Editorial
(Cristianismo y Revolución Nº1)
EL
SIGNO REVOLUCIONARIO
Mientras
se siguen ensayando nuevas bombas y se refuerzan permanentemente los fondos
destinados al “progreso” de los presupuestos militares, mientras se sigue
“luchando” contra el hambre y la miseria empleando cada día mayores esfuerzos,
energías y vidas que ensanchan las fronteras de la explotación humana, del
materialismo capitalista y de la dominación violenta de los pueblos y
continentes del Tercer Mundo; se está consolidando en las conciencias de todos
los hombres la afirmación del nuevo signo de nuestro tiempo: la Revolución.
Nuestros
hermanos de Asia, África y América Latina, nuestros hermanos vietnamitas
masacrados por intentar su liberación, los negros de Sudáfrica tratados como
infrahumanos por un blanco que encontró la muerte de los tiranos, los negros
americanos sometidos a una integración humillante y a las peores condiciones de
vida, los blancos, los amarillos, los hombres del color del hambre y la
desesperación, todos —nosotros también— entramos decididamente en el camino de
la Revolución. Es nuestra hora. Es la última hora y la primera. La primera en
la lucha y en la esperanza.
El
mundo de las naciones cuyos índices señalan los mayores porcentajes de
enfermedad, ignorancia e infraconsumo, la explotación permanente y la violencia
blanca de las estadísticas —nuestro mundo— se enfrenta con el mundo de las
naciones del bienestar, la prosperidad, del derroche y del desarrollo
exclusivista que sigue siendo posible porque todavía se mantienen las
estructuras del colonialismo en todas formas simuladas del despojo económico,
de la penetración imperialista, de las guerras santas y las luchas ideológicas
a fin de eternizar esta situación internacional de injusticia y opresión.
Así
se da la verdadera división de los dos mundos : el que lucha por la dignidad
humana y su liberación integral, y el que lucha para perpetuar las condiciones
en que esa dignidad y liberación no puedan realizarse jamás. El Tercer Mundo es
el que se está gestando a partir de los procesos revolucionarios que se
intentan, que se malogran y que se realizan a través de una acción dura y
violenta pero profundamente humana a la cual nos incorporamos los cristianos
que vemos en ella, como vio Camilo Torres, “la única manera eficaz y amplia de
realizar el amor para todos”.
El
Tercer Mundo es el mundo de los revolucionarios. Las ideologías, los sistemas,
los responsables de la conducción histórica que no están ubicados en esta
dimensión, en este signo, quedan inexorablemente marginados del proceso y
necesitan entonces emplear con más fuerza que nunca la fuerza para tratar de
imponer a la realidad sus esquemas, sus violencias, sus odios, sus contenidos
definitivamente desbordados.
Ongania:
Un Testigo
Nos
toca incorporarnos a esta lucha como cristianos hambrientos y sedientos de
justicia en el momento nacional en que aparece también entre nosotros el signo
de la Revolución. No de la revolución oficial decidida por los comandantes
militares. No de la revolución cuyo jefe es designado por decreto en la persona
del T.G. Onganía. No de la revolución antinacional con su política de
“fronteras ideológicas” y “fuerzas de policía interamericana”; antipopular en
su línea económica liberal y empresaria; y antirevolucionaria por la carencia
absoluta de ideología y planificación para el cambio real y profundo de las
estructuras.
Onganía
no es por supuesto el “caudillo” que el pueblo esperaba y presentía. Onganía es
el testigo que el régimen engendró y que viene a dar testimonio de su muerte.
Viene a dar testimonio de su última carta, de su propio fin. Y porque es el
último testigo, Onganía es el enterrador de todo lo que estaba vencido, caduco,
terminado. Por eso se acabaron los partidos políticos, el parlamentarismo, la
negociación electoral. Además de dar testimonio, Onganía ilumina todo lo que en
la Nación ya no tenía sentido ni vigencia ni autenticidad: las conducciones
políticas y gremiales que venían traicionando al pueblo en nombre de un
liderazgo y de una estrategia que cada día se alejaba más de la toma del poder
y de la Revolución.
