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Buenos Aires ha presenciado varias huelgas, donde los
obreros, en defensa de lo que creían su derecho, abandonaron el trabajo para
lograr, por ese medio, resultado; a veces también, en la exaltación, se empleó
la violencia, pero una huelga sangrienta, como ya que hemos tenido que tolerar,
eso nadie lo hubiera imaginado, ni puede atribuirse a trabajadores.
La causa de que se hayan producido demasías a las que no
estábamos acostumbrados, y de que la violencia se haya llevado al extremo, ha
sido porque a este movimiento se han mezclado, no ya obreros que pugnan por
imponer un pliego de condiciones, o socialistas que desean hacer triunfar lo
que creen su buena causa, sino ese elemento sin patria que aunque constituye
por fortuna, minoría, quiso imponerse por la violencia; nos referimos a los
maleantes, esos hombres ajenos a toda disciplina social, y extraños también a
toda organización obrera. A ellos únicamente debemos los días de incertidumbre
porque ha pasado nuestra capital. Los mismos socialistas así lo declararon,
lanzando un manifiesto, y la Federación Obrera Regional Argentina Sindicalista,
aceptando un temperamento conciliador ante el Poder Ejecutivo, y dando la
huelga por terminada.
Urge que los elementos sanos del país nos pongamos en
guardia contra ciertos exaltados, que aprovechando de cualquier desavenencia
entre patrones y obreros, ejercen presión para llevar las cosas a la violencia
y cometer desmanes que repugnan a todo hombre honrado.
El derecho de petición es justo; pero el de imposición que
los ácratas propalan, no puede aceptarse de ningún modo. Creemos que el
gobierno tomará medidas oportunas para curarnos de esta plaga que estamos
padeciendo. El honor del país así lo exige.
La crónica de los hechos nos la han referido los diarios,
pero dada la situación anormal porque hemos pasado, ella ha sido muchas veces
deficiente. Nosotros, periodistas gráficos, y obligados por lo tanto a
presentar los hechos de una manera gráfica, hemos tenido que hacer verdaderos
esfuerzos para multiplicarnos y encontrarnos allí donde la información nos
señalaba una nota interesante, y ello teniendo que improvisar medios de
locomoción, y tanto en automóvil, en motocicleta o de a pie, armados de
nuestras máquinas fotográficas, hemos ido recorriendo los lugares más lejanos
de la ciudad para impresionar nuestras placas. Ello nos costó más de un
disgusto; por dolorosa experiencia sabemos que los huelguistas revolucionarios
son enemigos de la fotografía, pero la profesión tiene exigencias y como
nosotros no podemos hacer periodismo por versiones, tuvimos que ser heroicos
por fuerza y atrevernos a todo para presentar una serie de fotografías interesantes,
que esperamos que nuestros lectores apreciarán, pues representa un esfuerzo
grande, dado el estado de anormalidad para conseguirse medios de locomoción, y
de hallar fotógrafos dispuestos a mezclarse con su máquina en lugares donde la
vida estaba expuesta a cada momento.
Un dato corroborará cuanto decimos: En el momento del
incendio de los talleres de Vasena, uno de nuestros muchos fotógrafos, después
de haber impresionado buen número de placas, fue obligado por un grupo de
pseudo huelguistas, no sólo a entregar su máquina, sino también los pesos que
llevaba. Su llegada a la redacción, en lastimoso estado, nos apenó grandemente;
pero él, más que los golpes, sentía haber perdido su nota gráfica.
A los demás émulos de Daguerre, tuvimos la suerte de verlos
llegar, cansados y destrozados por las enormes caminatas, dignas de campeones
de pedestrismo a que habían tenido que someterse, pero orgullosos por el
triunfo alcanzado.
A muchos les favoreció la suerte, otros no la tuvieron
tanto; pero entre todos aportaron un bien contingente como para que el público
pueda apreciar todas las fases del triste drama en que ha estado envuelta la
ciudad.
Esto, en cuanto a lo que se refiere a nuestros repórters
fotográficos, pero en lo que respecta a nuestros redactores, a quienes también
lanzamos de sabuesos a que recogieran noticias y las comunicasen a la redacción
para mandar allí un fotógrafo, nos trajeron versiones curiosas. En la Avenida
de Mayo. El ruido que produjo el cierre de una cortina metálica, el miedo hizo
que se confundiera con la descarga de una ametralladora, y provocó un
"sálvese quien pueda".
En los grupos que se formaban, no faltaba un incansable
charlatán, que poseía el modo de terminar con el movimiento en pocas horas.
