La revolución industrial fue un proceso de transformación
muy profundo que trastocó la realidad económica, social y política de Inglaterra
y el mundo. Sus efectos fueron tan evidentes como relativamente fáciles de
describir. Sin embargo sus orígenes son un poco más difíciles de explicar. ¿Por
qué la revolución industrial comenzó en Inglaterra y no en otro país? Y ¿Por
qué en el siglo XVIII y no antes?
Lo primero que hay que decir es que la máquina de vapor de
James Watt no explica por sí sola la revolución industrial. Para responder
los interrogantes que concluyen el párrafo anterior debemos atender a las
condiciones especiales que se dieron en la Inglaterra del siglo XVIII.
En primer lugar debemos observar ciertos procesos que se habían dado
algún tiempo antes del inicio de la revolución industrial o que estaban
sucediendo en simultáneo.
Durante el siglo XVII (1640-1660) una revolución sacudió el orden
político inglés. Durante un tiempo breve se estableció una república y, al
igual que en otras revoluciones más conocidas (como la francesa), el poder del
rey y la nobleza fueron seriamente amenazados. Aunque finalmente, la gloriosa
revolución de fines de siglo confirmó la monarquía parlamentaria, la burguesía,
un grupo social en ascenso obtuvo una victoria política fundamental: El antiguo
régimen (feudal) estaba siendo enterrado al tiempo que un nuevo modo de
organizar la producción y las relaciones entre las personas (para producir)
estaba emergiendo: El capitalismo. ¿Qué querían los burgueses? Libertad para
comerciar, libertada para contratar mano de obra libre (no atada a la tierra),
libertad para desarrollar sus empresas sin límites por parte del Estado. El
orden social del siglo XVIII, tras las revoluciones del siglo XVII, estuvo
dominado por la burguesía. Durante este mismo siglo, en Inglaterra, se llevaron
adelante una serie de reformas en el campo que se iniciaron con “cercamientos
generales”, es decir, la delimitación física de un nuevo modo de concebir las
relaciones de las personas con la tierra: La propiedad privada. Los
cercamientos generales beneficiaron a un sector social enriquecido, los yeomen, y despojaron a los viejos
campesinos del orden feudal de ciertos derechos o costumbres: Ya no podrían
acceder libremente a fuentes de agua, el bosque o incluso trabajar la tierra
colectivamente. La tierra, ahora, tenía un dueño, y un título de propiedad y la
cerca lo certificaban. Quien intentara traspasar estos nuevos límites enfrentaría
el poder policial del nuevo Estado, que, desde las revoluciones, respondía a
los intereses de los burgueses. Muchos campesinos se vieron obligados a dejar
las tierras y migrar a la ciudad para conseguir trabajo, al tiempo que en las
nuevas tierras privadas se aplicaban nuevas estrategias de producción de tipo
capitalistas; era ya una producción destinada a la comercialización antes que a
la subsistencia campesina.
Por otro lado, Inglaterra contaba con dominios de ultramar de los
cuales pudo, inicialmente, obtener materia prima de bajo costo. En las Trece
Colonias de Norteamérica (actual Estados Unidos) la esclavitud estuvo vigente,
aun después de su revolución de independencia (1776). Los esclavistas de los
Estados del sur aseguraron a Inglaterra la provisión de algodón para sus
telares. También, durante el siglo XVIII, los productores ingleses consiguieron
que el Estado prohibiera la importación de los finos textiles artesanales
indios y, de ese modo, desterraron a la competencia.
Las primeras fábricas se instalaron en los márgenes de los ríos, donde
se podía aprovechar la energía generada por el agua. Ahora, los empresarios de
Manchester o Londres contaban con el apoyo del Estado, que impedía el ingreso
de productos que pudieran competir con los británicos y sancionaba leyes contra
la vagancia, para disciplinar a los migrantes rurales que llegaban a la ciudad.
La disponibilidad de mano de obra y de potenciales mercados en el extranjero fueron,
sin duda, elementos importantísimos para explicar el origen y consolidación de
la revolución industrial. Cuando los inversores británicos consiguieron
incrementar con sus nuevas técnicas los ritmos productivos, el precio de los
bienes que desarrollaban bajó de sobremanera, y, en consecuencia, generó su
propio mercado. Se volvieron accesibles para el mercado interno inglés. Mucha
gente podría ahora consumir esos nuevos bienes, en primer lugar en la propia
Inglaterra y en segundo en los mercados de sus colonias o semicolonias latinoamericanas.
Las ciudades crecían, las fábricas se multiplicaban y los (ex)campesinos llegaban a la ciudad, desesperados por conseguir trabajo para subsistir. El disciplinamiento del Estado y las necesidades de los trabajadores fueron circunstancias aprovechadas por los empresarios quienes pudieron pagar salarios miserables para desarrollar sus emprendimientos productivos.
Los conocimientos técnicos y científicos involucrados en la revolución
industrial eran muy elementales. Los mismos conocimientos estuvieron
disponibles en sociedades previas, inclusive el saber de la antigua Grecia era superior.
Sin embargo, fue en Inglaterra donde una clase social que obtenía sus
beneficios de la inversión, producción y comercialización de mercancías (la
burguesía) tomó el poder antes que en ningún otro sitio. La revolución
industrial no puede explicarse sin entender que la manera de actuar y
enriquecerse de los burgueses era muy distinta (y en muchos sentidos opuesta) a
la de los antiguos nobles feudales.
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