Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio, siendo Secretario de Trabajo y Previsión. 25 de Agosto de 1945
Señores: En primer término, agradezco la oportunidad que me
brinda la Cámara de Comercio para exponer algunos asuntos que conciernen en
forma directa a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Al hacerlo no he querido
escribir cuanto voy a exponer, a fin de animar esta conversación, descartando
la lasitud natural de las lecturas, para buscar una mayor comprensión y
facilitar un entendimiento entre los intereses que juegan en el orden social,
que la Secretaría de Trabajo y Previsión está encarando. En ese sentido me trae
hasta aquí un sentimiento leal y una absoluta sinceridad.
Mis palabras si no están calificadas por grandes conocimientos,
lo están, en cambio, por una absoluta sinceridad y un patriotismo totalmente
desinteresado que puede descartar cualquier mala comprensión de todo cuanto voy
a decir.
La Secretaría de Trabajo y Previsión entiende que la
política social de un país comprende integralmente todo lo humano con relación
a los diversos factores del bienestar general. Siendo así, muchos, posiblemente
equivocados sobre todo cuanto yo he dicho en el orden social, se han permitido
calificarme de distintas maneras. Yo he interpretado cada una de estas
calificaciones; las he sopesado y he llegado a esta conclusión: de un lado, me
han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo lo
que me da la verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio
que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Pienso que el problema social se resuelve de una sola
manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las
clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización
perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por
todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un
verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una
riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y
ése es el peligro que viéndolo, trata de evitar por todos los medios la
Secretaría de Trabajo y Previsión.
El Estado moderno evoluciona cada día más en su gobierno para
entender que éste es un problema social. Ésa es la enseñanza del mundo. Vemos
una evolución permanente en todas las agrupaciones humanas, que desde cincuenta
años hasta el presente vienen acelerando de una manera absoluta e inflexible
hacia una evolución social de la humanidad que antes no había sido conocida.
Cerrar los ojos a esa realidad, es esconder la cabeza dejando el cuerpo afuera,
como hacen los avestruces de la pampa.
Es necesario reaccionar contra toda miopía psicológica;
penetrar los problemas; irlos a resolver de frente. Los hombres que no hayan
aprendido a decir siempre la verdad y a encarar la vida de frente, suelen tener
sorpresas desagradables. Nosotros, afirmados sobre tales premisas, buscamos
soluciones, soluciones argentinas para el panorama argentino y para el futuro
argentino, que es el que más interesa al gobierno.
Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una
verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en
seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años,
cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos
en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Massini y
la de León XIII proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer
esa lucha inútil, que como toda lucha no produce sino destrucción de valores.
Sería largo y quizás inútil por conocidas, que comentásemos
aquí esas doctrinas, como las del cristianismo liberal o como las del
cristianismo democrático que encierra doctrinas más o menos parecidas; pero
viendo el panorama inútil, sería suficiente pensar que si seguimos en esta
lucha en que la humanidad ha visto empeñadas sus fuerzas productoras, hemos de
llegar a una crisis que fatalmente se ha de producir, como ya se ha producido
en otros países, con mayor o menor violencia. Pero no hemos de esperar que ese
ejemplo tengamos que sentirlo, en carne propia, bien que esa experiencia suele
ser el maestro de los necios. Es mejor tomar la experiencia en la carne ajena y
en este sentido, tenemos ya una larga experiencia.
El abandono por el Estado de una dirección racional de una
política social, cualquiera que ella sea, es sin duda el peor argumento porque
es el desgobierno y la disociación paulatina y progresiva de las fuerzas
productoras de la Nación. En mi concepto, ésa ha sido la política seguida hasta
ahora. El Estado, en gran parte, se había desentendido del problema social, en
lo que él tiene de trascendente, para solucionar superficialmente los
conflictos y problemas parciales. Es así que el panorama de la política social
seguida representa una serie de enmiendas colocadas alrededor de alguna ley,
que por no haber resultado orgánicamente la columna vertebral de esa política
social, se ha resuelto parcialmente el problema, dejando el resto totalmente
sin solución.
Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un
panorama peligroso, porque la masa más peligrosa, sin duda, es la inorgánica.
