Es muy cierto, que
han merecido bien de la Patria, todos cuantos han tenido la misión de cooperar
al éxito de nuestro centenario (...)
Algo muy
extraordinario ha pasado, señores, por el alma nacional. Algunos días atrás, la
conciencia de todos era asaltada de amargas inquietudes. Vivíamos en un
ambiente de indecisión. Un hálito helado congelaba en nuestras venas el
naciente entusiasmo, inoculándonos los gérmenes de un espasmo indefinido.
Dudábamos del éxito: la indecisión, madre del desaliento, era lo que
respirábamos en la atmosfera. Los hijos de las tinieblas, sintiéndose por unos
momentos dueños casi absolutos del terreno, creyeron llegada ya su hora:
extremaron los recursos, llegaron a los excesos, ¡nos hirieron en la mitad del
alma! Señores, yo no puedo agradecer el crimen. Pero siento tentaciones de
exclamar, ante el recuerdo de aquellas siniestras amenazas: “¡Feliz provocación!” (...)
Se había pretendido relegar a la oscuridad nuestra bandera: y nuestra bandera salió y salió llevando por pedestal el pecho de los niños y el corazón de las mujeres, porque se quiso hacer gala del valor, venciendo con la debilidad: y la bandera se enarboló sobre nuestras casas, como sobre otras tantas ciudadelas del sentimiento patrio y como si esto no bastase cincuenta mil manos viriles la enarbolaron haciéndola flameare sobre las anchas avenidas, de suerte que por algunas horas pudimos hacernos la ilusión de que la amplitud celeste y blanca de los cielos había abandonado las alturas en que se extiende, para bajar a envolver entre sus pliegues y venir a besar el suelo de la Patria. (...)
Se había pretendido relegar a la oscuridad nuestra bandera: y nuestra bandera salió y salió llevando por pedestal el pecho de los niños y el corazón de las mujeres, porque se quiso hacer gala del valor, venciendo con la debilidad: y la bandera se enarboló sobre nuestras casas, como sobre otras tantas ciudadelas del sentimiento patrio y como si esto no bastase cincuenta mil manos viriles la enarbolaron haciéndola flameare sobre las anchas avenidas, de suerte que por algunas horas pudimos hacernos la ilusión de que la amplitud celeste y blanca de los cielos había abandonado las alturas en que se extiende, para bajar a envolver entre sus pliegues y venir a besar el suelo de la Patria. (...)
Hemos
arrojado los cimientos del templo de nuestra grandeza, son magníficos, son
hermosos, pero nos hallamos casi al principio de la gigante obra y debemos
continuarla en forma tal que los que tengan la dicha de celebrar la nueva centuria,
tengan también la de colocar sobre su cúpula la bandera. Estamos por lo tanto
en el debe de alejar toda causa rémora. (...)
Ya lo habéis
comprendido, señores: me refiero a la prédica malsana de las doctrinas
disolvente que vienen minando los sólidos principios de nuestra
civilización. Yo no temo hablar, señores, temería más bien callar, porque con
ello haría traición a mi Patria y a mi conciencia. El que no se siente con el
valor necesario para denunciar al enemigo, no sólo es un cobarde, sino también
un cómplice. (...)
Así os hablo también ahora y sé que responderéis, haciendo
desaparecer de nuestro suelo hasta el vestigio de aquellos que alientan la
esperanza de imponernos alguna tiranía. La juventud ha respondido ya a ese
llamado noble de la Patria: ha sido la primera porque es la que menos puede
contener entusiasmos. Pero no debe ser la única. La Patria espera la respuesta
en primera fila de todos los que sois, bajo su amparo, la encarnación de algún
poder. (...) Y yo quisiera, señores, disponer en esta circunstancia memorable,
de bastante autoridad para levantar mi débil voz y pediros en nombre de la
Iglesia, la eterna aliada de la Patria, que como último tributo de nuestro
reconocimiento delos Divinos favores, formuléis el voto de no atacar jamás su
religión. Economizad en adelante esas preciosas energías para aplicarlas allí
donde imperiosamente se reclaman. (...)
Seamos francos, señores, se puede disputar y aun si queréis,
atacar a la verdad, porque desgraciadamente está abandonada en la Tierra a las
disputas de los hombres; pero nunca se puede disputar, ni jamás es lícito
atacar la virtud. Brilla esta de una manera tal que no deja resquicio alguno a
la injusticia ni a la tiranía y aun cuando el cristianismo no mereciese todo
vuestro respeto a título de verdad, lo merecería a título de virtud. No lo
ataquéis pues, y cuando de ellos sintáis tentaciones, pensad que cada uno de
los ataques que dirijáis contra sus verdades y sus principios, contra sus
prácticas y su moral, será un nuevo golpe que descargaréis sobre los cimientos
mismos del edificio social en que descansáis: y lo que es más todavía, pensad
que si os empeñáis en conmover las columnas del templo, seréis quizá los
primeros en quedar aplastados debajo de sus escombros. No nos ataquéis pues,
puedo repetiros aun en nombre del patriotismo, de ese patriotismo que habéis
visto surgir del corazón mismo de la Iglesia, como de la semilla surge la
planta y como de la planta surge la flor. Esas preciosas energías que tan sin
razón se dirigirían en contra de nosotros, aplicadlas resueltamente a
contrarrestar la influencia demoledora de las doctrinas disolventes, cuya falta
absoluta de razón de ser acabamos de ver una vez más en la gloriosa semana tan
llena de gloria como fecunda en beneficios. (...)
He aquí, señores, el precioso lema que os dejo como recuerdo
íntimo de mis palabras de hoy: “Dios y Patria”
He dicho