únicamente aprovechando con libertad las casas del tesoro del
Viejo Mundo, los tesoros guardados en las antiguas moradas del saber y
la sabiduría como esta en la que estoy hablando este día. Es un error
para cualquier nación simplemente copiar a otra; pero es incluso un
error más grande, es una prueba de debilidad en cualquier nación, no
estar ansiosa de aprender de otra y estar dispuesta y ser capaz de
adaptar ese aprendizaje a las nuevas condiciones nacionales para hacerlo
fructífero y productivo. Es para nosotros los del Nuevo Mundo como
sentarse a los pies de Gamaliel el Viejo; entonces, si tenemos el bien
en nosotros, podemos demostrar que Pablo, a su vez puede convertirse en
un maestro, así como en un erudito.
Hoy, les
voy a hablar sobre el tema de la ciudadanía individual, un tema de vital
importancia para ustedes, mis oyentes, y para mí y mis compatriotas,
porque ustedes y yo somos grandes ciudadanos de grandes repúblicas
democráticas. Una república democrática como la nuestra – un esfuerzo
para realizar un gobierno de sentido pleno por, de y para el pueblo–
representa el más gigantesco de todos los experimentos sociales
posibles, aquel lleno con grandes responsabilidades tanto para el bien
como para el mal. El éxito de repúblicas como la suya y la nuestra
significa la gloria, junto con nuestra incapacidad para desesperarnos,
de la humanidad; y para ustedes y para nosotros la cuestión de la
calidad del ciudadano individual es fundamental. Bajo otras formas de
gobierno, bajo el gobierno de un hombre o de unos pocos hombres, la
calidad de los líderes tiene toda la importancia. Si, bajo tales
gobiernos, la calidad de los gobernantes es suficientemente alta,
entonces las naciones llevarán una brillante carrera por generaciones, y
contribuirá sustancialmente a la suma de logros del mundo, sin importar
cuán baja sea la calidad del ciudadano promedio; ya que este es. Pero
con ustedes y nosotros el caso es diferente. Con ustedes aquí, y con
nosotros en nuestra propia casa, a largo plazo, el éxito o el fracaso
estará condicionado en la forma en que el hombre promedio y la mujer
promedio, cumplan con su deber, primero en los asuntos ordinarios de
todos los días, y después en aquellas grandes circunstancias ocasionales
que exigen virtudes heroicas. El ciudadano promedio debe ser un buen
ciudadano si nuestras repúblicas van a tener éxito. La corriente no se
elevará permanentemente más arriba que la fuente principal; y la fuente
principal de poder y grandeza nacional se encuentra en el ciudadano
promedio de la nación. Por lo tanto nos corresponde hacer lo mejor para
ver que el estándar del ciudadano promedio es mantenido en alto; y el
promedio no puede ser mantenido en alto a menos que el estándar de los
líderes sea mucho más alto.
Es bueno si una
gran proporción de los líderes de cualquier republica, en cualquier
democracia, son, de forma rutinaria, procedentes de las clases
representadas en esta audiencia hoy; pero solo a condiciones de que esas
clases posean los dones de la simpatía con la gente simple y la
devoción a los grandes ideales. Ustedes y aquellos como ustedes han
recibido ventajas especiales; todos ustedes han tenido la oportunidad
del entrenamiento mental; muchos de ustedes han podido disfrutar del
ocio; la mayoría de ustedes han tenido la oportunidad de disfrutar de
una vida mucho más grande de la que tendrán la mayoría de sus
semejantes. A ustedes y a su clase mucho se les ha dado, y de ustedes
muchos se debería esperar. Sin embargo, hay algunas deficiencias contra
las que es especialmente importante que ambos, hombres de intelecto
entrenado y cultivado, y hombres de riqueza heredada y posición deben
cuidarse especialmente, porque a estas fallas son especialmente
susceptibles; y si ceden ante ellas, sus posibilidades de brindar un
servicio útil llegan a su fin. Dejen al hombre de entendimiento, el
hombre de ocio letrado, tengan cuidado ante esa tentación rara y barata
de posar ante sí mismo y ante los demás como un cínico, como el hombre
que ha superado las emociones y las creencias, el hombre para quien el
bien y el mal son uno. La manera más pobre de enfrentar la vida es con
burla. Existen muchos hombres que sienten un tipo de orgullo torcido en
el cinismo; existen mucho que se limitan a criticar la manera en que
otros hacen lo que ellos mismos no se atreven a intentar. No existe ser
más malsano, ningún hombre menos digno de respeto, que aquel que
realmente sostiene, o finge sostener, una actitud de burlona
incredulidad hacia todo lo que es grande y noble, ya sea en la
consecución o en el noble esfuerzo el cual, incluso si falla, viene a
ser un segundo logro.
Un hábito cínico de
pensamiento y expresión, una disposición a criticar el trabajo que el
propio crítico no intenta realizar, un distanciamiento intelectual que
no aceptará el contacto con las realidades de la vida – todas estas son
marcas, no como al poseedor le gustaría pensar, no de superioridad, sino
de debilidad. Estas, marcan a los hombres no aptos para llevar a cabo
su dolorosa parte en la dura lucha de la vida, quienes buscan, en el
afecto al desprecio de los logros de los demás, esconder de los demás y
de sí mismos su propia debilidad. El rol es sencillo; no existe uno más
fácil, como no sea el papel del hombre que se burla por igual tanto de
la crítica como el rendimiento.
No es el
crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte
cuando tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas
podría haberlas hecho mejor.
El mérito recae
exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro
está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el
que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo
sin error y sin limitaciones.
El que cuenta es
el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los
grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas
en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el
triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos
atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar
reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria
como la derrota.
