Lima, 7 de diciembre de 1824.
Grande y buen amigo:
Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América,
por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de
nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y las relaciones
que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas,
tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de
estos gobiernos.
Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político,
pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de
nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios,
y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no
puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por cada
una de nuestras repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria,
obtenida por nuestras armas contra el poder español.
Profundamente penetrado de estas ideas invité en ochocientos veintidós, como
presidente de la República de Colombia, a los Gobiernos de México, Perú,
Chile y Buenos Aires, para que formásemos una confederación, y reuniésemos
en el Istmo de Panamá u otro punto elegible a pluralidad, una asamblea de
plenipotenciarios de cada Estado "que nos sirviese de consejo en los grandes
conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete
en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en
fin, de nuestras diferencias".
El Gobierno del Perú celebró en seis de julio de aquel año un tratado de
alianza y confederación con el plenipotenciario de Colombia; y por él
quedaron ambas partes comprometidas a interponer sus buenos oficios con los
gobiernos de la América, antes española, para que entrando todos en el mismo
pacto, se verificase la reunión de la asamblea general de los confederados.
Igual tratado concluyó en México, a tres de octubre de ochocientos
veintitrés, el enviado extraordinario de Colombia a aquel Estado; y hay
fuertes razones para esperar que los otros gobiernos se someterán al consejo
de sus más altos intereses.
Diferir más tiempo la asamblea general de los plenipotenciarios de las
repúblicas que de hecho están ya confederadas, hasta que se verifique la
accesión de los demás, sería privarnos de las ventajas que produciría
aquella asamblea desde su instalación. Estas ventajas se aumentan
prodigiosamente, si se contempla el cuadro que nos ofrece el mundo político,
y muy particularmente, el continente europeo.
La reunión de los plenipotenciarios de México, Colombia y el Perú, se
retardaría indefinidamente si no se promoviese por una de las mismas partes
contratantes; a menos que se aguardase el resultado de una nueva y especial
convención sobre el tiempo y lugar relativos a este grande objeto. Al
considerar las dificultades y retardos por la distancia que nos separa,
unidos a otros motivos solemnes que emanan del interés general me determino
a dar este paso con la mira de promover la reunión inmediata de nuestros
plenipotenciarios, mientras los demás gobiernos celebran los preliminares
que existen ya entre nosotros, sobre el nombramiento e incorporación de sus
representantes.
Con respecto al tiempo de la instalación de la Asamblea, me atrevo a pensar
que ninguna dificultad puede oponerse a su realización en el término de seis
meses, aun contando el día de la fecha; y también me atrevo a lisonjear de
que el ardiente deseo que anima a todos los americanos de exaltar el poder
del mundo de Colón, disminuirá las dificultades y demoras que exijan los
preparativos ministeriales, y la distancia que media entre las capitales de
cada Estado, y el punto central de reunión.
Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá,
sería señalado para este augusto destino, colocado como está en el centro
del globo, viendo por una parte el Asia, y por el otro el África y la
Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el Gobierno de Colombia,
para este fin, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia
de las extremidades; y por esta causa podría ser el lugar provisorio de la
primera asamblea de los confederados.
Difiriendo, por mi parte, a estas consideraciones, me siento con una grande
propensión a mandar a Panamá los diputados de esta república, apenas tenga
el honor de recibir la ansiada respuesta de esta circular. Nada ciertamente
podrá llenar tanto los ardientes votos de mi corazón, como la conformidad
que espero de los gobiernos confederados a realizar este augusto acto de la
América.
Si V. E. no se digna adherir a él, preveo retardos y perjuicios inmensos a
tiempo que el movimiento del mundo lo acelera todo, pudiendo también
acelerarlo en nuestro daño.
Tenidas las primeras conferencias entre los plenipotenciarios, la residencia
de la Asamblea, como sus atribuciones, pueden determinarse de un modo
solemne por la pluralidad; y entonces todo se habrá alcanzado.
El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se
fijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando,
después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho
público, y recuerden los pactos que consolidaron su destino, registrarán con
respeto los protocolos del Istmo. En él, encontrarán el plan de las primeras
alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué
será entonces el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?
Dios guarde a V. E.
Vuestro grande y buen amigo.
Bolívar.
El Ministro de Gobierno y Relaciones
Exteriores,
José Sánchez Carrión.