Vosotros vais a reconstruir la
Patria, a restablecer el pacto de la familia dispersa, y yo el primero
me adelanto a abrazar a mis hermanos y a venerar a mis antepasados.
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J. J. Urquiza |
Como
Gobernador de Entre Rios, he quitado el lema de muerte a las nobles
divisas federales, desde 1° de Mayo de 1851. Como Director del Estado,
he abolido la confiscación de la propiedad, y reservado a Dios y a la
Justicia ordinaria el derecho de disponer de la vida de nuestros
compatriotas.
Mi conciencia me ha dictado
siempre estos consejos: pero la guerra tenaz que nos ha dividido alejaba
de la República el reino de la justicia que solo impera cuando las
pasiones se aquietan.
El título de Gobernador
de la Provincia de Entre Rios, me impuso una obligación sagrada: la de
constituir la Nación bajo el sistema federal, tan luego como la
pacificación de ella lo hiciese posible.
Esta
era la voluntad expresada por los Gobiernos. Los sucesos han demostrado
después que también era la voluntad de los Pueblos.
Esa
larga lucha que hemos sostenido entre hermanos, lucha heroica,
embellecida con actos sublimes de valentía y desprendimiento, manchada
también con feas y reprensibles acciones, no era una lucha insensata y
al acaso - era la pugna de dos principios políticos que no acertaron a
capitular y se disputaron el triunfo.
Un
hombre astuto y favorecido por su posición, quiso monopolizar el triunfo
de una de estas ideas. Usurpó el lustre de las victorias ajenas, y mal
hermano, como gobernante egoísta, se negó con malicia a darnos
participación de sus ventajas; exageró en realidad el principio
unitario, rechazado por la mayoría; y pretendió, con dilaciones y
dificultades que él mismo creaba, apartar el cumplimiento del pacto
federal, a que estaba inmediatamente comprometido por el Tratado de 4 de
Enero de 1831.
El 1° de Mayo de 1851 hice
palpable a la Nación, esta falsía del Gobernador de Buenos Aires. Yo le
quité la máscara hipócrita, y anuncie a mis compatriotas, que era
necesario cortar con la caída de su poder la raíz de nuestros males, de
nuestra miseria y de nuestro descrédito.
La
Providencia favoreció mi designio. La bondad de mi causa dio persuasión a
mi palabra y valor a mis soldados. Suscité alianzas, alcancé
empréstitos, y me capté la confianza de todos los argentinos. A mi
rededor se juntaron los buenos y los libres de todas las opiniones.
Resolví por las armas en el sentido de la libertad y de la justicia la
larga y ensangrentada cuestión pendiente delante de Montevideo; y de
buen éxito en buen éxito, llegué hasta las puertas de Buenos Aires al
frente del Grande Ejército Aliado.
Honorables
Diputados al Congreso Constituyente - permitidme que no explique como
militar ni como General en Jefe, las operaciones y el resultado final,
de esas campañas coronadas con la jornada del 3 de Febrero último en los
campos de Morón y de Monte Caseros.
Los víctores y los aplausos entusiastas de los Pueblos Argentinos, no pueden obligarme a violentar la modestia de mi carácter.
Pero
la razón y la práctica de las cosas públicas me han demostrado que la
espada de un militar honrado debe ser el instrumento de una idea, y el
apoyo de un principio político.
El
pronunciamiento de 1° de Mayo que hice a las márgenes del Paraná, tuvo
su cumplimiento el día 3 de Febrero a las orillas del Plata. «Constitución para la República»
llevaba escrito en mis banderas, y en el General D. Juan Manuel de
Rosas se venció el principal obstáculo para la realización de este voto,
sofocado, pero vivo en todo nuestro territorio, desde el Litoral hasta
las Cordilleras.
Otros obstáculos quedaban
que vencer: obstáculos morales, fruto del aislamiento, de la división
armada de las opiniones, de la ignorancia de los verdaderos intereses,
de los instintos locales, y de una administración corrompida y tiránica.
La fuente de estos vicios había manado con mayor abundancia su veneno
bajo la mano inmediata de Rosas.