Debe sentir vergüenza el
hombre de gusto cultivado que permite que el refinamiento se transforme
en delicadeza excesiva que lo hace poco capaz de hacer el trabajo duro
del mundo cotidiano. Entre los pueblos libres que se gobiernan a sí
mismos, existe poco espacio de utilidad abierta para los hombres de vida
cerrada que huyen del contacto de sus semejantes. Existe aún menos
espacio para aquellos que se burlan a la ligera de lo que es hecho por
aquellos que realmente llevan la carga más pesada del quehacer diario;
ni para aquellos otros que siempre profesan que les gustaría entrar en
acción, si solo las condiciones de la vida no fueran lo que actualmente
son. El hombre que no hace nada hace siempre la misma figura sórdida en
las páginas de la historia, ya sea un cínico, un petimetre o un
voluptuoso. Existe poca utilidad para un ser cuya alma tibia no conocer
nada de la emoción grande y generosa, del gran orgullo, la dura
creencia, el entusiasmo sublime, de los hombres que calman la tormenta y
montan el trueno. Bien por estos hombres si tienen éxito; bien también
si no tienen tanto éxito, aún si fallan, considerando únicamente que se
han aventurado noblemente, y han puesto todo su corazón y su fuerza. Es
un hombre fiero dejado por la contienda , agotado en la dura lucha, él
de los muchos errores y el final valiente, sobre cuya memoria nos
encanta permanecer, no sobre la memoria del joven señor quien “sino es
por los armas viles habría sido un soldado valiente”.
Francia
le ha enseñado muchas lecciones a otras naciones: seguramente una de
las más importantes lecciones es la lección que toda su historia enseña,
que un alto desarrollo en arte y literatura es compatible con el
liderazgo notable en armas y en el arte de gobernar. La brillante
galantería del soldado francés ha sido por muchos siglos, proverbial; y
durante esos mismos siglos en toda corte de Europa, los “masones de
moda”: han hablado la lengua Francesa como su lenguaje común; mientras
todo artista y hombre de letras, y todo hombre de ciencia capaz de
apreciar ese maravilloso instrumento de precisión, la prosa Francesa, se
han vuelto hacia Francia por ayuda e inspiración. Cuánto tiempo el
liderazgo en armas y letras ha durado es curiosamente ilustrado por el
hecho de que la primera obra maestra en una lengua moderna es la
esplendida épica francesa que relata la perdición de Rolando y la
venganza de Carlomagno cuando las huestes de los señores de los Francos
fueron atacadas en Roncesvalles. Dejen que los que tienen, lo conserven,
dejen que los que no lo tienen, se esfuercen por alcanzar un alto nivel
de cultura y escolaridad. Sin embargo recordemos que estos están en
segundo lugar con respecto a otras cosas. Existe la necesidad de un
cuerpo sano, y más aún de una mente sana. Pero sobre la mente y sobre el
cuerpo está el carácter – la suma de esas cualidades que queremos dar a
entender cuando hablamos de la fuerza y el coraje de un hombre, de su
buena fe y sentido del honor. Creo en el ejercicio para el cuerpo,
siempre que se tenga en cuenta que el desarrollo físico es un medio y no
un fin. Creo, por supuesto, en dar a todas las personas una buena
educación. Pero la educación debe contener mucho más aparte de
aprendizaje de libros para que sea realmente buena. Debemos recordar
siempre que no hay agudeza y sutileza del intelecto, ningún pulimento,
ningún ingenio que puedan de alguna manera compensar la carencia de
grandes cualidades sólidas. Autocontrol, dominio de sí mismo, sentido
común, el poder de aceptar la responsabilidad individual y sin embargo,
de actuar en conjunción con otros, coraje y resolución – estas son las
cualidades que marcan a un pueblo magistral. Sin ellas, ningún pueblo
puede controlarse a sí mismo, o protegerse de ser controlado desde
afuera. Hablo ante una brillante reunión; hablo en una gran universidad
que representa la flor del mayor desarrollo intelectual; rindo homenaje
al intelecto y al entrenamiento elaborado y especializado del intelecto;
y sin embargo se que tendré el asentimiento de todos los presentes
cuando añada que más importante aun son las cualidades y virtudes
comunes y ordinarias.
Tales cualidades comunes
y ordinarias incluyen la voluntad y el poder de trabajar, de pelear
ante la necesidad y tener muchos niños sanos. La necesidad de que el
hombre promedio tenga que trabajar es tan obvia que apenas amerita la
insistencia. Existen algunas personas en cada país que han nacido bajo
condiciones tales que pueden vivir vidas de ocio. Estos desempeñan una
función útil si lo que hacen evidente es que el ocio no significa
inactividad, ya que algunos de los más valiosos trabajos que necesita
una civilización son esencialmente no remunerativos en su carácter, y
por supuesto las personas que realizan este trabajo deben en gran parte
extraerse de aquellos a los que la remuneración es un objeto de la
indiferencia. Pero el hombre promedio debe aprender su propio modo de
vida. El debería ser entrenado para hacer esto, y debería ser entrenado
para sentir que ocupa una posición despreciable si no lo hace; que no es
un objeto de envidia si está inactivo, en cualquier extremo de la
escala social en que se encuentre, sino un objeto de desprecio, un
objeto de escarnio. En segundo lugar, el hombre bueno debería ser tanto
un hombre fuerte y bravo; es decir, él debe ser capaz de luchar, él debe
ser capaz de servir a su país como soldado, en caso de necesidad. Hay
filósofos bien intencionados que declaman contra la injusticia de la
guerra. Tienen razón si ponen todo su énfasis sobre la injusticia. La
guerra es una cosa terrible, y la guerra injusta es un crimen contra la
humanidad. Pero es un crimen porque es injusta, no porque sea una
guerra. La elección debe ser siempre a favor de la justicia, y esto es
ya sea que la alternativa sea la paz o que la alternativa sea la guerra.
La cuestión no debe ser meramente, ¿Si es qué haya paz o que haya
guerra? La cuestión debe ser, ¿Es el bien lo que prevalecerá? ¿Si las
grandes leyes de la justicia se van a cumplir una vez más? Y la
respuesta de un pueblo fuerte y viril debe ser “Si,” sin importar el
costo. Cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho para evitar la
guerra, al igual que cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho por el
individuo en su vida privada para mantenerse fuera de una pelea, fuera
de cualquier problema; pero ningún individuo que se precie, ninguna
nación que se auto respete, puede o debe someterse a mal.