El público se mostraba impresionado por todo, las mentiras
circulaban a más y mejor: éste había visto quemar un convento; aquél otro; el
de más allá, otro también; y aunque se trataba del mismo, para los efectos de
la gente, resultaban quemados todos los conventos de la ciudad, y ello ocurría
porque los que aseguraban tal cosa, no lo habían visto, sino recogido la
versión sin tener antes la precaución de enterarse del lugar del siniestro. En
fin, que los alarmistas dado el estado de ánimo del público, hallaron el terreno
propicio para propalar sus exageraciones. La prueba es, que muchas versiones
que circularon, tratamos de comprobarlas y resultaron falsas. […]
Pero haciendo un relato de los hechos, diremos que la chispa
que ha provocado el incendio, y que ha servido de pretexto para alarmar a
Buenos Aires, fue ocasionada porque los obreros de Vasena, que estaban en
huelga, se opusieron a que otros continuaran el trabajo, y según versiones, por
tiros disparados de la fábrica, murieron unos obreros. Esto dio motivo para
tomar represalias y exaltó a todos los obreros, decretando, por consecuencia,
los gremios, la huelga general.
El día 9, en ocasión de ser conducidas las víctimas a la
Chacarita, se presentaron los ácratas al sepelio, armados de garrotes y
profiriendo gritos destemplados. La policía intervino, queriendo contener los
más violentos, pero al pasar el cortejo por los talleres de Vasena, fue
imposible, y los anarquistas aprovecharon para quemar la fábrica, lo que se quiso
impedir a todo trance.
Un grupo de diez mil obreros, continuó hasta el cementerio.
Allí, algunos exaltados por los hechos presenciados, y por los discursos de los
anarquistas que los incitaron a la violencia, se lanzaron a cometer desmanes,
los que al ser repelidos por la fuerza pública, ocasionaron gran número de
víctimas.
![]() |
Traslado de las víctimas de la represión hacia Chacarita |
Desde ese instante, la huelga fue francamente
revolucionaria, y los rebeldes no permitieron la circulación, quemando
tranvías, carros, automóviles y obligando a todo el comercio a un cierre
forzoso.
El Poder Ejecutivo se vio en la necesidad de tomar medidas y
pidió fuerzas de línea para guardar la ciudad de atropellos que cometían los
exaltados.
Hubo choques en todos los barrios obreros de la ciudad,
llegando a levantarse barricadas, desde las que se hacía fuego contra los
bomberos y vigilantes, armados de fusiles y revólveres.
Por fortuna, el movimiento no estaba organizado, y fue
posible atajar el mal, por medio de las tropas. El domingo 12, a pesar de ser
día de descanso obligatorio, la población se sentía tan feliz, después de los
días de ansiedad transcurridos, que desde por la mañana llenaba las calles y al
adquirir la seguridad de que el movimiento de desorden estaba circunscripto a
barrios extremos, y ya vencidos los elementos maleantes que se habían cobijado
bajo la bandera obrera para entregarse a excesos condenables, todo el mundo se
felicitaba y fraternizaba con los soldados y vigilantes que habían sabido
protegerlos y les demostraban su agradecimiento de todas maneras, aplaudiendo
su acción y tratando de hacerles lo más llevadero posible la penosa tarea,
facilitando alimentos y bebida a los vigilantes de facción en los diversos
establecimientos públicos.
Cuando empezaron, a las 9 de la mañana, a circular los tranvías,
poniendo en la calle su simpática nota de normalidad, los viajeros daban
seguridad a los guardias y motoristas, de defenderlos y hacer causa común con
ellos si elementos extraños a nuestro ambiente pretendían atacarlos, lo que no
sucedió, a pesar de no estar protegidos los coches por fuerza armada.
Solamente las líneas 22 y 74, tardaron en circular por temor
a incidentes en los barrios de Boca y Barracas, donde todavía resistían al
orden algunos elementos maleantes que no tenían nada que ver ni con obreros ni
con trabajadores, sino que buscaban confusión para medrar con sus instintos
perversos.
El público no ha hecho sino confirmar con su protesta
unánime la absoluta falta de previsión del Intendente Municipal, que no ha
estado ni un solo instante a la altura de su misión — ni limpieza ni orden en
sus servicios, nada, sino abandono — las calles en un estado imposible. Las
basuras arrojadas a la calzada, recién el domingo a mediodía se empezó a
recogerlas en el centro, cuando el proceso de fermentación había convertido
cada montón de desperdicios en un foco infecto.
[…] Por todas partes se hallaban grupos que comentaban los
sucesos; todo llamaba la atención: el paso de un carro de carne, un cochero que
tomaba viaje, un almacén que se abría, cualquier hecho, por insignificante que
fuera, resultaba novedoso.
No faltaron tampoco los curiosos que deseaban comprobar si
las crónicas de los sucesos, hecha por los diarios era fiel, y se iban a
averiguar: si en tal edificio existían los balazos, si en tal calle quedaban
restos de barricadas, y si la basura de las calles había sido recogida, y
cuando satisfacían su curiosidad, lanzaban un suspiro de alivio; su ciudad, su
Buenos Aires, estaba afortunadamente intacta, y podía pasearse por ella sin
temor a tropezar con una bala perdida.
[…] Algunos, en su afán de exagerar, creían que había
llegado el apocalipsis. […]
Debemos confesar que muchos perdieron la cabeza y, por lo
tanto, no pudieron reflexionar que no era posible, que una ciudad de cerca de
dos millones de habitantes, pudiese caer en manos de unos forajidos.
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