La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor
organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en
todos los órdenes. La falta de una política social bien determinada ha llevado
a formar en nuestro país esa masa amorfa. Los dirigentes son, sin duda, un
factor fundamental que aquí ha sido también totalmente descuidado. El pueblo
por sí, no cuenta con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para
que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras argentinas, y cuál
podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba
en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser
argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior.
Esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura
general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos
agitadores profesionales extranjeros. Para hacer desaparecer de la masa ese
grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres soluciones: primero,
engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que vendrán, pero
que nunca llegan; segundo, someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones,
señores, llevan a posponer los problemas, jamás a resolverlos.
Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación
de las masas, y ella es la verdadera justicia social en la medida de todo
aquello que sea posible a la riqueza de su país y a su propia economía, ya que
el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en
razón directa de la economía nacional. Ir más allá, es marchar hacia un
cataclismo económico; quedarse muy acá, es marchar hacia un cataclismo social;
y hoy, esos dos extremos, por dar mucho o por no dar nada, como todos los
extremos, se juntan y es para el país, en cualquiera de los dos casos, la ruina
absoluta.
No deseo fatigar a los señores con una exposición
doctrinaria sobre todas estas cuestiones que conocen mejor que yo. He querido
solamente presentar, diremos así, una concepción teórica de conjunto, para
analizar a la luz de esas verdades que todos conocemos, la situación en el
campo obrero en el momento en que la Revolución del 4 de Junio se producía.
Las fuerzas obreras estaban formadas en sindicatos en forma
más o menos inorgánica. El personal que prestaba servicios en las fábricas,
alguno estaba afiliado a los sindicatos, y otro no lo estaba; pero muchos
sindicatos contaban con un 40 por ciento de dirigentes comunistas o
comunizantes. A los tres meses de producirse la Revolución, nosotros, que
observamos vigilantes el panorama obrero, tropezamos con la primera amenaza,
consistente en una huelga general revolucionaria. El Ministerio de Guerra, que
había obtenido su información por intermedio de su servicio secreto, fue el que
tomó en forma directa la onda, la fijó más o menos, estudió el panorama, y
cuando pensó en llegar a una solución, estábamos a tres o cuatro días de esa
huelga que debía producirse irremisiblemente. Reunimos los dirigentes, como
aficionados, ya que no teníamos ningún carácter oficial. Hablamos con ellos;
los hombres estaban decididos. Esto representaba no un peligro, pero sí una
posibilidad de tener que luchar. Indudablemente eso repugna siempre al espíritu
el tener que salir a pelear en la calle con el pueblo, cosa que solamente se
hace cuando no hay más remedio y cuando la gente quiere realmente la guerra
civil. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que llegar a ella; y entonces la
lucha es la suprema razón de la disociación.
Pero este caso pudo posponerse por una semana, lo que nos
dio la posibilidad de accionar en forma directa sobre otros sindicatos que no
estaban de acuerdo, sino por presión, porque sabemos bien que los dirigentes
rojos trabajan a las masas, no sólo por persuasión, sino más por intimidación.
En esas condiciones nos fue posible tomar el panorama obrero y elevarlo; pero,
indudablemente, el Departamento de Trabajo demostró en esa oportunidad no ser
el organismo necesario para actuar, porque los obreros no querían ir al
Departamento de Trabajo de esa época, que había perdido delante de ellos todo
su prestigio como organismo estatal, ya que en la solución de sus propios
problemas, ellos no encontraron nunca el apoyo decidido y eficaz que tenía la
obligación de prestar a los trabajadores. Por eso, con un organismo
desprestigiado, no solamente se perjudica a la clase trabajadora, sino que él
es germen del levantamiento de la masa, que en ninguna parte se encuentra
escuchada, comprendida y favorecida. Eso me dio la idea de formar un verdadero
organismo estatal con prestigio, obtenido a base de buena fe, de leal
colaboración y cooperación, de apoyo humano y justo a la clase obrera, para que
respetado, y consolidado su prestigio en las masas obreras, pudiera ser un
organismo que encauzara el movimiento sindical argentino en una dirección; lo
organizase o hiciese de esta masa anárquica, una masa organizada, que
procediese racionalmente, de acuerdo con las directivas del Estado. Ésa fue la
finalidad que, como piedra fundamental, sirvió para levantar sobre ella la
Secretaría de Trabajo y Previsión.