Finalmente,
aun más importante que la habilidad de trabajar, aún más importante que
la habilidad de pelear ante la necesidad, es el recordar que la mayor
de las bendiciones para cualquier nación es que dejará su semilla para
heredar la tierra. La mayor de todas las maldiciones es la maldición de
la esterilidad, y la más severa de todas las condenaciones debería ser
aquella en la que se recurre a la esterilidad voluntaria. El primer paso
esencial en cualquier civilización es que el hombre y la mujer deben
ser padre y madre de niños sanos, de tal manera que la raza se
incremente y no disminuya. Si eso no ocurre así, si por causas ajenas a
la sociedad no se consigue ese incremento, es una gran desgracia. Si la
falla se debe a una falta deliberada y voluntaria, entonces no es
meramente una desgracia, es uno de esos crímenes de facilidad y auto
complacencia, de huir del dolor y del esfuerzo y del riesgo, lo que a
largo plazo, la Naturaleza castiga más fuertemente que a cualquier otra
cosa. Si nosotros, los de las grandes repúblicas, si nosotros, las
personas libres que claman el haberse emancipado así mismos de la
esclavitud del mal y el error, bajamos nuestras cabezas, la maldición
vendrá sobre el voluntariamente estéril, entonces será un desperdicio
ocioso de aliento el relato de nuestros logros, para hacer alarde de
todo lo que hemos hecho. Ningún refinamiento, ninguna delicadeza de
gusto, ningún progreso material, ninguna acumulación sórdida de
riquezas, ningún desarrollo sensorial del arte y la literatura, pueden
de ninguna manera compensar por la pérdida de las grandes virtudes
fundamentales; y de esas grandes virtudes, la más grande es el poder de
perpetuar la raza.
El carácter debe mostrarse a
sí mismo, en el desempeño del hombre tanto con respecto al deber que se
debe a él mismo como con respecto a la obligación que le debe al
estado. El principal deber del hombre es para consigo mismo y su
familia; y puede cumplir con este deber solo con ganar dinero,
proporcionando lo que es esencial para el bienestar material; es solo
después que ha hecho esto que puede esperar construir una mayor
superestructura sobre una base de material sólido; es solo después de
que esto haya sido hecho que él puede ayudar en sus esfuerzos por el
bienestar común. El tiene que velar por si mismo primero, y solo después
de esto puede su fuerza adicional ser usada para el bien público en
general. No es bueno excitar la risa amarga que expresa desprecio; y
desprecio es lo que sentimos por el ser cuyo entusiasmo por beneficiar a
la humanidad es tal que es una carga para aquellos cercanos a él; es el
que desea hacer grandes cosas por la humanidad en lo abstracto, pero no
puede tener a su esposa en la comodidad o educar a sus hijos.
Sin
embargo, mientras destacamos este punto, mientras no solamente
reconocemos sino que insistimos en el hecho que debe haber una base de
bien material para el individuo y para la nación, vamos a insistir con
el mismo énfasis que este bien material no representa nada más que la
base, y esa base, si bien es indispensable, es inútil a menos que sobre
ella se levante la superestructura de una vida más elevada. Es por esto
que declino el reconocer al mero multimillonario, el hombre de pura
riqueza, como un bien de valor de cualquier país; y especialmente no
como un bien para mi propio país. Si él ha aprendido a usar su riqueza
de una manera tal que le produce un beneficio real, de uso real – y tal
es el caso a menudo – porque, entonces, no se convierte en un activo de
valor real. Pero es la forma en que se ha obtenido y usado, y no el mero
hecho de la riqueza, lo que le da el derecho al crédito. Existe
necesidad en los negocios, al igual que en otras actividades humanas, de
la guía de las grandes inteligencias. Sus lugares no pueden ser
suplantados por ninguna cantidad de inteligencias menores. Es algo bueno
que tengan amplio reconocimiento y recompensa. Pero no debemos
transferir nuestra admiración a la recompensa en lugar de a la obra
premiada; y si lo que debería ser la recompensa existe sin que el
servicio haya sido prestado, entonces la admiración solo vendrá de
aquellos que son malos en el alma. La verdad es esa, después de que un
cierto grado de éxito material tangible o de recompensa ha sido
conseguido, la cuestión de incrementarlo se hace menos importante en
comparación con otras cosas que pueden ser hechas en la vida. Es algo
malo para una nación el elevar y admirar falsos niveles de éxito; y no
pueden haber estándares más falsos que aquellos establecidos por la
deificación del bienestar material en sí y para sí. Pero el hombre, que
ha sobrepasado por mucho los límites del proveer a sus necesidades;
tanto del cuerpo como de la mente, para sí mismo y para aquellos que
dependen de él, acumulando una gran fortuna, mediante la adquisición o
retención de lo cual no brinda el beneficio correspondiente a la nación
como un todo, debería el mismo sentir que, lejos de ser esto deseable,
el es un indigno ciudadano de la comunidad: que el no es para ser
admirado o envidiado; que sus compatriotas de buen pensamiento lo
pusieron abajo en la escala de ciudadanía, y lo dejaron para ser
consolado por la admiración de aquellos cuyo nivel de propósito es aún
menor que el suyo.
