Conciudadanos:
Bienvenidos seáis a ocupar el puesto que vuestro deber os
señala; bien venidos seáis a tomar participación en esta verdadera
revolución política y social.
Este país había llegado al extremo de ver comprometido el
honor nacional. No existía más que la dignidad ultrajada, la libertad
perdida, la dilapidación entronizada, la esclavitud constituida, y las
voces de ultratumba de nuestros mayores nos pedían estrecha cuenta de
nuestro silencio, de nuestra conducta, de nuestra debilidad, de sus
sufrimientos ante el escarnio y la befa y el absolutismo de los poderes
públicos.
Hubo un sacudimiento general; despertó la opinión, y el
pueblo se ha dispuesto a romper las cadenas que le oprimían: por eso
vemos ese estallido de entusiasmo, esa explosión de sentimientos que a
todos nos unen en la llama vivificadora del patriotismo.
¡Desgraciados los pueblos que se hallan animados por el sensualismo! ¡Desgraciados los pueblos que no tienen ideales!
Por no tener ideales cayó la antigua Roma con toda su
corte de bajezas y de inmoralidades; por no tener ideales cayó el Perú
en la postración más abyecta; por no tener ideales Francia fue esclava
de los reyes y pasto de los palaciegos; por no tener ideales la
República Argentina ha sufrido la ignominiosa presidencia de Juárez!
Porque en momentos de angustia olvidamos estos sagrados
ideales, porque hicimos de nuestras comodidades materiales,
concentración de nuestros sentidos y aspiración única de nuestros
espíritus, nos hemos visto vejados, ultrajados y deshonrados en
nuestras afecciones más caras, sin que a duras penas asomase el sonrojo
en nuestras mejillas y palpitaran de vergüenza nuestros corazones.
Al fin miramos a nuestro rededor, consultamos nuestras
conciencias, levantamos nuestras frentes, sacudimos nuestro letargo,
nos inspiramos en nuestras convicciones, dirigimos los ojos hacia la
bandera de la patria, y el pueblo ha recuperado su dignidad y se haya
dispuesto a sostenerla, aleccionado por el pasado.
En esta regeneración política y social, el ejército ha hecho causa común con el pueblo.
El ejército está constituido para defender las leyes y las
instituciones, no para servir de pedestal a las tiranías; y por eso el
ejército, que es argentino, y por lo tanto patriota, al ser hollados
los fundamentos de la nacionalidad, al contemplar menospreciadas las
libertades y suspendidas todas las garantías, al ver mancillado cuanto
más noble y más digno y más santo conservan los códigos del país, al
vislumbrar la ruina moral y económica de la República, precipitada por
un hombre y una camarilla dueña y señora de vidas y haciendas, se
levantó en cumplimiento de su deber y fue a la lucha a pelear y a morir
por la causa del pueblo, que era su causa: ¡por la ley y por la
libertad!
Nos hallamos en los principios de la senda colocada frente
a nuestros ojos, y es necesario recorrerla hasta el fin, en todas sus
escabrosidades, a costa de todos los sacrificios, como corresponde a
nuestra historia y a nuestros antecedentes nunca desmentidos ni
manchados.
Dejad esa tendencia de esperarlo todo de los gobernantes y
grabad en vuestra conciencia la convicción de que este proceder rebaja
el nivel moral de los pueblos.
Cuando un hombre está en el poder, necesita el consejo, el
apoyo, el cariño y el aliento de sus gobernados, que han de ser sus
amigos, no sus vasallos; pero si ese hombre se olvida que se debe al
pueblo y no respeta derechos ni constituciones, ¡el pueblo tiene la
obligación de recordarle los deberes de la altura, e imponerle su
soberanía, si no por la razón, por la fuerza!
Comentarios
Publicar un comentario
Contanos tu experiencia Perspectivis