Para evitar que ella cayese nuevamente en el mal anterior,
en esa burocracia estática que hace ineficaces casi todas las organizaciones
estatales, porque están siempre 5 kilómetros detrás del movimiento, organizamos
sobre esa burocracia un brazo activo que se llamó Acción Social Directa, que va
a la calle, toma el problema, lo trae y lo resuelve en el acto; y en tres días
se tiene establecido un acuerdo entre patrones y obreros, el que después se
protocoliza en pocas horas, en un convenio que firman ambas partes de acuerdo,
y se pasa a ejecución.
Esa sería para el porvenir la base de experiencia, que es la
unión real, la base empírica sobre la cual había de conformarse en el futuro un
verdadero código de trabajo, al contrario de aquellos que se decidieron siempre
por emplear el método idealista e hicieron códigos de trabajo, muchos de los
cuales no fueron leídos más que por el autor y algunos de sus familiares, pero
que en el campo real de las actividades del trabajo no tuvieron nunca
aplicación en ningún caso.
Hombres de excelente voluntad como el doctor Joaquín V.
González, de extraordinario talento, escribieron una admirable obra que no ha
sido aplicada jamás, porque es un método ideal. Nosotros vamos por el camino
inverso; vamos a establecer tantos convenios bilaterales, tantos convenios con
comisiones paritarias de patrones y obreros, que nos den racionalmente lo que
cada uno quiere y puede dar en ese sentido de transacción que se hace en las
mesas de las comisiones de la Secretaría de Trabajo y Previsión, para llegar a
un punto de apoyo sobre el cual moveremos en el futuro todas las actividades
del trabajo argentino.
Nosotros, señores, vamos trabajando sobre un sentido
constructivo, que podrá ser lento, que podrá equivocarse, pero que se
realizará, al contrario de todas las teorizaciones imaginarias que nunca se
realizaron. Es así que la Secretaría de Trabajo y Previsión propició desde el
principio un sindicalismo gremial.
Sobre esta cuestión del sindicalismo existen prejuicios de
los más arraigados, pero que no resisten al menor análisis. Todavía hay hombres
que se asustan de la palabra sindicalismo.
Ello me hace recordar a esos chicos que para hacerlos dormir
a la noche, les hablan del “hombre de la bolsa” y que luego, cuando tienen
treinta años, si les nombran “el hombre de la bolsa”, se dan vuelta asustados,
aun cuando saben que ese hombre no existe.
Con el sindicalismo pasa lo mismo. Hay personas que por un
arraigado y viejo prejuicio, se asustan de él; y lo que es más notable, hay
algunos patrones que se oponen a que sus obreros estén sindicalizados, aunque
ellos, desde el punto de vista patronal, forman sindicatos patronales.
Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un
perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la
forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros, que su sociedad
patronal que lo representa luche con la sociedad obrera que representa al
gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha.
Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales,
aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir
sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo
que analizado, es de una absoluta justicia. A nadie se le puede negar el
derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o
individuales: ni al patrón, ni al obrero. Y el Estado está en la obligación de
defender una asociación como la otra, porque le conviene tener fuerzas
orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que
escapan a su dirección y a su control. Por eso nosotros hemos propiciado desde
allí un sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial. No queremos que
los sindicatos estén divididos en fracciones políticas, porque lo peligroso es,
casualmente, el sindicalismo político.
Sindicatos que están compuestos por socialistas, comunistas
y otras agrupaciones terminan por subordinarse al grupo más activo y más
fuerte. Y un sindicato donde cuenta con hombres buenos y trabajadores, va a
caer en manos de los que no lo son: hombre que formando un conjunto
aisladamente, no comulgarían con esas ideas anárquicas. De ahí que es necesario
que todos comprendan que estas cuestiones, aun cuando algunos consideran al
sindicalismo una mala palabra, en su finalidad, son siempre buenas, porque
evita, casualmente, los problemas creados y que son siempre artificiales.
Por cada huelga producida naturalmente, hay cinco producidas
artificialmente, y ellas lo son por masas heteróditas, que tienen dirigentes
que no responden a la propia masa. En permitir y aun en obligar a los gremios a
formar sindicatos, radica la posibilidad de que los audaces que medran a sus
expensas puedan apoderarse de la masa y obren en su nombre en defensa de
intereses siempre inconfesables.
