Declaración de la Unión Industrial Argentina -UIA- sobre la jornada de ocho horas. 1 de Diciembre de 1904
La jornada de ocho horas
Las tituladas sociedades obreras de resistencia
Buenos Aires, 1 de Diciembre de 1904.
A.S.E. el señor ministro del Interior
Excelentísimo señor
La Unión Industrial Argentina, con motivo de las huelgas que perturban actualmente a varios importantes gremios industriales, ha resuelto dirigirse a V. E., haciéndole una exposición de las causas principales de este estado de cosas, para que V.E, pueda tener en cunera la opinión de los patrones al arbitrar los medios por los cuales el superior gobierno, dentro de su esfera de acción, ha de procurar evitar en lo sucesivo la repetición de esas situaciones anormales.
El pedido principal de los obreros, la hornada de ocho horas, no puede ser acordada de una manera uniforme por todas las industrias, por razones elementales de índole económica que no es posible contrariar. La disminución de las horas de trabajo ocasiona, como consecuencia inmediata, una disminución de la producción y un aumento del costo de la producción, pues no disminuyendo los gastos generales de los establecimientos y exigiendo los obreros que los salarios por la jornada de ocho horas sean por lo menos iguales y en muchos ramos superiores a los que perciben por las jornadas de nueve y diez horas, queda recargado el costo de la mano de obra en un 20% como mínimun. Los industriales no pueden aumentar proporcionalmente los precios de venta de sus artículos, porque estos precios están reglados por diversos factores ajenos a su influencia y principalmente por la competencia de los artículos similares de los extranjeros, cuyos precios de venta la industria local no debe exceder, ni siquiera igualar, para poder subsistir. Existe, pues, un límite que para numerosos artículos ha sido ya alcanzado a causa de las concesiones anteriormente hechas a los obreros y que a los industriales no les es posible franquear. Por otra parte, hay ya escasez de personal obrero. El mejoramiento de la situación económica del país ha determinado un aumento considerable de trabajo en todas las fábricas y talleres, y como ese mejoramiento se ha producido en cierto modo bruscamente, no ha dado tiempo al aumento proporcional del personal obrero. Para que muchos talleres y fábricas pudieran conceder las ocho horas de trabajo y cumplir los compromiso de venta contraídos en general con plazos fijos para la entrega, garantizados por fuertes multas, sería, pues, necesario que hicieran venir personal del extranjero, personal que no tardaría en quedar desocupado, porque cumplidos esos compromisos, deberían cerrarse las fábricas por no poder ya competir con la industria extranjera, dado el recargo que la disminución de las horas de trabajo y el aumento de los salarios habría originado en el costo de la producción, sin contar con que cualquier crisis, que en este país sobrevienen y desaparecen en forma casi imprevista y repentina, daría lugar a que la mayor parte de los obreros existentes, aumentados por los que se habrían hecho venir, quedaran sin trabajo, ocasionando los transtornos consiguientes.
Los salarios, cuyo aumento solicitan también los obreros en proporciones que varían de un 10 hasta un 100 por ciento, son ya mucho más altos que en Europa, aun teniendo en cuenta la proporción del mayor costo de vida que en Europa, debido a la carestía de los alquileres y a la de los artículos de consumo, como la carne, el pan, etc. El aumento de los salarios no puede ser indefinido y, sobre todo, no puede producirse por saltos brusco, como lo pretenden los obreros, que no tienen para nada en cuenta los factores económicos que intervienen en estos problemas. Por lo demás, la situación de los obreros industriales en la República es incomparablemente mejor que en Europa, como lo comprueba la fuerte proporción de estos obreros que llegan entre los inmigrantes. Los que hablan de miseria en nuestro elemento obrero, o no lo conocen, o deliberadamente se dedican a hacer literatura impresionista. Desgraciadamente, los poderes públicos, solicitados por otras preocupaciones, no han hecho hasta ahora un estudio especial de estas cuestiones, oyendo también la opinión de los centros de capital. Los estudios sobre al respecto existen, o son incompletos, o son parciales, como que sus autores, movidos por prejuicios de escuela, y deseando ante todo defender sus teorías económicas y sociales, lo han visto y reflejado todo a través del prisma de esas teorías. (…)
Creemos deber llamar muy particularmente la atención de V.E, sobre un punto que consideramos de capital importancia. Nos referimos a los agitadores profesionales, que desde un tiempo a esta parte abundan en la República, elemento extranjero eminentemente nocivo y cuya influencia es eficacísima por la libertad de acción casi absoluta de que disfruta. En general, operan por medio de las tituladas sociedades obreras de resistencia, agrupaciones anónimas, sin personería jurídica ni responsabilidad de ninguna especia y que por esta razón no tienen inconveniente en recurrid a los procedimientos menos lícito para imponer sus resoluciones. Es pretensión constante de estas tituladas sociedades obreras, hacerse reconocer oficialmente por los patrones, y han llegado últimamente a prohibir que se tome otro personal que el que ellas mismas suministren “bajo pena” (textual) de un levantamiento en los establecimientos, o de un boicot, según los casos, y obligan a los obreros por medio de la intimidación a afiliarse a ellas y a acatar sus decisiones. Esto, excelentísimo señor, ha tomado ya todos los caracteres de una verdadera tiranía, tanto para los patrones como para los mismos obreros, y de una tiranía de la peor especie, anónima e irresponsable, que es urgente que los poderes públicos hagan desaparecer, sometiendo a esas tituladas sociedades a una reglamentación y a un contralor especiales (…) Alfredo Demarchi, Presidente Julio L. Montarón, Subsecretario.