Antagonista
de su política, tomé un rumbo opuesto para dar uniformidad a los
espíritus y a los intereses. La intolerancia, la persecución, el
exterminio fueron la base de su política; y yo adopté por divisa de la
mía - el olvido de todo lo pasado, la fusión de los partidos.
No
quise hacer ostentación de un triunfo sobre hermanos, sino hacerme
garante de una capitulación entre miembros de una misma familia, Yo no
he juzgado durante mi residencia en Buenos Aires las opiniones, ni
medido los hombres por sus antecedentes políticos. La sangre derramada
en Caseros en nombre de la libertad, era demasiado noble para que
sirviese a otro objeto que el de redimir a los argentinos de sus pasados
errores.
Cuando la calumnia interpreta mal
mis hechos, es mi obligación vindicarlos, no tanto por mi, cuanto por
vosotros, cuanto por la República, cuanto por vuestros Gobiernos que me
invistieron con el carácter de Director Provisorio.
Loco
y traidor me llamó el tirano, y yo le contesté con el silencio del
desprecio. No puedo ahora sino contestar con el mismo lenguaje a los que
me llaman sanguinario y ambicioso.
El
movimiento subversivo del 11 de Setiembre en Buenos Aires desmoralizó
una parte del Ejército victorioso que llevé a aquella Provincia. Hombres
a quienes llené de honores y recompensas en nombre de la Patria
salvada, ciudadanos oprimidos, expoliados, expatriados, a quienes mis
esfuerzos habían restituido la libertad, la propiedad, el hogar de la
familia, se han hecho cómplices de aquel motín, lo han excitado, y para
justificarse me calumnian.
No, Soberanos
Representantes de los Pueblos; mi conciencia está tranquila, y os afirmo
bajo mi palabra de honor que no he contradicho ni por un momento mis
intenciones. He sido, lo soy, y lo seré argentino antes que todo.
Yo
he dejado libre de toda influencia la voluntad de los Pueblos que
representáis. Ellos se gobiernan según sus instituciones y a medida de
sus deseos. ¿Por qué había de querer hacer una excepción con el pueblo
de Buenos Aires, tanto mas simpático para mí, cuanto que era el mas
inmediatamente favorecido por mi buena fortuna?
Al
derrotar a su tirano puse las riendas de su gobierno en manos de las
mismas personas que el Pueblo mandó a implorar mi Clemencia, creyendo
que tendría la flaqueza de tratarlo como a vencido.
Yo,
federal en principios, no quise mirar sino patriotas en los primeros
consejeros del Gobierno Provisorio de Buenos Aires, aunque salidos de
las filas que había combatido.
¿Por qué?
Porque
en decreto dado por mí, como Gobernador de Entre Rios, había dicho,
«que el sistema unitario podía considerarse como inadecuado al País pero
no como criminal, y que los herederos de la gloria de una misma
revolución, debían cubrir con denso velo los pasados errores.» Así se
realizaba el principio de la fusión, y se armonizaban los pareceres
contrarios, sobre el modo de entender la organización, objeto principal
de mis designios.
Porque he querido y quiero
que no formemos sino una sola familia para que todos a una, levantemos
la Patria a la altura, grandeza y prosperidad a que está llamada.
No
fui comprendido como hubiera deseado. Tan asustadizo y vivo estaba el
espíritu de partido, que confundió la divisa federal de mis armas; con
el lema sangriento del tirano. No castigué como un Prevoste, y se me
creyó tolerante del crimen. Ocupado exclusivamente de crear y de ayudar a
constituir la Nación, se me quiso distraer de esta obra y comprometer
lo ya hecho en ella, con susceptibilidades provinciales, representadas
por un cuerpo no sujeto a ley alguna orgánica y que ha sido juzgado por
sus propios parciales como una dictadura.
La
Legislatura provincial de Buenos Aires se apartó de la voluntad
argentina formulada en ley por el Acuerdo de 31 de Mayo, y negándome
sobre infundadas sospechas una confianza provisoria, atizó el fuego de
la anarquía tan fácil de prender en nuestras llanuras.