Mi posición con respecto a
los intereses relacionado al dinero pueden ponerse en pocas palabras. En
toda sociedad civilizada, los derechos de propiedad deben ser
cuidadosamente guardados; ordinariamente, y en la gran mayoría de los
casos, los derechos humanos y los derechos de propiedad son
fundamentales y a largo plazo son idénticos; pero cuando aparece
claramente que existe un conflicto real entre ellos, los derechos
humanos deben tener la posición principal, ya que la propiedad pertenece
al hombre y no el hombre a la propiedad. De hecho, es esencial para la
buena ciudadanía entender claramente que hay ciertas cualidades que
nosotros en una democracia somos propensos a admirar en y por sí mismas,
que deben, por derecho propio ser juzgadas admirables o por el
contrario solamente desde el punto de vista del uso que se haga de
ellas. Primeramente, entre estas voy a incluir dos dones muy distintos –
el don de hacer dinero y el don de la oratoria. Hacer dinero, el toque
del dinero del que he hablado arriba. Es una cualidad que en un grado
moderado es esencial. Puede ser útil cuando es desarrollada a un grado
mucho mayor, pero solo si es acompañada y controlada por otras
cualidades; y sin tal control el poseedor tiende a convertirse en uno de
los tipos menos atractivos producidos por una moderna democracia
industrial. Lo mismo sucede con el orador. Es altamente deseable que un
líder de opinión en una democracia pueda ser capaz de defender sus
puntos claramente y convincentemente. Pero todo lo que puede hacer la
oratoria por la comunidad es permitir al hombre explicarse a sí mismo;
si le permite al orador poner falsos valores en las cosas, meramente le
da el poder para engañar. Algunos servidores públicos excelentes no
cuentan con ese don del todo, y solo pueden confiar en sus obras para
que hablen por ellos; y a menos que la oratoria represente convicción
genuina basada en buen sentido común y sea capaz de traducirse en un
rendimiento eficiente, entonces entre mejor sea la oratoria, mayor es el
daño al publico que engaña. De hecho, es un signo de debilidad política
marcada en cualquier mancomunidad si la gente tiende a dejarse llevar
por la simple oratoria, si ellos tienden a valorar las palabras en y por
sí mismas, como si estuvieran divorciadas de los hechos a los que se
supone soportan. El fabricante de frases, el traficante de frases, el
orador listo, a pesar de su gran poder, no tiene un discurso que tenga
el coraje, la sobriedad y el simple entendimiento, es simplemente un
elemento nocivo en el cuerpo político, cuyo discurso daña al público si
tiene influencia sobre él. Admirar el don de la oratoria sin tener en
cuenta la calidad moral detrás del don, es hacer daño a la república.
Por
supuesto todo lo que he dicho del orador aplica aún con mayor fuerza al
más moderno e influyente hermano del orador, el periodista. El poder
del periodista es grande, sin embargo no tiene derecho al respeto y a la
admiración debida a ese poder al menos que lo use correctamente. El
puede hacer, y a menudo lo hace, un gran bien. El puede hacer, y a
menudo lo hace, un daño infinito. Todos los periodistas, todos los
escritores, por la sencilla razón de que aprecian las enormes
posibilidades de su profesión, deberían prestar testimonio contra
aquellos que los desacreditan profundamente. Ofensas contra el gusto y
la moral, que son suficientemente malas en un ciudadano privado, son
infinitamente peores si son convertidas en instrumentos en instrumentos
para pervertir la comunidad a través de un periódico. Mentira, calumnia,
sensacionalismo, estupidez, tontería insípida, todos son factores
potentes para la corrupción de la mente del público y la conciencia. La
excusa adelantada para la escritura viciosa, de que el público la
demanda y esa demanda debe ser suplida, no puede seguir siendo admitida
de la misma manera que no es admitido que proveedores de comida vendan
adulteraciones venenosas. En resumen, el buen ciudadano en una república
debe darse cuenta de que debe poseer dos conjuntos de cualidades que no
pueden estar uno sin el otro. El, debe tener esas cualidades que
contribuyen a la eficiencia; y el también debe tener esas cualidades que
dirigen la eficiencia hacia los canales diseñados para el bien público.
El es inútil si es ineficiente. No hay nada que se pueda hacer con ese
tipo de ciudadano de quien todo lo que se puede decir es que es
inofensivo. Virtud, que al ser dependiente de una circulación inactiva
no es impresionante. Existe poco lugar en la vida pública para el buen
hombre tímido. El hombre que se salva por la debilidad de la maldad
robusta es también inmune a las virtudes más robustas. El buen ciudadano
en una república, debe, primero que todo ser capaz de sostenerse por si
mismo. No es un buen ciudadano a menos que tenga la habilidad que lo
hará trabajar duro y la cual ante la necesidad, lo hará pelear con
fuerza. El buen ciudadano no es un buen ciudadano a menos que sea un
ciudadano eficiente.
Pero si la eficiencia de
un hombre no es guiada y regulada por un sentido moral, entonces entre
más eficiente es peor será, y más peligroso será para el cuerpo
político. Coraje, intelecto, todas las cualidades magistrales, sirven no
más que para hacer a un hombre más malvado si son usadas únicamente
para el propio avance de ese hombre, con brutal indiferencia a los
derechos de los demás. Su discurso puede dañar a la comunidad si la
comunidad alaba estas cualidades y trata a sus poseedores como héroes
sin importar si las cualidades son usadas correctamente o
incorrectamente. No hay ninguna diferencia en cuanto a la forma precisa
en la cual esta siniestra eficiencia es mostrada. No hay ninguna
diferencia si tal fuerza y habilidad de un hombre de estos los traiciona
a sí mismos en su carrera de fabricante de dinero, político, soldado,
orador, periodista o líder popular. Si el hombre trabaja para el mal,
entonces entre más exitoso sea, más debe ser despreciado y condenado por
todos los hombres de bien y con visión de futuro. El juzgar a un hombre
simplemente por su éxito es un error abominable; y si las personas a la
larga de forma habitual juzgan a los hombres de esa manera, si ellos
crecen para condonar la maldad, porque los hombres malvados triunfan,
están mostrando su inhabilidad para entender de que en el análisis
final, las instituciones libres descansan sobre el carácter de la
ciudadanía por lo tanto por tal admiración de la maldad ellos prueban
que no son aptos para la libertad. Las sencillas virtudes del hogar, las
virtudes ordinarias del quehacer diario que hacen de la mujer una buena
esposa y ama de casa, que hacen del hombre un trabajador esforzado, un
buen esposo y padre, un buen soldado si es necesario, descansan en el
fondo del carácter. Pero, por supuesto, muchas otras hay que añadir
además si un Estado quiere llegar a ser no solo libre, sino grande. La
buena ciudadanía no es buena ciudadanía si solo es exhibida en casa.