Antes de entrar en el tema, me he de referir a otra de las
cuestiones. Se ha dicho que en la Secretaría de Trabajo y Previsión, hemos
perjudicado a tales o cuales fuerzas. La Secretaría de Trabajo y Previsión
responde a una concepción que expuse desde el primer momento; en aquélla no se
produce ningún acuerdo, ningún arreglo por presión, sino por transacción entre
obreros y patrones. Nosotros no hemos llegado a establecer ningún decreto,
ninguna resolución que no haya sido perfectamente aceptada en nuestras mesas
por obreros y patrones. Ya hemos realizado más de cien convenios colectivos,
respecto de los cuales no puede haber un solo patrón ni un solo obrero que
pueda sostener con justicia que nosotros no hemos consultado y llegado a esos
convenios y acuerdos, por transacciones bilaterales entre ellos, arregladas por
nosotros que ocupamos la cabecera para evitar que intercambien palabras y
discusiones inoportunas. Nosotros allí, haciendo de verdaderos jueces
salomónicos, ayudamos la transacción: unos dicen diez centavos; otros solicitan
veinte centavos, porque el patrón siempre quiere dar menos y el obrero siempre
pide más.
Muchos de los señores que están aquí habrán asistido a
nuestro trabajo. En ese sentido, vamos realizando una justicia distributiva y
evitando que esto que puede ser un negocio transaccional, se transforme en una
huelga con tiros, y en tantas cosas desagradables.
Lo que yo puedo decir es que desde que la Secretaría de
Trabajo y Previsión se halla en funcionamiento, no se ha producido en el país
ninguna huelga duradera, ni ninguna ha resistido más de cuarenta y ocho horas
y, excepcionalmente, alguna de ellas ha durado varios días. Eso en casi ocho
meses de trabajo. Hacia esa finalidad marcha la Secretaría de Trabajo y
Previsión.
Creo, señores, que en cuanto se refiere a su acción, la
Secretaría de Trabajo y Previsión no puede presentar ningún inconveniente, ni
para el capital ni para el trabajo. Procedemos a poner de acuerdo al capital y
al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado, que también
cuenta con esos convenios, porque es indudable que no hay que olvidar que el
Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene también allí su
parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro.
Cuando fuera necesario salvar el bien común a expensas del
mal de algún otro, creo que ningún hombre de gobierno puede apartarse de eso
que representa para mí la conveniencia y la justicia del Estado. Bien, señores.
No he de decir que la Secretaría de Trabajo y Previsión se encuentra en este
momento en un lecho de rosas, pero sí puedo asegurarles que mediante una
captación progresiva de las masas, que consideran a aquella casa como la
propia, ha acarreado al bien social muchas conquistas y muchas victorias. Creo
más: estimo que el futuro será cada vez mejor por los beneficios incalculables
que la organización gremial va a dar al país para su orden interno, para su
progreso y para su bienestar general.
Yo invitaría a los señores a que reflexionen –como ya lo he
hecho anteanoche, cuando se susurraba que iban a producirse desórdenes en la
calle– acerca de cuál habría sido el espectáculo de estos días, si hace ocho
meses no hubiéramos pensado en buscar una solución a esa desorbitación natural
de las masas. Probablemente habría sido otro. La Secretaría de Trabajo y
Previsión ha ido a investigar cuántos obreros había detenidos, y puedo afirmar
que sin su creación, no hubiéramos tenido la enorme satisfacción de saber que
entre todos esos detenidos existe solamente un obrero, perteneciente al sindicato
de la construcción. Ningún otro obrero ha sido detenido por los incidentes y
desórdenes callejeros.
No sé si seré optimista, como son optimistas todos los
padres con sus hijos, pero sabemos nosotros muy bien que hasta ahora la
Secretaría de Trabajo y Previsión ha llenado una función de gran eficacia para
la tranquilidad pública.
Pueden venir días de agitación. La Argentina es un país que
no está en la estratosfera; sino que está viviendo una vida de relación; de
manera que las ideologías que aquí se discuten, no se decidirán en la República
Argentina, sino que ya se están decidiendo en los campos europeos; y esa
influencia será tan grande para el futuro, que la veremos crecer
progresivamente hasta producir hechos decisivos que pueden ir desde el grito de
“Viva Esto” y “Viva lo Otro” hasta la guerra civil.
