¿Qué dirán los historiadores del
futuro sobre la actualidad? ¿Cómo describirán estos meses en los que decenas de
miles de personas perdieron la vida a causa del Covid-19 y en los que buena
parte del mundo debió aislarse en sus viviendas para resguardar su salud? ¿Y
qué dirán sobre los que no tienen
vivienda? ¿Qué recordaremos de estos días en 20 años? ¿Y en 50?
Para quien no lo haya notado aún,
está pandemia de escala planetaria quedará reflejada en los libros de historia.
Somos protagonistas silenciosos de un
capítulo de manual que a los
jóvenes estudiantes del futuro les parecerá muy extraño. Somos las letras, los
espacios en blanco y los puntos de un tiempo particular e inédito.Sí, inédito. ¿Acaso no han habido en el pasado pestes o calamidades asolando al
mundo? Claro que sí, sin embargo lo que ha cambiado aquí es la humanidad, su
modo de organizarse y de vivir. Y eso es lo que cambia la morfología del virus,
porque aunque no se habla mucho de esto, aunque se procura esquivar como quien
prefiere mirar para otro lado, la infección también es definitivamente social.
Historiadores y arqueólogos del futuro podrán elucidar muchas de las virtudes y
tensiones que atravesaban a esa sociedad tan avanzada en tantos campos y que se
vio azotada, sin embargo, por un virus que no resiste el jabón de manos.
Es por ello que la pandemia del
Covid-19 necesita ser estudiada y entendida no solo atendiendo a las
particularidades del virus, sino mirando sobre todo al escenario mundial en el
que se presenta. En otras palabras, el Covid-19 habría sido totalmente distinto
si hubiera aparecido cien o mil años atrás porque las sociedades de entonces
eran diferentes. Aunque la comparación con efectos como los de la llamada
"gripe española" o el paralelismo con una guerra mundial pueden
servir como elementos de relación y contraste, el impacto de este virus es
peculiar y distintivo. El Covid-19 en el
siglo XV habría sido probablemente más mortífero que en el siglo XXI, pero, al
mismo tiempo, habría tardado mucho más en expandirse, concentrándose en su
geografía de origen y los alrededores. Y esto se explica, no solo por las
diferentes condiciones sanitarias o por los avances en la medicina, sino,
concretamente, por las dinámicas y características de distintas sociedades en
distintos momentos. Ello implica considerar dimensiones como la alimentación,
las relaciones mercantiles, la cultura y los modos de acceder al conocimiento,
la geopolítica, la competencia entre laboratorios para lucrar con una cura, las
comunicaciones, la guerra comercial (silenciosa, oportunista,
desestabilizadora) las vías marítimas,
terrestres (y aéreas) entre distintos núcleos poblacionales, etc. Sí, claro, el
Covid-19 es muy contagioso, pero para efectivizar el contagio las poblaciones
deben estar en contacto. El desplazamiento humano, por negocios multinacionales
o turismo (dos inventos de nuestra era) funcionó como base y vector para que el
virus se propague a las tapas de todos los diarios del mundo.
Es por todo esto que el Covid-19 es, también, un virus histórico, un virus que nos define como sociedad. Nos define en nuestras relaciones mercantiles y comerciales, nos describe en los aplausos a las 21 Hs, en la xenofobia imperante que salta sin escalas de los dichos sobre un supuesto chino raro que se comió un murciélago al asesinato de George Floyd. Nos expone en la debilidad psicológica para asumir la cuarentena y el encierro. Nos desnuda en las micro resistencias cotidianas al aislamiento y en las protestas para que termine la infectadura. Nos revela en la ignorancia y vulgarización de la palabra comunismo. Nos describe en las nuevas tramas por donde vuela la información, las falsas noticias (fake news), la incertidumbre de no saber qué creer ni a quién. Y sobre todo, aquí y en todo el mundo, nos duele en esa sensación de expectativa pesada, ciega, angustiosa, de no saber cómo ni cuándo terminará. Porque sabemos que el virus un día se irá. Pero ese mundo que ocupará un capítulo de los manuales de historia del futuro, seguirá en pie.
Es por todo esto que el Covid-19 es, también, un virus histórico, un virus que nos define como sociedad. Nos define en nuestras relaciones mercantiles y comerciales, nos describe en los aplausos a las 21 Hs, en la xenofobia imperante que salta sin escalas de los dichos sobre un supuesto chino raro que se comió un murciélago al asesinato de George Floyd. Nos expone en la debilidad psicológica para asumir la cuarentena y el encierro. Nos desnuda en las micro resistencias cotidianas al aislamiento y en las protestas para que termine la infectadura. Nos revela en la ignorancia y vulgarización de la palabra comunismo. Nos describe en las nuevas tramas por donde vuela la información, las falsas noticias (fake news), la incertidumbre de no saber qué creer ni a quién. Y sobre todo, aquí y en todo el mundo, nos duele en esa sensación de expectativa pesada, ciega, angustiosa, de no saber cómo ni cuándo terminará. Porque sabemos que el virus un día se irá. Pero ese mundo que ocupará un capítulo de los manuales de historia del futuro, seguirá en pie.
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