Siguen estando los deberes del individuo con el estado, y estos deberes
no son sencillos bajo las condiciones que existen donde el esfuerzo es
hecho para llevar a cabo un gobierno libre en una civilización
industrial compleja. Tal vez lo más importante que el ciudadano común,
y, sobre todo, el líder de ciudadanos ordinarios, tiene que recordar en
la vida política es que no debe ser únicamente un doctrinario. El más
cercano filósofo, el individuo culto y refinado quien desde su
biblioteca dice como deben ser gobernados los hombres bajo condiciones
ideales, no es de utilidad en el trabajo gubernamental real; y por el
otro lado el fanático, y más aun el líder de masas, y el hombre
insincero el cual por conseguir poder promete lo que no hay
posibilidades de poder realizar, no son meramente inútiles sino
perjudiciales.
El ciudadano debe tener altos
ideales, y sin embargo, debe ser capaz de lograrlos de manera práctica.
Ningún bien permanente viene de aspiraciones tan altas que se han hecho
fantásticas y se han convertido en imposibles e incluso indeseables de
realizar. El visionario poco práctico es mucho menos a menudo la guía y
el precursor, más que todo es el enemigo amargado del reformador real,
del hombre quien, con tropiezos y deficiencia, sin embargo, logra de
alguna manera, de modo práctico, dar efecto a las esperanzas y deseos de
aquellos que luchan por mejorar las cosas. Cuidado con el fabricante de
frases vacías, con el idealista vacío, quien, en vez de tener listo el
terreno para el hombre de acción, se vuelve en su contra cuando aparece y
le dificulta las cosas cuando empieza a trabajar. Más aún, el
predicador de ideas debe recordar cuan lamentable y despreciable es la
figura que el cortará, cuan grande el daño que ocasionará, si no hace,
en su propia vida, un esfuerzo mensurable para llevar a cabo los ideales
que predica a otros. Déjenlo recordar también, que el valor de un ideal
debe ser determinado principalmente por el éxito con el cual puede ser
realizado prácticamente. Debemos aborrecer los llamados hombres
"prácticos", cuyo comportamiento práctico asume la forma de esa bajeza
que encuentra su expresión en la incredulidad en la moralidad y la
decencia, haciendo caso omiso de las normas de la vida y conducta. Tal
criatura es el peor enemigo del cuerpo político. Pero solamente es menos
deseable como ciudadano, su oponente nominal y aliado real, el hombre
de visión fantástica que hace al “mejor imposible” para siempre el
enemigo del bien posible.
No nos podemos dar
el lujo de seguir a los doctrinarios de un individualismo extremo y a
los doctrinarios de un socialismo extremo. La iniciativa individual,
lejos de ser desanimada, debe ser estimulada; y sin embargo debemos
recordar que, conforme la sociedad se desarrolla y crece más compleja,
encontramos continuamente que las cosas que una vez era deseable dejar
en manos de la iniciativa individual pueden, bajo condiciones cambiadas,
ser realizadas con mejores resultados por el esfuerzo común. Es
imposible, e indeseable por igual, dibujar en teoría, una línea rápida y
dura que pueda dividir siempre los dos conjuntos de casos. Todo aquel
que no está maldito con el orgullo de los filósofos más cerrados podrá
ver, si se toma la molestia de pensar acerca de algunos de nuestros
fenómenos privados. Por ejemplo, cuando las personas viven en granjas
aisladas o en pequeñas aldeas, cada casa puede ser dejada para que
atienda su propio drenaje y suministro de agua; pero la simple
multiplicación de familias en una área dada produce nuevos problemas los
cuales, debido a que difieren en tamaño, se encuentra que difieren no
sólo en grado, sino en el tipo desde el antiguo; y las cuestiones de
drenaje y suplemento de agua deben ser consideradas a partir del punto
de vista general.
No es una cuestión de
dogmatización abstracta el decidir cuándo se alcanza este punto; es una
cuestión que debe ser probada por medio de experimentación práctica.
Mucha de la discusión sobre socialismo e individualismo es completamente
inútil, debido a la falta de acuerdo sobre la terminología. No es bueno
ser esclavo de los nombres. Soy un fuerte individualista por hábito
personal, herencia y convicción; pero es una mera cuestión de sentido
común el reconocer que el Estado, la comunidad, los ciudadanos actuando
en conjunto, pueden hacer un número de cosas mejor que si fueran dejadas
a la acción individual. El individualismo el cual encuentra su
expresión en el abuso de la fuerza física se observó muy temprano en el
crecimiento de la civilización, y nosotros hoy en día deberíamos en
nuestro turno esforzarnos por controlar o destruir ese individualismo el
cual triunfa por la avaricia y la astucia, que explotan a los débiles
mediante el arte de engañar, en lugar de gobernarlos por medio de la
brutalidad. Tenemos que ir con cada hombre en el esfuerzo para lograr la
justicia y la igualdad de oportunidades, para convertir al “usuario de
herramientas” cada vez más y más en el “dueño de la herramienta”, para
cambiar las cargas de la sociedad, de manera que puedan ser llevadas más
equitativamente. El efecto de apaciguamiento sobre cualquier raza, de
la adopción de un sistema socialista lógico y extremo no puede ser
exagerado; solo puede producir destrucción total; solo puede producir el
mal más grosero e indignación y la perpetuidad más asquerosa, que
cualquier sistema existente. Pero esto no significa que no podamos con
grandes ventajas adoptar algunos de los principios profesados por
algunos grupos de hombres que casualmente se hacen llamar Socialistas;
tener miedo de hacerlo sería una señal de debilidad por nuestra parte.