Está en manos de nosotros hacer que la situación termine
antes de llegar a ese extremo, en el cual todos los argentinos tendrán algo que
perder, pérdida que será directamente proporcional con lo que cada uno posea:
el que tenga mucho lo perderá todo, y el que no tenga nada, no perderá. Y como
los que no tienen nada son muchos más que los que tienen mucho, el problema
presenta en este momento un punto de crisis tan grave como pocos pueden
concebir.
El mundo está viviendo un drama cuyo primer acto, 1914-1918,
lo hemos vivido casi todos nosotros; hemos vivido también el segundo acto, a
cuya terminación asistimos; pero nadie puede decir si después de este acto
continúa el epílogo o si vendrá un tercer acto que prolongará quién sabe aún
por cuánto tiempo este drama de la humanidad.
Lo que la República Argentina necesita es entrar bien
colocada en ese epílogo que puede producirse ya, o que si no se produce y se
entrara en un tercer acto, exigirá estar aún mejor preparada.
Vivimos épocas de decisiones, y quien no esté decidido a
afrontarlas, sucumbirá irremisiblemente. ¿Cuál es el problema que a la
República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo
social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión de bien,
porque sabemos –y la experiencia de España es bien concluyente y gráfica a este
respecto– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y, en
el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran
inicialmente poseedoras; vale decir que los hombres, después de un hecho de esa
naturaleza, han de pensar que todo se ha perdido. Si así sucede, ojalá se
pierda todo, menos el honor.
Es indudable que siendo la tranquilidad social la base sobre
la cual ha de dilucidarse cualquier problema, un objetivo inmediato del
Gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos
los medios un posible cataclismo de esta naturaleza, ya que si él se produjera,
de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes poseídos, los campos, ni
los ganados. Sobre esto, señores, es inútil, totalmente inútil teorizar; hay
que ir a soluciones realistas: primero, solucionar este problema; luego
pensaremos en los otros, porque fallar en esta solución, representa fallar
integralmente para el país.
Dentro de este objetivo, fundamental e inmediato, que la
Secretaría de Trabajo y Previsión persigue, radica la posibilidad de evitar el
cataclismo social que es probable, no imposible. Basta conocer cuál es el
momento actual que viven las masas obreras argentinas, para darse cuenta si ese
cataclismo es o no probable. La terminación de la guerra agudizará de una
manera extraordinaria ese problema, y América será, sin duda, el juego de
intereses tan poderosos como no lo han sido en la historia ningún país de este
lado del Ecuador antes de ahora.
El capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra,
en este segundo acto del drama, un golpe decisivo. El resultado de la guerra
1914-1918 fue la desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia.
Pero engendró en nuevas doctrinas más o menos parecidas a las doctrinas rusas,
otros países que fueron hacia la supresión del capitalismo. En esta guerra, el
país capitalista por excelencia quedará como un país deudor en el mundo,
probablemente, mientras que toda la Europa entrará dentro del anticapitalismo
panruso. Esto es lo que ya se puede ir viendo, y diría que no es nuevo ni es
tampoco de los comunistas, sino que es muy anterior a ellos. En América quedarán
países capitalistas, pero en lo que concierne a la República Argentina, sería
necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su
periferia presenta las mismas condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile
es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo de acción de hace años; en
Bolivia, a los indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como
viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido
contrario al nuestro; Uruguay, con el “camarada” Orlof, que está en este
momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al
terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso cuál será la
situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro
territorio se produzca una paralización y probablemente una desocupación
extraordinaria; mientras desde el exterior se filtre dinero, hombres e
ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal, y dentro de
nuestra organización del trabajo.
Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta
de cuáles pueden ser las proyecciones, y de cuáles pueden ser las situaciones
que tengamos todavía que enfrentar en un futuro muy próximo. Por lo pronto,
presentaré un solo ejemplo para que nos demos cuenta en forma más o menos
gráfica de cuál es la situación de la República Argentina en ese sentido.
