La mascara de Fernando: Estatuto Provisional del Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en nombre de Fernando VII. 22 de Noviembre de 1811
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No era mucho, en medio de esas circunstancias, que convirtiendo los pueblos
su atención al Gobierno le atribuyesen el origen de tantos desastres. La
desconfianza pública empezó a minar la opinión y el voto general indicaba una
reforma o una variación política que fuese capaz de contener los progresos del
infortunio, dar una acertada dirección al patriotismo y fijar de un modo
permanente las bases de nuestra libertad civil.
El pueblo de Buenos Aires, que en el beneplácito de las provincias a sus
disposiciones anteriores, ha recibido el testimonio más lisonjero del alto aprecio
que le dispensan como a Capital del reino y centro de nuestra gloriosa
revolución, representa al Gobierno por medio de su respetable Ayuntamiento la
necesidad urgente de concentrar el Poder, para salvar la patria en el apuro de
tantos conflictos. La Junta de diputados, que no desconocía la necesidad,
adoptó la medida sin contradicciones, y aplicando sus facultades traspasó a este
Gobierno su autoridad con el título de Poder Ejecutivo, cuyo acto debía recibir la
sanción del consentimiento de los pueblos.
Si la salvación de la patria fue el grande objeto de su institución, una absoluta
independencia en la adopción de los medios debía constituir los límites de su
autoridad. De otro modo, ni el Gobierno se habría sujetado a las
responsabilidades que descargó la Junta sobre sus hombros, ni su creación
hubiera podido ser útil en ningún sentido, cuando agitada la patria de una
complicación extraordinaria de males exigía de necesidad una pronta aplicación
de violentos remedios.
Deseaba, sin embargo, el Gobierno una forma que, sujetando la fuerza a la
razón y la arbitrariedad a la ley, tranquilizase el espíritu público, resentido de
la desconfianza de una tiranía interior. Pide a este fin el Reglamento que le
prometió la Junta en el acto de su creación y recibe un Código constitucional
muy bastante para precipitar a la patria en el abismo de su ruina. Parece que
la Junta de diputados, cuando formó el Reglamento del 22 de octubre, tuvo
más presente su exaltación que la salud del Estado. Con el velo de la pública
felicidad se erige en soberana, y rivalizando con los poderes que quiso dividir
no hizo más que reasumirlos en grado eminente. Sujetando al Gobierno y a los
magistrados a su autoridad soberana, se constituye por sí misma en Junta
Conservadora, para perpetuarse en el mando y arbitrar sin reglas sobre el
destino de los pueblos. Como si la soberanía fuese divisible se la atribuye de
un modo imperfecto y parcial. Ya se ve que en tal sistema, no siendo el
Gobierno otra cosa que una autoridad intermediaria y dependiente, ni
correspondería su establecimiento a los fines de su instituto, ni tendría su
creación otro resultado que complicar el despacho de los negocios y retardar
las medidas que reclama urgentemente nuestra situación, quedando
abandonada la salud de la patria al cuidado y a la arbitrariedad de una
corporación que, en tiempos más felices y con el auxilio de un poder ilimitado,
no pudo conservar las ventajas conseguidas con el patriotismo de los pueblos
contra los enemigos de su sosiego y libertad. Convencido el Gobierno de los
inconvenientes del Reglamento, quiso oír el informe del Ayuntamiento de esta
Capital, como representante de un pueblo el más digno y el más interesado en
el vencimiento de los peligros que amenazan a la patria. Nada parecía más
justo ni conforme a la práctica, a las leyes, a la razón y a la importancia del
asunto. Pero los diputados en la sombra de sus ilusiones, equivocaron los
motivos de esta medida. Sin reflexionar que después de la abdicación del
Poder Ejecutivo no era, ni podría ser otra su representación pública que aquella
de que gozaban antes de su incorporación al Gobierno, calificaron aquel
trámite de notorio insulto contra su imaginaria soberanía, promoviendo una
competencia escandalosa que en un pueblo menos ilustrado hubiera producido
consecuencias funestas sobre el interés general.