Pero
no debemos tomar parte en actuar una mentira más que en decir una
mentira. No deberíamos decir que los hombres son iguales donde estos no
son iguales, tampoco debemos proceder bajo el supuesto de que existe
igualdad donde no existe; pero debemos esforzarnos para conseguir una
igualdad mensurable, al menos en la medida de la prevención de la
desigualdad que se debe a la fuerza o el fraude. Abraham Lincoln, un
hombre de las gentes sencillas, sangre de su sangre, y hueso de sus
huesos, quien durante toda su vida trabajó, padeció y sufrió por ellos,
al final murió por ellos, quien siempre lucho por representarlos, quien
nunca les dijo una mentira hacia o para ellos, habló sobre la doctrina
de la igualdad con su usual mezcla de idealismo y sentido común. El dijo
(Omito lo que tuvo una importancia meramente local):
“Pienso
que los autores de la Declaración de la Independencia intentaron
incluir a todos los hombres, pero no quisieron dar a entender que todos
los hombres son iguales en todos los aspectos. No quisieron dar a
entender que todos los hombres eran iguales en color, tamaño, intelecto,
desarrollo moral o capacidad social. Ellos definieron con distinción
tolerable en lo que ellos consideraban que todos los hombres eran
creados iguales, iguales en ciertos derechos inalienables, entre los
cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esto lo
dijeron ellos, y esto fue lo que quisieron dar a entender. Ellos no
tenían la intención de afirmar la falsedad evidente que todos estaban
realmente disfrutando de la igualdad, o aún que estaban a punto de
conferirla inmediatamente hacia ellos. Ellos pretendieron establecer un
estándar máximo para la sociedad libre el cual sería familiar para todos
- constantemente buscado, constantemente trabajado para mejorarlo, y, a
pesar de todo nunca acabado perfectamente, constantemente aproximado, y
por lo tanto en constante expansión y profundización de su influencia, y
aumentando la felicidad y el valor de la vida de todas las personas, en
todos lados.”
Estamos obligados por honor, a
negarnos a escuchar a aquellos hombres que quieren hacernos desistir del
esfuerzo por acabar con la inequidad que significa injusticia; la
inequidad de derecho, de oportunidad y de privilegio. Estamos obligados
por el honor a luchar para que esté cada vez más cerca el día cuando, en
la medida de lo humanamente posible, seamos capaces de realizar el
ideal de que cada hombre debe tener la misma oportunidad de mostrar el
valor que lleva adentro por la forma en la cual el presta servicio. Ahí
debe, en la medida de lo posible, ser igual la oportunidad de prestar
servicio; pero así como existe desigualdad en el servicio, podría y
debería haber desigualdad en la recompensa. Podemos sentirnos mal por el
general, el pintor, los artistas, el trabajador en cualquier profesión o
de cualquier tipo, cuya mala fortuna más que su propia falta es la
causa de que haga mal su trabajo. Pero la recompensa debe ir con el
hombre que hace su trabajo bien, ya que otro curso puede crear un nuevo
tipo de privilegio, el privilegio de la locura y la debilidad; y un
privilegio especial es injusticia, sin importar la forma que tome.
Decir
que el derrochador, el perezoso, el vicioso, el incapaz, debe tener la
misma recompensa dada para aquellos de mira amplia, capaces e íntegros,
es decir lo que no es cierto y no puede ser cierto. Debemos tratar de
nivelar hacia arriba, pero debemos tener cuidado del mal de nivelar
hacia abajo. Si un hombre tropieza es algo bueno ayudarlo a ponerse de
pie. Cada uno de nosotros necesita una mano de vez en cuando. Pero si un
hombre permanece abajo, es una pérdida de tiempo tratar y llevarlo; y
es algo muy malo para todos si hacemos sentir a los hombres que la misma
recompensa vendrá para aquellos que eludan su trabajo y para quienes lo
hacen realmente. Vamos, entonces, a tomar en cuenta los hechos reales
de la vida, y no nos dejemos engañar siguiendo cualquier propuesta para
conseguir el milenio, para recrear la época de oro, hasta que la hayamos
sometido a un examen concienzudo. Por otra parte, es absurdo rechazar
una propuesta meramente porque es dada a conocer por visionarios. Si un
esquema dado es propuesto, analícenlo por sus meritos, y, mientras es
considerado, hagan caso omiso de las fórmulas. No importa al final quien
lo propuso, ni porque. Si les parece bien, inténtenlo. Si prueba ser
bueno, acéptenlo, en caso contrario rechácenlo. Hay muchos hombres
buenos que se hacen llamar socialistas con quienes, hasta cierto punto,
es bastante posible trabajar. Si el siguiente paso es uno que ambos,
ellos y nosotros deseamos tomar, pues entonces tomémoslo, sin tener en
cuenta que el hecho de que nuestros puntos en cuanto a un paso siguiente
pueden diferir. Pero, por el otro lado, mantengan claramente en su
mente que a pesar de que ha valido la pena dar un paso, esto no
significa al final que no pueda ser altamente desventajoso el tomar el
siguiente paso. Es tan absurdo negar todo progreso únicamente porque la
gente que lo demanda desea en algún punto ir a los extremos absurdos, al
igual que sería ir a esos extremos absurdos simplemente porque algunas
de las medidas propugnadas por los extremistas eran sabias.
El
buen ciudadano demandará libertad para sí mismo, y como una cuestión de
orgullo el velará porque otros reciban la libertad que el clama para sí
mismo. Probablemente la mayor prueba de amor verdadero de libertad en
cualquier país es la forma en que las minorías son tratadas en ese país.
