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De 1929 a hoy, la evolución económica y política universal ha fortalecido mayormente estas posiciones doctrinarias. El Estado se agiganta. Sólo el Estado puede resolver las dramáticas contradicciones del capitalismo. La crisis no la puede resolver sino el Estado, en el Estado. ¿Dónde están las sombras de los Jules Simón, que en los albores del liberalismo proclamaban que « el Estado tiene que trabajar a objeto de resultar inútil y prepararse a presentar sus dimisiones » ? ¿Y de los Me Culloch, que en la segunda mitad del siglo pasado afirmaban que el Estado debe abstenerse de gobernar demasiado? ¿Y qué es lo que diría, antelas continuas, solicitadas, inevitables, intervenciones del Estado en las vicisitudes económicas, el inglés Bentham, según quien la industria habría debido pedir al Estado que la dejase en paz, o el alemán Humboldt, según quien el Estado « ocioso » debía considerarse como el mejor ? Verdad es que la segunda oleada de economistas liberales fue menos extremista que la primera, y ya el mismo Smith abrió -si bien cautamente-la puerta a la ingerencia del Estado en la economía. Si quien dice liberalismo dice individuo, quien dice fascismo dice Estado. Pero el Estado fascista es único, y es una creación original. No es reaccionario, sino revolucionario, pues anticipa las soluciones de determinados problemas universales tal como en otros países plantean el fraccionamiento de los partidos en el campo político, la prepotencia del parlamentarismo, la irresponsabilidad de las asambleas, y en el campo económico las funciones sindicales cada vez más numerosas y poderosas así en el sector obrero como en el industrial, sus conflictos y sus acuerdos ; y en el campo moral, las necesidades del orden, de la disciplina, de la obediencia a los dictámenes morales de la patria. El fascismo quiere el Estado fuerte, orgánico y a la vez apoyado en la más amplia base popular. El Estado fascista ha reivindicado para sí también el campo de la economía, y, por intermedio de las instituciones corporativas, sociales y educacionales que ha creado, el sentido del Estado llega hasta las últimas ramificaciones, y en el Estado circulan, encuadradas en las respectivas organizaciones, todas las fuerzas políticas, económicas, espirituales de la nación. Un Estado que se funda en millones de individuos que lo reconocen, lo comprenden, dispuestos a servirlo, no es el Estado tiránico del señor medieval. No tiene nada en común con los Estados absolutistas de antes o después de 1789. El individuo en el Estado fascista no está anulado, sino que antes bien se siente multiplicado, así como en un regimiento un soldado no se siente disminuido, sino multiplicado, por el número de sus camaradas. El Estado fascista organiza a la nación, pero deja margen suficiente a los individuos; ha limitado las libertades inútiles y nocivas, pero ha conservado las libertades esenciales. El que juzga en este terreno no puede ser el individuo, sino solamente el Estado.
Benito Mussolini, el Fascismo (Doctrina e instituciones) 1937
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