Yo he estado en España poco después de la guerra civil y
conozco mi país después de haber hecho muchos viajes por su territorio. Los
obreros españoles, inmediatamente antes de la guerra civil, ganaban salarios
superiores, en su término medio general, a los que se perciben actualmente en
la República Argentina; no hay que olvidarse de que en nuestro territorio hay
hombres que ganaban 20 centavos diarios; no pocos que ganaban doce pesos por
mes; y no pocos, también, que no pasaban de treinta pesos por mes, mientras los
industriales y productores españoles ganaban el 30 o 40 por ciento. Nosotros
tenemos en este momento – ¡Dios sea loado, ello ocurra por muchos años! –
industriales que pueden ganar hasta el 1.000 por ciento. En España se explicó
la guerra civil. ¿Qué no se explicaría aquí si nuestras masas de criollos no
fuesen todo lo buenas, obedientes y sufridas que son?
He presentado el problema de España antes de referirme al
problema argentino. La posguerra traerá, indefectiblemente, una agitación de
las masas, por causas naturales; una lógica paralización, desocupación,
etcétera, que combinadas producen empobrecimiento paulatino. Ésas serán las
causas naturales de una agitación de las masas, pero aparte de estas causas
naturales, existirán también numerosas causas artificiales, como ser: la
penetración ideológica, que nosotros hemos tratado en gran parte de atenuar;
dinero abundante para agitar, que sabemos circula ya desde hace tiempo en el
país, y sobre cuyas pistas estamos perfectamente bien orientados; un
surgimiento del comunismo adormecido, que pulula como todas las enfermedades
endémicas dentro de las masas; y que volverá, indudablemente, a resurgir con la
posguerra, cuando los factores naturales se hagan presentes.
En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el
Consejo de posguerra, que está preparando un plan para evitar, suprimir, o
atenuar los efectos, factores naturales de la agitación; y que actúa también
como medida de gobierno para suprimir y atenuar los factores artificiales; pero
todo ello no sería suficientemente eficaz, si nosotros no fuéramos directamente
hacia la supresión de las causas que producen la agitación como efecto.
Es indudable que en el campo de las ideologías extremas,
existe un plan que está dentro de las mismas masas trabajadoras; que así como
nosotros luchamos por proscribir de ellas ideologías extremas, ellas luchan por
mantenerse dentro del organismo de trabajo argentino. Hay algunos sindicatos
indecisos, que esperan para acometer su acción al medio, que llegue a formarse;
hay también células adormecidas dentro del organismo que se mantienen para
resurgir en el momento en que sea necesario producir la agitación de las masas.
Existen agentes de provocación que actúan dentro de las
masas provocando todo lo que sea desorden; y además de eso, cooperando
activamente, existen agentes de provocación política que suman sus efectos a
los de agentes de provocación roja, constituyendo todos ellos coadyuvantes a
las verdaderas causas de agitación natural de las masas.
Ésos son los verdaderos enemigos a quienes habrá que hacer
frente en la posguerra, con sistemas que deberán ser tan efectivos y radicales
como las circunstancias lo impongan.
Si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la
lucha es violenta, los medios de supresión serán también violentos. El Estado
no tiene nada que temer cuando tiene en sus manos los instrumentos necesarios
para terminar con esta clase de agitación artificial; pero, señores, es
necesario persuadirse de que desde ya debemos ir encarando la solución de este
problema de una manera segura. Para ello es necesario un seguro y reaseguro. Si
no estaremos siempre expuestos a fracasar. Este remedio es suprimir las causas
de la agitación: la injusticia social. Es necesario dar a los obreros lo que
éstos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente, a lo que
ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse, pasando a ser éste más un
problema humano y cristiano que legal. Es necesario saber dar un 30 por ciento
a tiempo que perder todo a posteriori.
Éste es el dilema que plantea esta clase de problemas.
Suprimidas las causas, se suprimirán en gran parte los efectos; pero las masas
pueden aún exigir más allá de lo que en justicia les corresponde, porque la
avaricia humana en los grandes y en los chicos no tiene medidas ni límite.
Para evitar que las masas que han recibido la justicia
social necesaria y lógica no vayan en sus pretensiones más allá, el primer
remedio es la Archivo histórico http://archivohistorico.educ.ar 13 organización
de esas masas para que, formando organismos responsables, organismos lógicos y
racionales, bien dirigidos, que no vayan tras la injusticia, porque el sentido
común de las masas orgánicas termina por imponerse a las pretensiones
exageradas de algunos de sus hombres. Ése sería el seguro, la organización de
las masas. Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria
para que cuando esté en su lugar nadie pueda salirse de él, porque el organismo
estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza ponga las
cosas en su quicio y no permita que salgan de su cauce.