No solamente debería haber completa libertad en materia de religión y
opinión, sino completa libertad para cada hombre para dirigir su vida
como desea, con tal de que, no le haga daño a su vecino. La persecución
es mala porque es persecución, sin importar cual lado es el perseguidor y
cual lado es el perseguido. El odio de clases es malo de la misma
manera, y sin tener en cuenta al individuo que, en un momento dado,
sustituye la lealtad a una clase por lealtad a una nación,
Recuerden
siempre que la misma medida de condenación debe ser extendida a la
arrogancia que mirará hacia abajo o aplastará a cualquier hombre porque
es pobre, y a la envidia y el odio que destruirá a un hombre porque es
rico. La brutalidad arrogante del hombre de riqueza o poder, y la
envidia y el odio malicioso dirigidas en contra de la riqueza y el
poder, están realmente en la raíz de manifestaciones meramente
diferentes de la misma calidad, simplemente dos caras de la misma
coraza. El hombre que, si nace en la riqueza y el poder, explota y
arruina a sus hermanos menos afortunados, es en su corazón igual al
demagogo codicioso y violento que excita a los que no tienen bienes para
que saqueen a los que si tienen. El mal más grave para su país es
causado por este hombre, cualquiera que sea su condición, el cual trata
de hacer que sus compatriotas se dividan principalmente en la línea que
separa una clase de otra clase, una ocupación de otra ocupación, hombres
de más riqueza de hombres de menos riquezas, en lugar de recordar que
el único estándar seguro es aquel que juzga a cada hombre con respecto a
su valor como hombre, sin importar que sea rico o que sea pobre y sin
que importe su profesión o su posición en la vida. Tal es la única
prueba verdaderamente democrática, la única prueba que puede con
propiedad ser aplicada en una república. Ha habido muchas repúblicas en
el pasado, tanto en lo que llamamos la antigüedad y en lo que llamamos
la Edad Media. Todas cayeron, y el factor principal en su caída fue el
hecho de que los partidos tendían a dividir con respecto a la riqueza
que separaba la riqueza misma de la pobreza. No importaba que lado
resultara exitoso; no había ninguna diferencia en el hecho de que la
república cayera bajo el dominio de una oligarquía o el dominio de la
plebe. En cualquier caso, una vez que la lealtad a una clase había sido
sustituida por la lealtad a la república, el fin de la republica estaba a
la mano. No existe mayor necesidad hoy en día que la necesidad de
mantener siempre en mente el hecho de que la división entre el bien y el
mal y entre la buena ciudadanía y la mala ciudadanía, corre en ángulo
recto, y no en paralelo con, las líneas de división entre clase y clase y
entre la ocupación y ocupación. La ruina nos mira al rostro si juzgamos
a un hombre por su posición en lugar de juzgarlo por su conducta en tal
posición.
En una república, para ser exitosos
debemos aprender a combinar intensidad de convicción con una amplia
tolerancia a la diferencia de convicciones. Grandes diferencias de
opinión con respecto a religión, política y creencias sociales deben
existir si la conciencia y el intelecto por igual no han sido mal
desarrollados, si se desea que haya espacio para el crecimiento
saludable. Amargos odios fratricidas, basados en tales diferencias, son
señales, no de seriedad y sinceridad en las creencias, sino de fanatismo
el cual, ya sea religioso o antirreligioso, democrático o
antidemocrático, es en sí mismo una manifestación de sombría
intolerancia que ha sido el factor clave en la caída de muchas, muchas
naciones.
De un hombre en especial, más que de
ningún otro, los ciudadanos de una república deberían cuidarse, y ese
es el hombre que apela a ellos para que lo apoyen . No hay ninguna
diferencia si apela al odio de clases o a los intereses de clase, a los
prejuicios religiosos o a los prejuicios antirreligiosos. El hombre que
hace tal llamado siempre debe presumirse que lo hace en aras de promover
su propio interés. Lo último que un miembro inteligente y con auto
respeto de una comunidad democrática debería hacer es recompensar a
cualquier hombre público solo porque ese hombre público afirma que le
dará al ciudadano particular algo a lo cual este ciudadano no tiene
derecho, o porque va a satisfacer alguna emoción o animosidad que este
ciudadano no debería poseer. Déjenme ilustrar esto con una anécdota de
mi propia experiencia. Hace algunos años me dedicaba a la ganadería en
las grandes planicies del oeste de los Estados Unidos. No había cercas.
El ganado vagaba libremente, la propiedad de cada animal estaba
determinada por la marca; los terneros eran marcados con las marcas de
las vacas que seguían. Si en un rodeo al agrupar las reses, un animal
era dejado olvidado, al año siguiente aparecería como un animal sin
marca, y era entonces llamado rebelde. Por las costumbres del campo,
estas rebeldes, eran marcadas con la marca del hombre en cuyo rancho
eran encontradas. Un día, estaba cabalgando por el rancho con un vaquero
recién contratado, y nos encontramos con una de estas reses sin marcar.
Entonces la lazamos y la atamos; seguidamente hicimos un fuego, sacamos
una cincha de anillos, la calentamos al fuego; y entonces el vaquero
comenzó a poner la marca. Yo le dije, “esa es tal y la marca de tal”
nombrando al hombre en cuyo rancho estábamos. El contesto: “Esta bien,
jefe; conozco mi negocio.” En otro momento le dije: “¡Espere, que está
poniendo mi marca encima!” A lo cual el respondió: “Es cierto; siempre
pongo la marca del jefe.” Yo conteste: “Oh, muy bien. Ahora vaya de
regreso al rancho y tome todo lo que le pertenece; ya no lo necesito
más. El se levantó y dijo: “¿Porque, cual es el problema? Yo estaba
colocando su marca.” Y yo respondí: “Si, mi amigo, pero si usted va a
robar por mi entonces posteriormente usted me va a robar a mí.”