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El pedido principal de los obreros, la hornada de ocho horas, no puede ser acordada de una manera uniforme por todas las industrias, por razones elementales de índole económica que no es posible contrariar. La disminución de las horas de trabajo ocasiona, como consecuencia inmediata, una disminución de la producción y un aumento del costo de la producción, pues no disminuyendo los gastos generales de los establecimientos y exigiendo los obreros que los salarios por la jornada de ocho horas sean por lo menos iguales y en muchos ramos superiores a los que perciben por las jornadas de nueve y diez horas, queda recargado el costo de la mano de obra en un 20% como mínimun. Los industriales no pueden aumentar proporcionalmente los precios de venta de sus artículos, porque estos precios están reglados por diversos factores ajenos a su influencia y principalmente por la competencia de los artículos similares de los extranjeros, cuyos precios de venta la industria local no debe exceder, ni siquiera igualar, para poder subsistir. Existe, pues, un límite que para numerosos artículos ha sido ya alcanzado a causa de las concesiones anteriormente hechas a los obreros y que a los industriales no les es posible franquear. Por otra parte, hay ya escasez de personal obrero. El mejoramiento de la situación económica del país ha determinado un aumento considerable de trabajo en todas las fábricas y talleres, y como ese mejoramiento se ha producido en cierto modo bruscamente, no ha dado tiempo al aumento proporcional del personal obrero. Para que muchos talleres y fábricas pudieran conceder las ocho horas de trabajo y cumplir los compromiso de venta contraídos en general con plazos fijos para la entrega, garantizados por fuertes multas, sería, pues, necesario que hicieran venir personal del extranjero, personal que no tardaría en quedar desocupado, porque cumplidos esos compromisos, deberían cerrarse las fábricas por no poder ya competir con la industria extranjera, dado el recargo que la disminución de las horas de trabajo y el aumento de los salarios habría originado en el costo de la producción, sin contar con que cualquier crisis, que en este país sobrevienen y desaparecen en forma casi imprevista y repentina, daría lugar a que la mayor parte de los obreros existentes, aumentados por los que se habrían hecho venir, quedaran sin trabajo, ocasionando los transtornos consiguientes.
Los salarios, cuyo aumento solicitan también los obreros en proporciones que varían de un 10 hasta un 100 por ciento, son ya mucho más altos que en Europa, aun teniendo en cuenta la proporción del mayor costo de vida que en Europa, debido a la carestía de los alquileres y a la de los artículos de consumo, como la carne, el pan, etc. El aumento de los salarios no puede ser indefinido y, sobre todo, no puede producirse por saltos brusco, como lo pretenden los obreros, que no tienen para nada en cuenta los factores económicos que intervienen en estos problemas. Por lo demás, la situación de los obreros industriales en la República es incomparablemente mejor que en Europa, como lo comprueba la fuerte proporción de estos obreros que llegan entre los inmigrantes. Los que hablan de miseria en nuestro elemento obrero, o no lo conocen, o deliberadamente se dedican a hacer literatura impresionista. Desgraciadamente, los poderes públicos, solicitados por otras preocupaciones, no han hecho hasta ahora un estudio especial de estas cuestiones, oyendo también la opinión de los centros de capital. Los estudios sobre al respecto existen, o son incompletos, o son parciales, como que sus autores, movidos por prejuicios de escuela, y deseando ante todo defender sus teorías económicas y sociales, lo han visto y reflejado todo a través del prisma de esas teorías. (…)
Creemos deber llamar muy particularmente la atención de V.E, sobre un punto que consideramos de capital importancia. Nos referimos a los agitadores profesionales, que desde un tiempo a esta parte abundan en la República, elemento extranjero eminentemente nocivo y cuya influencia es eficacísima por la libertad de acción casi absoluta de que disfruta. En general, operan por medio de las tituladas sociedades obreras de resistencia, agrupaciones anónimas, sin personería jurídica ni responsabilidad de ninguna especia y que por esta razón no tienen inconveniente en recurrid a los procedimientos menos lícito para imponer sus resoluciones. Es pretensión constante de estas tituladas sociedades obreras, hacerse reconocer oficialmente por los patrones, y han llegado últimamente a prohibir que se tome otro personal que el que ellas mismas suministren “bajo pena” (textual) de un levantamiento en los establecimientos, o de un boicot, según los casos, y obligan a los obreros por medio de la intimidación a afiliarse a ellas y a acatar sus decisiones. Esto, excelentísimo señor, ha tomado ya todos los caracteres de una verdadera tiranía, tanto para los patrones como para los mismos obreros, y de una tiranía de la peor especie, anónima e irresponsable, que es urgente que los poderes públicos hagan desaparecer, sometiendo a esas tituladas sociedades a una reglamentación y a un contralor especiales (…) Alfredo Demarchi, Presidente Julio L. Montarón, Subsecretario.
F: Unión industrial Argentina, cuestiones obreras, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Buenos Aires, 1905
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