El artiguismo en el
Litoral
… El comercio
principal de la provincia [de Corrientes]
se reduce a cueros de ganado y lana de ovejas, aunque también abundan el
algodón, la caña de azúcar y las maderas. Todos estos productos son exportados
a Buenos Aires y se recibe en pago dinero metálico y objetos manufacturados. El
promedio de las exportaciones en tiempo de paz era de quinientos mil pesos
anuales. Importábase por valor de setecientos cincuenta mil. Pero esta
provincia, como todas las de América del Sur, había sido teatro de guerras
civiles tan frecuentes y depredaciones tan generales, que muchos de los
principales propietarios de tierras se habían arruinado y otros vivían in terrorem, como consecuencia del
predominio sin ley de Artigas y de sus repetidas incursiones en el territorio.
Porque Artigas había llevado asaltos a las estancias obligando a sus dueños a
abandonarlas, y después se llevó los ganados a la orilla oriental del Uruguay.
Las estancias quedaron así despobladas y los peones se convirtieron en soldados
de Artigas… Decayó la agricultura y las incursiones de los indios del Chaco se
hicieron más frecuentes. El ganado vacuno y caballar era tan abundante, que no
pudieron arrearlo en su totalidad fuera del territorio y mucha parte se
guareció en los bosques, convirtiéndose en ganado salvaje o alzado. Por eso los bosques estaban
llenos de baguales… A cinco leguas de la ciudad, el campo era recorrido por
gente de mal vivir; un estanciero tenía que ser muy resuelto para arriesgarse a
visitar su campo, aun acompañado por un grupo de esclavos… Las grandes carretas
en que acostumbran transportar los cueros de una estancia a otra, o a los
diversos puertos de embarque, se veían desmanteladas y sus piezas dispersas por
el campo, sirviendo de tiendas o carpas a los bandoleros. Estos asaltantes,
andrajosos y casi desnudos, vivían del ganado que podían enlazar y pasaban el
tiempo jugando y fumando, después de haber matado a algún semejante o saqueado
algún pueblo. Tal género de tropelías, si no eran fomentadas por Artigas, por
lo menos las toleraba y lo cierto es que en cualquier momento podía reunir a
todos los banditi y llevarlos en terribles e indómitas falanges,
corriendo veinte leguas por día,… …a
cualquier enemigo que se hubiera propuesto atacar. Alcanzado su objeto,
quedaban ellas en libertad para desbandarse y con esa libertad el jefe pagaba
sus servicios, porque la campaña se convertía otra vez en un vasto escenario de
pillaje y desolación.
… Ustedes han
visto, caballeros –dijo [a los Robertson]
don Pedro [Cambell]- , el desorden
que hay en el campo. Ya sé que ustedes tienen mucho dinero y piensan gastarlo
aquí para llevar lo comprado a Buenos Aires; pero no podrán comprar nada, a
menos que quieran aprovechar mis servicios y disponer de mis conocimientos. No
hay aquí un solo estanciero que tenga hígados (así se expresó) para llegar a su
estancia y asomarse a la ventana de la casa; ni para carnear un animal y llevar
diez pesos en el bolsillo;… No hay gaucho pícaro que sabiendo que yo estoy en
este negocio se atreva a estorbarlo. Por eso, déjenme recorrer el campo con la
plata que ustedes tienen… y en un año van a llegar a Goya o a Corrientes
cincuenta mil cueros de vacuno y cien mil cueros de yeguarizo… [Cerrado el trato] don Pedro dijo “adiós”
a Corrientes por algún tiempo y se dio a su tarea favorita de “cortar campo”.
Había empezado por
sacar del letargo y del temor a una docena de estancieros, los más ricos de la
provincia, que salieron con él, dispuestos a organizar sus establecimientos y a
dar comienzo a la matanza de ganado…
Aquí se daba el
caso de un extraño, un extranjero, que en una comarca sin leyes, en pleno
desorden e infectada de bandidos, emprendía la restauración del orden y la
tranquilidad… Y éxito que tuvo, no sólo me dejó maravillado, sino que me llevó
a la convicción de que el americano del Sur, a despecho del espíritu faccioso y
de las malas prácticas, tienen docilidad suficiente, cualquiera sea la mezquina
intención de sus caudillos, para adaptarse a los principios de un buen gobierno
fundado en leyes sabias y saludables.
Robertson, Juan Parish y Guillermo Parish, Cartas de Sud América, Buenos Aires,
1950, t. I, p. 74-76 y 108-111.