Ahora,
el mismo principio que aplica a la vida privada aplica también en la
vida pública. Si un servidor público trata de obtener su voto diciendo
que va a hacer algo malo en su interés, ustedes pueden estar
absolutamente seguros que si alguna vez el considera que vale la pena,
el hará algo malo en contra de sus intereses. Tanto para la ciudadanía
como para el individuo en sus relaciones con su familia, como para sus
vecinos y para el Estado. Quedan deberes de la ciudadanía con el Estado,
la agregación de todos los individuos, debidos en conexión con otros
Estados, con otras naciones. Permítanme decir una vez que no soy un
defensor de un cosmopolitismo tonto. Creo que un hombre debe ser un buen
patriota antes de que pueda ser, siendo esta la única forma posible en
que puede suceder, un buen ciudadano del mundo. La experiencia nos
enseña que el hombre promedio que protesta diciendo que su sentimiento
internacional opaca su sentimiento nacional, que no le interesa su país
debido a que se preocupa mucho por la humanidad, en la práctica prueba
ser el enemigo de la humanidad; que el hombre que dice que no le importa
ser un ciudadano de ningún país, ya que es un ciudadano del mundo, es
de hecho, usualmente un ciudadano sumamente indeseable de cualquier
rincón del mundo en el cual está en ese momento. En el oscuro futuro
todas las necesidades morales y las normas morales pueden cambiar; pero
en la actualidad, si un hombre puede ver a su propio país y a todos los
otros países con el mismo nivel de indiferencia tibia, es sabio
desconfiar de él, tanto como es sabio desconfiar del hombre que puede
tener el mismo punto de vista desapasionado con respecto a su esposa y
su madre. Sin importar cuán amplias y profundas sean las simpatías de un
hombre, sin importar cuán intensas sean sus actividades, el necesita
sentir que no debe temer que estas sean ahogadas por el amor a su tierra
natal.
Ahora, esto no significa al final que
un hombre no debería desear el bien afuera de su tierra natal. Por el
contrario, así como creo que el hombre que ama a su familia es más apto
para ser un buen vecino que un hombre que no lo hace, así también creo
que el miembro más útil de una comunidad de naciones es normalmente una
nación fuertemente patriótica. Lejos de ser el patriotismo inconsistente
con un adecuado reconocimiento de los derechos de otras naciones, yo
sostengo que el verdadero patriotismo, el cual es celoso del honor
nacional tal como un caballero lo es del suyo propio, sería cuidadoso de
observar que las naciones no inflijan ni sufran el mal, de la misma
manera que un caballero desprecia igualmente hacer daño a los demás o
sufrir el daño que otros le provoquen. Ni por un momento voy a admitir
que un hombre debería actuar engañosamente como servidor público en sus
tratos con otras naciones, más de lo que debería actuar de forma
fraudulenta en sus tratos como ciudadano privado con otros ciudadanos.
No voy a admitir por un momento que una nación debería tratar otras
naciones con un espíritu distinto de aquel en que un hombre honorable
trataría a otros hombres.
En la aplicación
práctica de este principio a los dos tipos de casos hay, por supuesto,
una gran diferencia práctica que debe ser tomada en cuenta. Hablamos del
derecho internacional; sin embargo el derecho internacional es algo
totalmente distinto al derecho privado o municipal, y la diferencia
capital es que para uno existe sanción y para el otro no; además de que
hay una fuerza externa que obliga a los individuos a obedecer la
primera, mientras que no existe tal fuerza externa que obligue a
obedecer la segunda. El derecho internacional, a mi juicio, conforme
pasen las generaciones, crecerá cada vez más y más fuerte hasta que de
una manera u otra desarrolle el poder para que sea respetada. Pero por
el momento, solo está en el primer periodo formativo. Hasta ahora, como
regla, cada nación está en la necesidad de juzgar por sí misma en temas
de vital importancia entre ella y sus vecinos, y las acciones deben ser
por necesidad, cuando este es el caso, ser diferentes de lo que son
entre los ciudadanos particulares, existe una fuerza externa, cuya
acción es todo poderosa y debe ser invocada en cualquier crisis de
importancia. Es el deber del estadista sabio, dotado con el poder de
mirar en el futuro, tratar de estimular y construir cada movimiento que
va a sustituir o a tratar de sustituir alguna otra acción de fuerza en
la solución de las disputas internacionales. Es el deber de cada hombre
de estado honesto el tratar de guiar la nación de tal manera que no haga
mal a otra nación. Pero aún los grandes pueblos civilizados, si van a
ser honestos consigo mismos y con la causa de la humanidad y la
civilización, deben tener en mente que en última instancia, deben poseer
tanto la voluntad y el poder de devolver el mal recibido de otros. Los
hombres que creen sanamente en una moral elevada predican la rectitud,
sin embargo ellos no predican debilidad, ya sea entre los ciudadanos o
entre las naciones. Nosotros creemos que nuestros ideales deberían ser
altos, pero no tan altos que los hagan imposibles, hasta cierto grado,
de realizar. Nosotros creemos sinceramente y formalmente en la paz; pero
si la paz y la justicia entran en conflicto, nosotros desdeñamos al
hombre que no defendería a la justicia aunque todo el mundo se alzara en
armas en su contra.
Y ahora, mis anfitriones,
una palabra de despedida. Ustedes y yo pertenecemos a las dos únicas
repúblicas entre los grandes poderes del mundo. La antigua amistad entre
Francia y Estados Unidos ha sido, en general, una amistad sincera y
desinteresada. Una calamidad para ustedes, sería una pena para nosotros.
Pero sería más que eso. En la agitada confusión de la historia de la
humanidad, ciertas naciones se destacan como poseedoras de un poder
peculiar o encanto, algún don especial de la belleza o fuerza de
sabiduría, que las pone entre los inmortales, y que las hace elevarse
por siempre con los líderes de la humanidad. Francia es una de esas
naciones. Que ella se hunda, sería una pérdida para todo el mundo.
Existen ciertas lecciones de brillantez y galantería generosa que puede
enseñar mejor que cualquier de sus naciones hermanas. Cuando el
campesinado francés cantó Malbrook, fue para contar como el alma de este
guerrero enemigo tomó vuelo ascendente a través de los laureles que
había ganado. Casi siete siglos atrás, Froisart, escribiendo de la época
de desastres terribles, dijo que el reino de Francia nunca ha estado
tan condenado como para que no hayan quedado hombres que lucharan
valientemente por este. Ustedes han tenido un gran pasado. Creo que
tendrán un gran futuro. Pueden andar ustedes con orgullo, como
ciudadanos de una nación que tiene un papel importante en la enseñanza y
la edificación de la humanidad.
THEODORE ROOSEVELT
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