En nombre de la América os hablamos. Condenada por 300 años a la
infamia, hemos sido sus hijos mirados con desprecio, vejados por la
codicia, y encorvados bajo el yugo de los déspotas más intratables. La
menor sospecha de infidelidad ha hecho correr arroyos de sangre; la
inocencia, siempre sospechosa sino comparecía temblando, ha sido
precipitada a los calabozos, y condenada a no ver la luz del día.
Mientras que los reyes déspotas se entretenían con los ministros de sus
placeres en la blandura, el fausto, y el desorden a costa de los
copiosos tributos, con que nos esclavizaban, nosotros tratados como
esclavos hemos sido la presa de la más vergonzosa miseria. Mil veces se
les había advertido, que prefiriesen el bien público a sus perros, a
sus caballos, a sus rufianes, pero todo inútilmente.
El despotismo como un fuego devorador ha quemado nuestros
campos, y saqueado de las entrañas de la tierra el oro, y el diamante
por medio de nuestro mismo trabajo. Los hombres temían engendrar hijos
por no hacer infelices. Las naciones enteras se aniquilaron, y las
Provincias quedaron reducidas a desiertos. Portugueses, ved aquel
cuadro de nuestras miserias pasadas, y el de las que vosotros aún
sufrís. Por un esfuerzo magnánimo rompimos ya nuestras cadenas; pero la
calidad de hermanos nuestros nos hace sentir el peso de las vuestras.
Si sois sensibles a la vergüenza, o si juzgáis, que os pertenece la
vida, armaos de vuestro coraje, supuesto, que no tenéis, que esperar
vuestros amos. ¿Podemos imaginarnos, que derramaréis vuestra sangre a
favor de vuestros tiranos? Sólo el temor os detiene; pero ¿qué puede
esta pasión sobre corazones magnánimos? Romped de una vez esa atadura
frágil. Donde el temor acabe empezará la rabia, y unidos a la América
libre seréis con nosotros invencibles. De lo contrario temed las
maldiciones de la patria y de toda una posteridad.