Con
mucha aparatosidad y mesianismo el golpe militar se llama a sí mismo
“revolucionario”. Más exacto sería llamarse “pre-revolucionario”, porque sin
duda su cometido será, con toda precisión y ejecutividad, allanar los caminos
hacia la verdadera Revolución. Onganía y sus mini-equipos así como son
cristianamente “pre-conciliares”, son políticamente “pre-revolucionarios”. Esa
es su “pre-histórica” dimensión y tarea.
El
golpe militar, a pesar de sus funcionarios beatos y su manifiesta vocación
clerical, tiene ya su primera víctima en el estudiante asesinado. Los
“cursillistas” deberán incorporar ahora a sus meditaciones este tópico de la
muerte violenta y absurda para consolidar el “orden”, la , “jerarquía”, el
“sentido de autoridad”. El golpe na comenzado a usar su única razón: la fuerza.
Su vocero oficial en Córdoba ya lamenta las “víctimas que vendrán”. Seguramente
los defensores de esta dictadura ensayarán ahora la tesis del “consentimiento
popular” frente a la represión, a la violencia y la muerte. Los muertos no
solamente no consienten, sino que señalan la protesta, la rebeldía y la lucha.
Felizmente
la Iglesia y el Cristianismo de 1966 no son lo mismo que en 1945 y 1955. El
Concilio, Juan XXIII y los Signos de los Tiempos no han pasado en vano. Por eso
el gobierno militar se equivocó cuando creyó que ciertas presencias, apoyos,
influencias y personas eran “toda la Iglesia” o “la Iglesia” simplemente.
Creyeron que la verticalidad de los mandos militares equivalía directamente a
la verticalidad de la Jerarquía: no conocen la madurez del Clero, ni la
libertad del Laicado, ni la renovación de la Doctrina, ni el compromiso y la
lucha del Cristianismo encarnado en las exigencias revolucionarias que nos toca
vivir. Ahora va a repetirse entre nosotros el esquema del Brasil, donde la
dictadura de Castelo Branco enfrenta y persigue a los Obispos y los cristianos
comprometidos con la lucha del pueblo por su pan y libertad. Helder Cámara, el
valiente Arzobispo del Nordeste, marca el rumbo al Episcopado Argentino y a
Latinoamérica en este tiempo de definiciones y testimonios.
TIEMPO
DE AVANZAR
¿Qué
sentido tiene para los cristianos su compromiso con la auténtica Revolución?
Los artículos que publicamos en este número responden claramente este
interrogante. Todos provienen deliberadamente del campo cristiano. Cada uno
aporta la particularidad de sus enfoques, de sus circunstancias, de las
personas que los escriben o que, como en el caso del Padre Camilo, lo firman
con su propia sangre.
Esto
es lo que pretendemos reflejar: el sentido, la urgencia, las formas y los
momentos del compromiso de los cristianos en la Revolución.
En
definitiva, para todos los revolucionarios, la opción del Ultimo Día del
Evangelio se nos presenta cada jornada como el imperativo fundamental, porque,
sencillamente, la Revolución que estamos necesitando es la única capaz de dar
de comer a los hambrientos, de dar casas a los que no tienen techo, de dar
salud a los que están enfermos, de dar dignidad a los despojados, de liberar a
los explotados, de incorporar a los sumergidos, de estabilizar a los qué viven
del miedo, de hacer felices a los que lloran, de dar la tierra a los mansos, de
recrear la fe en la vida y en los hombres, de realizar el mandamiento fraternal
por la solidaridad entre los pueblos.
Esta
Revolución, aunque a veces necesariamente violenta por la dureza del corazón,
no es desesperada: es la única manera de rescatar para la Humanidad la
Esperanza y el Amor.
Ya
estamos en camino.
JUAN
GARCÍA ELORRIO
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