El Gobierno, después de haber oído el dictamen del respetable Cabildo y el
juicio de los ciudadanos ilustrados, ha determinado rechazar el Reglamento y
existencia de una autoridad suprema y permanente, que envolvería a la patria
en todos los horrores de una furiosa aristocracia. El Gobierno cree que sin
abandono de la primera y más sagrada de sus obligaciones, no podría suscribir
a una institución que sería el mayor obstáculo a los progresos de nuestra causa
y protesta a la faz del mundo entero que su resistencia no conoce otro
principio que el bien general, la libertad y la felicidad de los pueblos
americanos. Con el mismo objeto, y para dar un testimonio de sus
sentimientos, capaz de aquietar el celo más exaltado, ha decretado una forma,
ya que el conflicto de las circunstancias no permite recibirla de las manos de
los pueblos, que prescribiendo límites a su poder y refrenando la arbitrariedad
popular, afiance sobre las bases del orden el imperio de las leyes hasta tanto
que las provincias, reunidas en el Congreso de sus diputados, establezca una
Constitución permanente. A este fin publica el Gobierno el siguiente
REGLAMENTO
Artículo 1° Siendo la amovilidad de los que gobiernan el obstáculo más
poderoso contra las tentativas de la arbitrariedad y de la tiranía, los vocales
del Gobierno se removerán alternativamente cada seis meses, empezando por
el menos antiguo en el orden de nominación, debiendo turnar la presidencia en
igual período por orden inverso.
Para la elección del candidato que debe sustituir al vocal saliente se creará una
asamblea general, compuesta del Ayuntamiento, de las representaciones que
nombren los pueblos y de un número considerable de ciudadanos elegidos por
el vecindario de esta capital, según el orden, modo y forma que prescribirá el
Gobierno en un reglamento que se publicará a la posible brevedad; en las
ausencias temporales suplirán los secretarios.
Artículo 2° El Gobierno no podrá resolver sobre los grandes asuntos del
Estado que por su naturaleza tengan un influjo directo sobre la libertad y
existencia de las provincias unidas sin acuerdo expreso de la Asamblea
General.
Artículo 3° El Gobierno se obliga de un modo público y solemne a tomar todas
las medidas conducentes para acelerar, luego que lo permitan las
circunstancias, la apertura del Congreso de las provincias unidas, al cual serán
responsables, igualmente que los secretarios, de su conducta pública, o a la
Asamblea General después de dieciocho meses, si aún no se hubiere abierto el
Congreso.
Artículo 4° Siendo la libertad de la imprenta y la seguridad individual el
fundamento de la felicidad pública, los decretos en que se establecen forman
parte de este Reglamento. Los miembros del Gobierno, en el acto de su ingreso al mando, jurarán guardarlos y hacerlos guardar religiosamente.
Artículo 5° El conocimiento de los asuntos de justicia corresponde
privativamente a las autoridades judiciarias con arreglo a las disposiciones
legales. Para resolver en los asuntos de segunda suplicación se asociará el
Gobierno de dos ciudadanos de probidad y luces.
Artículo 6° Al Gobierno corresponde velar sobre el cumplimiento de las leyes
y adoptar cuantas medidas crea necesarias para la defensa y salvación de la
patria, según lo exija el imperio de la necesidad y las circunstancias del
momento.
Artículo 7° En caso de renuncia, ausencia o muerte de los secretarios
nombrará el Gobierno a los que deben sustituirlos, presentando el
nombramiento en la primera asamblea siguiente.
Artículo 8° El Gobierno se titulará Gobierno superior provisional de las
provincias unidas del Río de la Plata a nombre del Sr. D. Fernando VII,
su tratamiento será el de Excia., que ha tenido hasta aquí en cuerpo, y Vmd.
llano a cada uno de sus miembros en particular. La presente forma existirá
hasta la apertura del Congreso, y en caso que el Gobierno considerase de
absoluta necesidad hacer alguna variación, lo propondrá a la Asamblea general
con expresión de las causas para que recaiga la resolución que convenga a los
intereses de la patria.
Artículo 9° La menor infracción de los artículos del presente Reglamento será
un atentado contra la libertad civil. El Gobierno y las autoridades constituídas
jurarán solemnemente su puntual observancia, y con testimonio de esta
diligencia y agregación del Decreto de la libertad de imprenta, de 26 de
octubre último y de la seguridad individual, se circulará a todos los pueblos
para que se publique por bando, se archive en los registros y se solemnice el
juramento en la forma acostumbrada.
Dado en la Real Fortaleza de Buenos Aires, a 22 de noviembre de 1811.
Firmantes Feliciano Antonio CHICLANA Manuel de SARRATEA Juan José PASSO
Bernardino RIVADAVIA, Secretario.
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