Le
vi venir, y quise sofocarlo, interpretando mis atribuciones por la
urgencia del peligro, y llenando con mi responsabilidad el vacío que
tienen todas las instituciones provinciales en nuestro País, y que
tendrán mientras no se amolden a la Constitución General que vais a
sancionar.
La sinceridad de mis intenciones
respecto al Pueblo de Buenos Aires, está demostrada con mi conducta. Al
asumir el mando el día 26 de Julio depojé la autoridad de todas aquellas
prerrogativas, cuyo abuso había causado tantas desgracias. Dicté una
ley de olvido en favor de todos los ausentes de la Patria sin excluir a
nadie. Anematicé el derecho de confiscación, librando de sus crueles
efectos al gobernante mismo que lo había practicado como venganza de
partido, y abolí la pena de muerte por delitos políticos.
En
el régimen interior de la Provincia introduje muchas mejoras: tomé
disposiciones para garantir la propiedad, para fomentar la labranza,
para ayudar el comercio honesto; y dicté una ley de municipalidades que
puesta en práctica, levantaría la capital al rango de una de las cómodas
y mejor administradas ciudades de la América Meridional.
Quería
prepararla para grandes y lucidos destinos; porque presumía que el
Soberano Congreso Constituyente, en consonancia con la tradición y con
el parecer de nuestros más distinguidos publicistas, la elegiría Capital
de la República.
Abrí los ríos a todas las
banderas extranjeras, habilité sus puertos, abolí las aduanas
interiores, y reconocí como un hecho consumado la indepen¬dencia del
Paraguay. Medidas todas que no necesitarían sino de tiempo y de
realización para que se palpara su influencia en bien de aquella
Provincia y de la República entera.
La
situación actual de la Provincia de Buenos Aires y la ausencia de sus
Representantes en vuestro seno, la perjudican sobre manera. Es esta,
entre todas las hermanas, la que mas hondas heridas recibió de la
administración profundamente inmoral y egoísta de D. Juan Manuel Rosas, y
la que más reclama reparación de gravísimos males.
Porque
amo al pueblo de Buenos Aires me duelo de la ausencia de sus
Representantes en éste recinto. Pero su ausencia no quiere significar un
apartamiento para siempre: es un accidente transitorio. La geografía,
la historia, los pactos, vinculan a Buenos Aires al resto de la Nación.
Ni ella puede existir sin sus hermanas, ni sus hermanas sin ella. En la
bandera Argentina hay espacio para más de catorce estrellas; pero no
puede eclipsarse una sola.
Sin embargo, la
República puede y tiene todos los elementos para constituirse durante
esa ausencia temporal de Buenos Aires. Tiene puertos en contacto con el
extranjero, aduanas que le dan rentas, fuerza para defenderse de la
violencia o para obligar a que se le haga justicia. Tiene unión en las
ideas yen los intereses, y la resolución, la necesidad vital de
descansar en la fe de un Código.
Este es el
sentimiento de los Gobiernos, y las Legislaturas que ha ratificado su
adhesión al pacto celebrado en San Nicolás, tan pronto como han tenido
noticias del suceso del 11 de Setiembre y de las consecuencias de él
para la política general del País.
Os hablo
como ciudadano y como hombre que tiene derecho a pensar sobre las cosas
serias de la Patria; pero ni como guerrero, ni como funcionario, ni como
político, tendré mas acción que las que las leyes me conceden. No
pretendo que mis opiniones, ni actos anteriores, os sirvan de base para
arreglar a ellos la obra de vuestra conciencia y de vuestra razón. Seré
el primero en acatar y obedecer vuestras soberanas resoluciones. Mi
crédito personal está comprometido en la libertad y en el acierto de
vues¬tras deliberaciones. La ventura de la Nación está en vuestras
manos.
Aprovechad, Augustos Representantes,
de las lecciones de nuestra historia, y dictad una Constitución que haga
imposible para en adelante, la anarquía y el despotismo. Ambos
monstruos nos han devorado. Uno nos ha llenado de sangre; el otro de
sangre y de vergüenza. La luz del Cielo, y el amor a la Patria os
iluminen.
El Soberano Congreso Constituyente de la Confederación Argentina está instalado.
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