El 7 de Noviembre de 1941 Stalin, líder
del partido bolchevique y del Estado Soviético, pronunciaba este difícil discurso.
Se cumplían exactamente veinticuatro
años de la revolución de octubre (recordemos que el calendario ruso difería del
occidental). Sin embargo no había mucho que festejar: El mundo se encontraba
sumergido en la peor de las guerras que la historia haya registrado. Y el
frente Alemán-Soviético arrojaba la mayor cantidad de muertos de la guerra.
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Soldado Soviético coloca la bandera de la URSS sobre el Reichstag Alemán |
Reconociendo
que vastas zonas habían caído bajo el poder nazi, anticipa la derrota del ejército
invasor. La fe de Stalin se deposita en un elemento central: La inagotable
reserva de fuerza de trabajo, convertida en soldados, con que contaba el país más
poblado del mundo. Así es que Stalin adjudica a Hitler un error de cálculo
fundamental, el de haber concebido que el propio pueblo ruso, aprovechando las
circunstancias, se levantaría contra el Estado socialista o, en las palabras
menos explicitas de Stalin, “que se dispersarían”.
La
batalla en el frente soviético se convirtió en una lucha de desgaste. El frío
del eterno invierno ruso, la distancia de las regiones de aprovisionamiento del
ejército alemán, acompañó la resistencia
de millones de rusos que debieron entregar su vida para resistir la invasión.
Luego
del avance inicial del ejército Nazi sobre la Unión Soviética, el transcurso
de la guerra fue invirtiendo el proceso. El ingreso de Estados Unidos en la
alianza con Gran Bretaña, y lo que quedaba de Francia libre, terminó por
sellarlo. El error de cálculos de Hitler en relación al frente ruso acabó de la
peor manera: Estados Unidos y la Unión
Soviética compitiendo por ocupar y tomar Berlín; anticipaban,
de ese modo, la Guerra Fría. Finalmente, los soviéticos tomaron Berlín mientras
el ejército estadounidense desempeñó un rol fundamental para liberar a Francia
de la ocupación nazi.
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