Ésa es la solución integral que el Estado encara en este
momento para la solución del problema social. Se ha dicho, señores, que soy un
enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo que les acabo de decir no
encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la
defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de
los comerciantes, es la defensa misma del Estado. Sé que ni las corrientes
comerciales han de modificarse bruscamente, ni se ha de atacar en forma alguna
al capital, que, con el trabajo, forma un verdadero cuerpo humano, donde sus
miembros han de trabajar en armonía para evitar la destrucción del propio
cuerpo.
Siendo así, desde que tomé la primera resolución de la
Secretaría de Trabajo y Previsión, establecí clara e incontrovertiblemente que
esta casa habría de defender los intereses de los obreros, y habría de respetar
los capitales, y que en ningún caso se tomaría una resolución unilateral y sin
consultar los diversos intereses, y sin que los hombres interesados tuvieran el
derecho de defender lo suyo en la mesa donde se dilucidarían los conflictos
obreros. Así lo he cumplido desde que estoy allí y lo seguiré cumpliendo
mientras esté.
También he defendido siempre la necesidad de la unión de
todos los argentinos, y cuando digo todos los argentinos, digo todos los
hombres que hayan nacido aquí y que se encuentren ligados a este país por
vínculos de afecto o de ciudadanía. Buscamos esa unión porque entendemos que
cualquier disociación, por insignificante que sea, que se produzca dentro del
país, será un factor negativo para las soluciones del futuro; y si esa
disociación tiene grandes caracteres, y este pueblo no se une, él será el autor
de su propia desgracia, porque es indudable, señores, que si seguimos jugando a
los bandos terminaremos por pelear, y es indudable también, que en esa pelea
ninguno tendrá qué ganar sino todos tendrán qué perder, y es evidente que en
este momento se está jugando con fuego. Lo saben ustedes, lo sé yo y lo sabe
todo el país. Nosotros somos hombres profesionales de la lucha, 14 somos
hombres educados para luchar, y pueden tener ustedes la seguridad más absoluta
de que si somos provocados a esa lucha, iremos a ella con la decisión de no
perderla. Por eso digo que antes de embarcar al país en aventuras de esta
naturaleza, conviene hacer un llamado a todos los argentinos de buena voluntad,
para que se unan, para que dejen de lado rencores de cualquier naturaleza, a
fin de salvar a la Nación, cuyo destino futuro no está tan salvaguardado como
muchos piensan, porque las disensiones internas, provocadas o no provocadas,
pueden llevarnos a conflictos que serán siempre graves, y en esto, los hombres
no cuentan; cuenta solamente el país. Con este espíritu, señores, he venido
hasta aquí. Como Secretario de Trabajo y Previsión he querido proponer a los
señores que representan a las asociaciones más caracterizadas de las fuerzas
vivas, dos cuestiones.
El Estado está realizando una obra social que será cada día
más intensa; eso le ha ganado la voluntad de la clase trabajadora, con una intensidad
que muchos de los señores quizá desconozcan, pero yo, que viajo permanentemente
y que hablo continuamente con los obreros, estoy en condiciones de afirmar que
es de una absoluta solidaridad con todo cuanto realizamos. Pero lo que sigue
primando en las clases trabajadoras es un odio bastante marcado hacia sus
patrones. Lo puede afirmar, y mejor que yo lo podría decir mi director de
Acción Social Directa, que es quien trata los conflictos. Existe un encono muy
grande; no sé si será justificado, o si simplemente será provocado, pero el
hecho es que existe. Contra esto no hay más que una sola manera de proceder: si
el Estado es el que realiza la obra social, él es quien se gana la voluntad de
los trabajadores; pero si los propios patrones realizan su propia obra social,
serán ellos quienes se ganen el cariño, el respeto y la consideración de sus
propios trabajadores. Muchas veces me dicen: “¡Cuidado, mi coronel, que me
altera la disciplina!”.
Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años
que ejercito y hago ejercitar la disciplina, y durante ellos he aprendido que
la disciplina tiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie conserva ni
impone disciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo que si yo
fuera dueño de una fábrica, no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con
una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se logra con el
médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo, con un pequeño
regalo en un día particular; el patrón que pasa y palmea amablemente a sus
hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo hacemos con
nuestros soldados. Para que los obreros sean más eficaces han de ser manejados
con el corazón.
