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Después de combatir al socialismo, el fascismo ataca a todo el conjunto de las ideologías democráticas, y las rechaza, así desde el punto de vista de sus premisas teóricas, como de sus aplicaciones e instrumentaciones prácticas. El fascismo niega que el número, por el solo hecho de ser número, pueda dirigir alas sociedades humanas; niega que el tal número pueda gobernar mediante una consultación periódica; afirma la desigualdad irremediable, fecunda y beneficiosa de los hombres, que no pueden nivelarse por medio de un hecho mecánico y extrínseco como es el sufragio universal. Pueden definirse como regímenes democráticos aquellos en los cuales, de cuando en cuando, se da al pueblo la ilusión de ser soberano, mientras que la verdadera y efectiva soberanía reside en otras fuerzas, a veces irresponsables y secretas. La democracia es un régimen sin rey, pero con muchísimos reyes a veces más exclusivos, tiránicos y ruinosos que un solo rey que sea también tirano. Esto explica por qué el fascismo, aunque antes de 1922 -por razones de contingencia- asumió una actitud tendencialmente republicana, renunció a la misma antes de la marcha sobre Roma, convencido de que la cuestión de las formas políticas de un Estado no es, hoy por hoy, preminente, y que estudiando en el mostrario de las monarquías pasadas y presentes, de las repúblicas pasadas y presentes, resulta que tanto la monarquía como la república no pueden juzgarse bajo especie de eternidad, porque representan formas en que se exterioriza la evolución política, la historia, la tradición, la psicología de cada país. Ahora, el fascismo ha superado la antítesis monarquía-república, en que se inmovilizó el democraticismo, cargando todas las insuficiencias sobre la primera y haciendo la apología de la segunda como régimen de la perfección. Ahora se ha visto que hay repúblicas íntimamente reaccionarias o absolutistas, y monarquías que acogen los experimentos políticos y sociales más avanzados
Benito Mussolini, el Fascismo (Doctrina e instituciones) 1937
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