El hombre es más sensible al comando cuando el comando va
hacia el corazón, que cuando va hacia la cabeza. También los obreros pueden ser
dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros a sus
órdenes, lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos
verdaderos colaboradores y cooperadores, como se hace en muchas partes de
Europa que he visitado, en que el patrón de la fábrica, o el Estado, cuando
éste es el dueño, a fin de año, en lugar de dar un aguinaldo, les da una acción
de la fábrica. De esa manera, un hombre que lleva treinta años de servicios
tiene treinta acciones de la fábrica, se siente patrón, se sacrifica, ya no le
interesan las horas de trabajo. Para llegar a esto hay cincuenta mil caminos.
Es necesario modernizar la conducción de los obreros de la fábrica. Si ese
fenómeno, si ese milagro lo realizamos, será mucho más fácil para el Gobierno
hacer justicia social: es decir, la justicia social de todos, la que
corresponde al Estado, y éste la encarará y resolverá por sus medios o por la
colaboración que sea necesaria; pero eso no desliga al patrón de que haga en su
propia dependencia obra social. Hay muchas fábricas que lo han hecho, pero hay
muchas otras que no.
Lo que pediría es que en lo posible se intensifique esta
obra rápidamente, con medios efectivos y eficaces, cooperando con nosotros,
asociándose con el Estado, si quieren los patrones, para construir viviendas,
instalar servicios médicos, dar al hombre lo que necesita. Un obrero necesita
su sueldo para comer, habitar y vestirse. Lo demás debe dárselo el Estado. Y si
el patrón es tan bueno que se lo dé, entonces éste comenzará a ganarse el
cariño de su propio obrero; pero si él no le da sino su salario, el obrero no
le va a dar tampoco nada más que las ocho horas de trabajo.
Creo que ha llegado, no en la Argentina sino en el mundo, el
momento de cambiar los sistemas y tomar otros más humanos, que aseguren la
tranquilidad futura de las fábricas, de los talleres, de las oficinas y del
Estado. Esto es lo primero que yo deseo pedir, y luego, para colaborar conmigo
en la Secretaría de Trabajo y Previsión, pido una segunda cosa: que se designe
una comisión que represente con un hombre a cada una de las actividades, para
que pueda colaborar con nosotros en la misma forma en que colaboran los
obreros.
Con nosotros funcionará en la casa la Confederación General
del Trabajo, y no tendremos ningún inconveniente, cuando queramos que los
gremios equis o zeta procedan bien o darles nuestros consejos, nosotros se lo
transmitiremos por su comando natural; le diremos a la Confederación General:
hay que hacer tal cosa por tal gremio, y ellos se encargarán de hacerlo. Les
garantizo que son disciplinados, y tienen buena voluntad para hacer las cosas.
Si nosotros contáramos con la representación patronal en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, para que cuando haya conflictos de cualquier
orden la llamáramos, nuestra tarea estaría aliviada. No queremos, en casos de
conflicto de una fábrica, molestar a toda la sociedad industrial para
interesarla en este caso. Teniendo un órgano en la casa lo consideraríamos: y
aquél defendería los intereses patronales, así como la Confederación defiende
los intereses obreros. Son las dos únicas cosas que les pido. Con ese
organismo, que si ustedes tienen voluntad de designar para que tome contacto con
la Secretaría de Trabajo y Previsión, nosotros estructuraremos un plan de
conjunto sobre lo que va a hacer el Estado y lo que va a hacer cada uno de los
miembros del capital que poseen, a sus órdenes, servidores y trabajadores.
Entonces veremos cómo en conjunto podríamos presentar al Estado una solución
que, beneficiándoles, beneficie a todos los demás.
Entonces yo dejo a vuestra consideración estas dos
propuestas: primero, una obra social de colaboración en cada taller, en cada
fábrica, o en cada oficina, más humana que ninguna otra cosa; segundo, el
nombramiento de una comisión compuesta por los señores, para que pueda trabajar
con nosotros, para ver si en conjunto, entendiéndonos bien, colaborando sincera
y lealmente, llegamos a realizar una obra que en el futuro tenga algo que
agradecernos.
VER MÁS DOCUMENTOS DEL PERÍODO
VER MÁS DOCUMENTOS DEL PERÍODO
Comentarios
Publicar un comentario
Contanos tu experiencia Perspectivis